En la segunda quincena del mes de Julio, dos seminaristas mayores, Javier Carballo y Santiago Núñez, tuvimos la oportunidad de vivir una inolvidable experiencia en la Fundación Hogar de Santa Lucía de la Coruña.

La Fundación “Hogar Santa Lucía” es un Centro de acogida dirigido a mujeres sin techo que no cuenten con el soporte familiar necesario ni dispongan de los recursos económicos y sociales suficientes para asegurarse una vida digna. Tiene como finalidad ofrecerles los recursos necesarios para cubrir sus necesidades básicas, posibilitando así su recuperación y estabilidad personal para su reinserción en la sociedad y/o en la vida laboral. Muchas tienen a sus espaldas grandes cargas de tristeza, soledad, maltrato psíquico y físico, abandono…

Diariamente acudíamos al Hogar de Santa Lucía desde la Parroquia del Pilar donde residíamos y, en la que junto con la de San Francisco Javier, ayudábamos en las celebraciones litúrgicas al párroco don Severino Suárez quien nos acogió desde el primer momento con gran cariño.

Para nosotros, ha sido muy enriquecedor el poder compartir con ellas su historia personal y aportar nuestro granito de arena en esa magnífica labor que llevan a cabo las Misioneras Esclavas del Inmaculado Corazón de María. Fueron días de acompañamiento, de escucha, de realizar juntos tareas sencillas que les hicieran romper la rutina del curso: manualidades, juegos, excursiones, visitas y paseos a la Coruña… en fin, hacer cosas que las hicieran sentirse como unas personas más de la sociedad, que salen de paseo con amigos, pequeños gestos que las animen en su proceso de recuperación para que, poco a poco, sean capaces de tomar las riendas de sus vidas, pero sobre todo (y ésto nos lo comentaban las hermanas) el hecho de reforzar para ellas una imagen positiva de lo masculino, de unos chicos que se acercan a ellas de manera sincera, educada y respetuosa (desgraciadamente, la mayoría de ellas han vivido una triste historia al respecto).

Cada día íbamos descubriendo un poco de la “historia” personal de cada una de las mujeres que allí vivían, de sus batallas perdidas, de sus heridas, de la alegría que vivían las hermanas al ver el proceso que cada una iba viviendo, los pequeños cambios, las mejorías… De hecho llegamos a conocer a un par de ellas que ya se habían recuperado y estaban llevando una vida normal, viviendo por su cuenta y que de vez en cuando venían a visitar a sus antiguas compañeras.


Lo que más nos impactó fue el cariño y la dedicación constante de las Hermanas por su trabajo. Vivimos en primera persona la alegría con la que realizaban su trabajo, la felicidad que rezumaban los rostros de las que habían dedicado toda su vida al Señor cuidando a estas mujeres. Una labor así, sin la ayuda del Señor y sin permanecer unidas a él mediante la oración como hacen diariamente, sería imposible llevarla a cabo por sus propias fuerzas. Para nosotros han sido un enorme ejemplo a seguir, una gracia haberlas conocido y aprender de su constancia, alegría, sencillez y fidelidad al Señor.

Santiago Núñez
Seminarista
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