Seguro que hemos compartido autobús, clase, familia o trabajo con algún o alguna profeta. La perturbada que, de pronto alza la voz en la asamblea y dice: “le pido al sacerdote que aclare bien este punto…” Cuando se le invita a marcharse: “Juan 16,2: os expulsarán de las sinagogas…” El borrachín de “igualiño que o ano pasado…”. El chiflado pobre al que regalaban la ropa del difunto: “De hoxenun ano morra outro”.

Pero no sólo “profetizan” los lunáticos. Algún padre: “Míreme a los ojos, profesor. Yo no defiendo a mi hijo. De 40 alumnos, vd. suspendió a 36. No considero que sea un trabajo del cual presumir. Yo tengo todas las notas.” El director le dio la razón. Un médico: “¿Son vds los hijos de esta señora?” “Sí” “¿Y no escuchan?” “¿El qué?” “Marido enfermo; casa; 3 nietos; tienda a media jornada… ¡necesito descansar! Escuchen, escuchen. De lo contrario, la única voz audible será la del gotero”.

Juan profetiza para corregir. Un bicho raro: le gusta que sus compañeros periodistas triunfen. “Habla más despacio ante el micrófono”, recomienda. Al principio le tomaron por un “toca-narices”. Pero al seguir sus consejos mejoraban con éxito. Y Montxo, el profeta del servicio a los demás; un “quita-problemas”: “Voy yo, no te preocupes”. Dos buenos amigos.

No debe imitarse a profetas con carismas específicos. Por ejemplo, quienes abren una Biblia al azar y aplican al sujeto el pasaje que allí sale. Los y las profetas actuales caminan contracorriente. No les preocupan las opiniones ajenas, ni llevan cuenta de los frutos. Basan su confianza en Dios que les encomendó una misión y les enamoró con su presencia salvadora. La pequeñez y la debilidad no les arredran. De hecho, muchas veces, ambas resultan cualidades imprescindibles.

Manuel Blanco
Delegado de Medios
de Comunicación Social

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