El 24 de noviembre de 2013 el Papa Francisco nos ofreció la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual. En ella, propone a toda la Iglesia un programa de profunda renovación eclesial y de compromiso evangelizador. Esta renovación que debe comenzar en cada uno de los discípulos de Jesús, se debe fundamentar en el encuentro personal con Él. Supone la adopción de nuevos estilos y métodos pastorales, así como la renovación espiritual de la Iglesia y de cada fiel y, en definitiva, la renovación de las estructuras.
La Exhortación responde a una necesidad sentida por la Iglesia universal y también por nuestra Diócesis que ha introducido la Renovación pastoral como uno de los temas a tratar por el Sínodo diocesano que estamos celebrando y una de las tareas a acometer en un futuro inmediato.
En la exposición que voy a realizar en el contexto de esta Asamblea diocesana de final de curso, partiré de dos experiencias pastorales innovadoras y de los frutos que se derivan de ellas y apuntaré así mismo las expresiones más visibles de la aparente esterilidad de nuestra vieja pastoral. De esta manera pretendo fundamentar la necesidad de la conversión pastoral y misionera de la que nos habla el Papa. En el segundo momento, perfilaré el rostro de una evangelización renovada. Y terminaré hablando del sujeto de la misma, de las tentaciones que ha de vencer y de la espiritualidad que le debe sostener.
I. Nuevas formas pastorales frente a viejos modos
La Exhortación responde a una necesidad sentida por la Iglesia universal y también por nuestra Diócesis que ha introducido la Renovación pastoral como uno de los temas a tratar por el Sínodo diocesano que estamos celebrando y una de las tareas a acometer en un futuro inmediato.
En la exposición que voy a realizar en el contexto de esta Asamblea diocesana de final de curso, partiré de dos experiencias pastorales innovadoras y de los frutos que se derivan de ellas y apuntaré así mismo las expresiones más visibles de la aparente esterilidad de nuestra vieja pastoral. De esta manera pretendo fundamentar la necesidad de la conversión pastoral y misionera de la que nos habla el Papa. En el segundo momento, perfilaré el rostro de una evangelización renovada. Y terminaré hablando del sujeto de la misma, de las tentaciones que ha de vencer y de la espiritualidad que le debe sostener.
I. Nuevas formas pastorales frente a viejos modos
Una luz en la noche
Voy a comenzar describiendo la experiencia conocida con el nombre de “Una luz en la noche”. Se trata de una modalidad de nueva evangelización que consiste en invitar a personas que se encuentran en la calle durante una noche del fin de semana a visitar una determinada iglesia para encontrarse con Jesús. La invitación la realiza un equipo de cristianos que se ha reunido con anterioridad para formarse y preparar la actividad. Dentro del grupo hay distintos ministerios: el de la intercesión que está formado por aquellos que se quedan en el templo intercediendo por las parejas que salen a la calle a hacer la invitación, el de la invitación formado por parejas que invitan a visitar el templo para encontrarse con el Señor, el de la acogida formado por aquellos que acogen a los que aceptan la invitación a la entrada, y el de la música que acompaña en la oración.
Esta actividad se realizó en Galicia, por primera vez, el 8.II.2014. Tuvo lugar en la parroquia de Sta. María la Mayor en Pontevedra. A ella acudieron más de 70 jóvenes de toda la diócesis acompañados por los delegados de juventud y del Arzobispo de Santiago que fue el que realizó el envío.
Los testimonios de los jóvenes que entraron a orar a la iglesia confirman que fue una experiencia muy positiva para ellos. Estas frases recogidas de sus notas lo confirman: “Sentí la presencia de mi Jesús”, “Me llenó de paz y fuerza para continuar con mis sueños”, “Me pareció algo muy bonito, me ha encantado”, “Me sentí liberada de muchas cosas y siempre que puedo voy a la iglesia”, “Fue algo incomparable sentir a Jesucristo tan cerca, fue una experiencia muy agradable”.
Si positiva fue para los que pasaron por el templo, mucho más parece que fue para los jóvenes encargados de ella. En sus testimonios reconocen que pasaron muchos nervios pensando que podían fracasar en el intento, que el ministerio de la invitación les resultaba rechazable, que les producía vergüenza abordar a la gente e invitarla. Pero también reconocen cómo fue cambiando su mentalidad a medida que avanzaba la noche y se fueron convenciendo de que ellos eran sólo el medio, que el “milagro” lo hacía Jesús (Delfín). Como dice otro de los jóvenes: “El que obra ese prodigio no puede ser el hombre. Cristo no sólo estaba allí vivo. Estaba haciendo lo que allí ocurría” (Alfonso Fernández). Por otra parte, los miedos se fueron disipando poco a poco: “Los miedos se van gracias al Espíritu Santo que puso en nuestros labios las palabras correctas para decirle a todos los que me he encontrado: “La iglesia está abierta esta noche y Jesús te espera a ti” (Silvia Moure). Y, en fin, a partir de ese momento, se sienten empujados a seguir compartiendo la fe: “Después de vivir esta experiencia pienso que si no contagio mi fe, si la guardo, no sería auténtica” (Elena).
En definitiva, la experiencia sirve para poner en contacto con Jesucristo, fortalece la conciencia de Iglesia e impulsa hacia el anuncio misionero, meta deseable de todo anuncio misionero y de toda evangelización.
Alpha
Se trata de otro método de nueva evangelización, una herramienta para acercarse a Jesús de una manera innovadora, un espacio en el que la gente puede hablar sin tapujos ni prejuicios sobre la fe, la vida…, una experiencia de amistad y fraternidad. Está diseñado como un curso de entre 8 y 10 semanas con una cena, una breve charla y un debate semanal. Las charlas son kerigmáticas, sin edulcorar el contenido de la fe, hechas con sencillez para que sean comprensibles. Se procura que todas las opiniones sean respetadas y escuchadas. Se cuidan mucho los pequeños detalles para que la gente se sienta cómoda, en un ambiente distendido y siempre bien atendida. Juega un papel muy importante la decoración. Además, todo es gratis.
En Santiago se ha realizado ya un Alpha dirigido a jóvenes universitarios. Así describe y valora su experiencia uno de los participantes en la primera edición:
“Desde nuestra experiencia hemos podido comprobar cómo llega a actuar Dios en las personas, tanto gente que formaba parte del equipo (unas 15 personas) como en los participantes (alrededor de 25). A la gente que formamos el equipo es un proyecto que nos entusiasma y varios participantes de la primera edición quieren formar parte del equipo en una segunda edición. Los vínculos de amistad entre la gente de Alpha han sido asombrosos, <<ahora ya no sólo nos vemos un martes para cenar, sino que quedamos por semana para estudiar o tomar una cerveza>>. Aún así, es una experiencia muy difícil de explicar, es algo que hay que vivir y que cada persona tiene una experiencia única y particular” (David).
Debilidades pastorales.
He comenzado aludiendo a nuevas experiencias pastorales que nos indican que el camino de renovación ya se ha iniciado gracias al impulso del Espíritu Santo y a la acogida que le han dispensado evangelizadores jóvenes y abiertos a la novedad del Evangelio y de la misión. Sus frutos nos ofrecen motivos de esperanza y contrarrestan la decepción frecuente de una pastoral de conservación que hemos de superar y cuyas expresiones más visibles son la falta de una auténtica iniciación cristiana, la débil vivencia de la eclesialidad, un clima no suficientemente acogedor en nuestras comunidades, el envejecimiento y disminución del número de sacerdotes, el desánimo ante la situación, y el individualismo y la falta de trabajo en equipo.
3.1. Falta de una auténtica iniciación cristiana. En efecto, por una parte, hemos descuidado el cultivo de la experiencia de la fe de los niños y de los jóvenes. Por otra, tampoco estamos acertando del todo en la integración de los tres elementos que deben estructurar la iniciación cristiana: la catequesis, la celebración litúrgica y la vida. Y, en fin, nos está resultando muy difícil asegurar los procesos formativos de modo que no se establezcan en función de la recepción del sacramento, sino de la auténtica experiencia religiosa. Los tiempos que vivimos reclaman una fe viva que implique no sólo a la mente, sino también al corazón y a la voluntad y, en consecuencia, al comportamiento. Seguramente hemos puesto mucho énfasis en la preparación conceptual y hemos descuidado lo fundamental: el encuentro con Jesucristo. Sin esa experiencia de encuentro con Él, meta de toda evangelización, el cristiano del futuro no sobrevivirá. Por otra parte, es necesario hacer significativos para la vida del niño y del joven tanto la catequesis como la propia celebración de la fe. Y, en fin, hemos de ayudar al que se inicia para que descubra el plan de Dios sobre su vida y a que responda con un compromiso y un testimonio acordes a la fe que profesa y celebra.
3.2. Débil vivencia de la eclesialidad. Aportamos los siguientes datos:
Eclesialidad cerrada. No vamos a cuestionar aquí la importancia de la parroquia como célula viva de la Iglesia. Por otra parte, su dimensión social y política en nuestra tierra la hace especialmente significativa en la vida de las personas. Sin embargo, la parroquia no es la Iglesia. Es célula, no cuerpo, por eso no puede encerrarse en sí misma sin desarrollar la dimensión universal de la eclesialidad. Nos atreveríamos a decir que esta renovación pastoral que buscamos será impensable si no somos capaces de abrir la parroquia a la unidad pastoral, al arciprestazgo, a la diócesis y a la Iglesia universal. En definitiva, hay que mejorar la comunión, nota esencial de la Iglesia.
Insuficiente desarrollo, en muchas parroquias, de la corresponsabilidad laical. En ciertos casos, se debe a un excesivo clericalismo. En otros, a un insuficiente compromiso por parte de los laicos. Teniendo en cuenta la acelerada disminución del número de sacerdotes menores de setenta y cinco años que de ser 287 va a descender a 147 en el plazo de nueve años, este descenso supone un reto para la corresponsabilidad de consagrados y de laicos.
Acogida mejorable. Nos preguntamos si muchas parroquias serán lo suficientemente acogedoras. En este sentido, llama la atención la poca implantación de movimientos y asociaciones en su seno y el escaso seguimiento que se les presta con frecuencia a los que hay.
Escaso talante misionero. Me aventuro también a señalar que falta en muchos casos el verdadero talante misionero. Nuestras comunidades tienden a cerrarse sobre sí mismas y a ignorar a las periferias que viven al margen del evangelio.
3.3. Clima no suficientemente acogedor en nuestras comunidades. El creciente fenómeno del alejamiento de la fe por parte de muchos cristianos se debe, en parte, a factores extrínsecos a la propia Iglesia, pero también es efecto de unas estructuras y de un clima poco acogedor en nuestras parroquias y comunidades. “En muchas partes –dice el Papa Francisco– hay un predominio de lo administrativo sobre lo pastoral, así como una sacramentalización sin otras formas de evangelización” (EG 63). Por otra parte, la apertura misionera de nuestras comunidades deja que desear; son muchas las personas que no se identifican con ellas; y, en fin, el acompañamiento que hacemos de nuestra gente en situaciones dolorosas, por ejemplo, en los casos de enfermedad o de muerte de un ser querido, también admite mejora.
3.4. Desánimo ante la situación. La mayoría de nuestra gente piensa que la Iglesia no va bien y vive su fe con poca alegría. Evidentemente, esto lleva a la falta de compromiso y pasión en la transmisión del evangelio. Si no superamos esta moral de derrota, difícilmente creceremos en la fe y más difícilmente aún convenceremos a los no creyentes.
3.5. Individualismo y falta de trabajo en equipo. El individualismo es uno de los males típicos de nuestro tiempo. Pues bien, este mal está afectando de forma importante al modo de trabajo dentro de la Iglesia. La escasez de consejos parroquiales es uno de los síntomas más evidentes. La espiritualidad de la comunión a la que más adelante aludiremos nos reclama su creación allí donde no existen y su revitalización donde ya están en marcha. Recuérdese que el consejo de asuntos económicos es preceptivo según el Derecho canónico (cfr. CIC 537). Por otra parte, hay que advertir que, en el seno de una comunidad, no es suficiente el reparto de tareas según los propios ministerios y carismas, también hay que coordinarlos. Los planes y los programas son fundamentales para esa acción conjunta, para el necesario trabajo en equipo.
II. Un anuncio renovado
La evangelización responde al mandato misionero de Jesús: “Id y haced discípulos de todos los pueblos” (Mt 28, 19). Dios provoca la salida en los creyentes: Abraham, Moisés… “Todos somos llamados a esta <<nueva>> salida misionera” (EG 20). Esta salida comporta alegría, una alegría que experimentó Jesús que alababa al Padre porque la Buena Noticia había llegado a los pobres (cfr. Lc 10, 17). La experimentaron también los setenta y dos discípulos que regresaron de la misión llenos de gozo (cfr. Lc 10, 17).
En España, y también en Galicia, sigue activa una pastoral heredada de la época de cristiandad en que la sociedad y la cultura ambiente eran mayoritariamente cristianas. Hace décadas que esta situación ha cambiado, sin embargo, la mayoría de los evangelizadores sigue sin abrir cauce a nuevas formas pastorales. En esta situación, conviene recordar las palabras del Papa. La actividad misionera <<representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia>> y <<la causa misionera debe ser la primera>>… ya <<no podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos>>, sino que hace falta pasar <<de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera>> (EG 15).
Una pastoral renovada, además de acentuar su dimensión misionera, ha de centrarse en lo esencial, ha de procurar inculturar el Evangelio, ha de ser personalizada, ha de ser más espiritual, más comunitaria, más evangelizadora, más corresponsable, y más generadora de vida comunitaria.
Una pastoral misionera
Esta pastoral ha de abandonar el <<siempre se ha hecho así>> y “repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades” (EG 33). El Papa Francisco viene insistiendo una y otra vez en la necesidad de que salgamos a las periferias a anunciar el Evangelio, abandonando la seguridad del propio templo y dejando atrás una pastoral de conservación (cfr. EG 15. 20). Una Iglesia en salida ha de presentar las siguientes actitudes:
“Primerear”, es decir, tomar la iniciativa, salir al encuentro de las personas como hizo Jesús con la mujer samaritana.
Involucrarse, esto es, ponerse de rodillas para servir. Este servicio ha de tener en cuenta, sobre todo, a los pobres. “Cada cristiano y cada comunidad –decimos los obispos españoles- estamos llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad… Si el Evangelio que anunciamos no se traduce en buena noticia para los pobres, pierde autenticidad y credibilidad” (CV Asamblea Plenaria de la CEE, Instrucción Pastoral “Iglesia, servidora de los pobres”, n. 35).
Acompañar, o lo que es lo mismo, hacerse el encontradizo con los que caminan, tal vez desesperanzados como los discípulos de Emaús, para meterse en su problemática, ayudarles a leerla desde la fe, y abrirse al futuro con esperanza.
Fructificar, es decir, descubrir y trabajar para que se hagan realidad los frutos de la acción del Espíritu Santo sin caer en las quejas estériles.
Y, en definitiva, festejar, celebrar la salvación de Dios.
Una pastoral centrada en lo esencial
Una evangelización renovada ha de priorizar los contenidos, los momentos celebrativos y los compromisos esenciales de la fe. Lo confirma las palabras del Papa Francisco: cuando se asume un objetivo pastoral y un estilo misionero, “el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario” (EG 35). El núcleo fundamental del Evangelio lo constituye el amor salvífico de Dios manifestado en Cristo muerto y resucitado. Santo Tomás indica que, en la moral, también hay una jerarquía y que la mayor de las virtudes es la misericordia (cfr. EG 37). Recuerda también que los preceptos dados por Cristo fueron pocos y que los añadidos por la Iglesia deben ser exigidos con moderación (cfr. EG 43), acompañando con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas (cfr. EG 44). En el anuncio del Evangelio debe haber una proporcionalidad sin “mutilar la integridad del mensaje del Evangelio” (EG 39).
La inculturación del Evangelio y la religiosidad popular
El Evangelio no sólo debe iluminar y guiar la vida personal del fiel cristiano individual, ha de encarnarse en las distintas realidades sociales y culturales para ser fermento y semilla de vida y amor. Desgraciadamente, sin embargo, como dice el beato Pablo VI, hay una ruptura entre Evangelio y cultura que constituye “el drama de nuestro tiempo”, así que se hace necesario y urgente “hacer todos los esfuerzos con vistas a una generosa evangelización de la cultura, o más exactamente de las culturas. Estas deben ser regeneradas por el encuentro con la Buena Nueva” (EN 20). Lo dice también el Papa Francisco: “Es imperiosa la necesidad de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio” (EG 69). Y sigue indicando que toda cultura necesita purificación y maduración, por ej., la cultura de algunos países cristianos donde hay debilidades como el machismo, el alcoholismo, la violencia doméstica, una escasa participación en la eucaristía, creencias fatalistas o supersticiosas… (cfr. EG 69). Sin olvidar, no obstante, que el verdadero protagonista de la inculturación es el Espíritu Santo ya que, como dice también el Papa, “cuando una comunidad acoge el anuncio de la salvación, el Espíritu Santo fecunda su cultura con la fuerza transformadora del Evangelio” (EG 116).
Conviene recordar también aquí que la cultura no sólo es objeto de la impregnación del Evangelio, sino que también es cauce de evangelización. Así mismo hemos de tener en cuenta que el Evangelio no se puede confundir con una única cultura elevada a la categoría de “cultura cristiana”. Ya lo decía el beato Pablo VI: “El Evangelio, y por consiguiente la evangelización, no se identifican ciertamente con la cultura y son independientes con respecto a todas las culturas” (EN 20). En la misma línea afirma el Papa Francisco: “El mensaje que anunciamos siempre tiene algún ropaje cultural, pero a veces en la Iglesia caemos en la vanidosa sacralización de la propia cultura, con lo cual podemos mostrar más fanatismo que auténtico fervor evangelizador” (EG 117).
Una de las expresiones más nítidas de inculturación de la fe la constituye la religiosidad popular. En efecto, fruto del Espíritu Santo por la acogida del mensaje evangélico, la religiosidad popular es expresión del Evangelio inculturado que, además tiene una gran fuerza evangelizadora. En efecto, “en la piedad popular, por ser fruto del Evangelio inculturado, subyace una fuerza activamente evangelizadora que no podemos menospreciar: sería desconocer la obra del Espíritu Santo” (EG 126).
El anuncio y acompañamiento personal
En una pastoral de mantenimiento, puede parecer hasta cierto punto suficiente un anuncio neutro del Evangelio. Para personas creyentes bien integradas en la Iglesia puede bastar un anuncio genérico recibido en masa. Ahora bien, atendiendo a la originalidad de cada persona y de las circunstancias en que vive y situándose en una perspectiva de crecimiento espiritual, este tipo de anuncio parece insuficiente a todas luces. Un anuncio renovado que busque atender a cada ser humano y facilitar su maduración en la fe debe ser personalizado, sobre todo cuando las destinatarias del mismo son personas que no viven las exigencias del bautismo o que no conocen a Jesucristo (cfr. EG 14). Ese anuncio persona a persona es signo de respeto y valoración de la libertad personal y lo realizó el mismo Jesús en múltiples ocasiones. Recuérdese, por ej., cómo llamó uno a uno a sus discípulos, no en masa. Resulta paradigmático también en este sentido el pasaje de los discípulos de Emaús donde, partiendo de una vivencia compartida por los dos de decepción e incredulidad, el Señor les iluminó desde la Palabra revelada, les condujo al Banquete y les recondujo a la comunidad.
En la JMJ de Río de Janeiro, el Papa Francisco expresó hermosamente esto que estamos diciendo. “Es decisivo recordar –dijo a los obispos católicos de Brasil- que un legado es como el testigo, la posta en la carrera de relevos: no se lanza al aire y quien consigue agarrarlo, bien, y quien no, se queda sin él. Para transmitir el legado hay que entregarlo personalmente, tocar a quien se le quiere dar…” (Río de Janeiro, 27.VII.2013).
En ese mismo discurso, el Papa recordaba que, como les sucedió a los discípulos de Emaús, hoy muchos creyentes abandonan la Iglesia al creer que no puede ofrecerles nada significativo. Para afrontar esta situación –sigue diciendo-, “hace falta una Iglesia que no tenga miedo a entrar en su noche. Necesitamos una Iglesia capaz de encontrarse en su camino. Necesitamos una Iglesia capaz de entrar en su conversación. Necesitamos una Iglesia que sepa dialogar con aquellos discípulos que, huyendo de Jerusalén, vagan sin una meta, solos, con su propio desencanto, con la decepción de un cristianismo considerado ya estéril, infecundo, impotente para generar sentido… Hoy hace falta una Iglesia capaz de acompañar, de ir más allá del mero escuchar; una Iglesia que acompañe en el camino poniéndose en marcha con la gente; una Iglesia que pueda descifrar esa noche que entraña la fuga de Jerusalén de tantos hermanos y hermanas; una Iglesia que se dé cuenta de que las razones por las que hay quien se aleja, contienen ya en sí mismas también los motivos para un posible retorno…” (Discurso a los obispos católicos de Brasil, Río de Janeiro, 27.VII.2013).
Una pastoral de la misericordia
El Padre <<rico en misericordia>> (Ef 2, 4), compadecido del extravío de los hombres, nos envió a su propio Hijo para redimirnos del pecado y de la muerte. Ese Hijo, Jesucristo, revela la misericordia de Dios Padre (cfr. Papa Francisco “Misericordiae Vultus, 1 (=MV); cfr. DV 4). Ya s. Juan XXIII pronunció unas palabras muy significativas en la apertura del Concilio Vaticano II: <<En nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad… La Iglesia católica, al elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la verdad católica quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella>> (S. Juan XXIII, Gaudet Mater Ecclesia, 11.X.1962, 2-3; cfr. MV 4).
En un contexto en que se tiende a ignorar el perdón y a permanecer insensibles ante los males ajenos, en un mundo en que se globaliza la indiferencia ante la enorme plaga de heridos que nos rodea, como dice el Papa Francisco, “se requiere… una Iglesia capaz de redescubrir las entrañas maternas de la misericordia. Sin la misericordia, poco se puede hacer hoy para insertarse en un mundo de <<heridos>>, que necesitan comprensión, perdón y amor” (Discurso a los obispos católicos de Brasil, Río de Janeiro, 27.VII.2013).
A estas alturas de su pontificado, ya nadie duda en calificar como clave en su pensamiento la verdad y el valor de la misericordia de la que dice que “es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia” (MV 10). En consecuencia, propone su anuncio urgente:
“La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona. La Esposa de Cristo hace suyo el comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir a ninguno. En nuestro tiempo, en el que la Iglesia está comprometida en la nueva evangelización, el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral. Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre” (MV 12).
Anuncio alegre de Jesucristo
El que se encuentra con Jesucristo experimenta que, con Él, “siempre nace y renace la alegría”. Convencido de ello, el Papa Francisco nos invita a “una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría…” (EG 1). Lo hace siendo fiel a la revelación bíblica. En el Antiguo Testamento se preanunció la alegría de la salvación. Jesucristo mismo se preocupa de la alegría de sus discípulos y se la promete: <<Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena>> (Jn 15 11). Ahora bien, esa alegría no proviene ni del consumo, ni de la avaricia, ni de los placeres efímeros, ni de la vida encerrada en uno mismo, procede del encuentro con Dios y con los hermanos y, sobre todo, de la entrega y el servicio a ellos. En efecto –dice el Papa- la alegría verdadera “nace del encuentro, de la relación con los demás; nace de sentirse aceptado, comprendido, amado, y de aceptar, comprender y amar” (Discurso en la vigilia de oración y encuentro con seminaristas, novicios y novicias, con ocasión del Año de la Fe, Roma, 6.VII.2013).
Recordando a su predecesor el Papa Benedicto, el Santo Padre recuerda que <<la sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría>> (Deus Caritas est, 217; cfr. EG 7). La mayor alegría se encuentra entregándose, por eso, no tiene sentido que un evangelizador tenga “cara de funeral” (EG 10). Dice el Papa Francisco que no hay santidad en la tristeza. Cuando un evangelizador está triste es que no ejerce su paternidad-maternidad, es que no está engendrado hijos para Dios (cfr. Discurso en la vigilia de oración y encuentro con seminaristas, novicios y novicias, con ocasión del Año de la Fe, Roma, 6.VII.2013).
Un anuncio renovado necesita pues de evangelizadores convencidos, llenos de la alegría que nace del encuentro con el Señor, una alegría expansiva. En efecto, como nos recuerda el Santo Padre, “la alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera” (EG 21). Discípulos gozosos en el Señor, nos sentiremos empujados a contagiar, a hacer partícipes a otros de esa alegría que les hará a ellos mismos testigos de la Buena Noticia: “Un anuncio renovado ofrece a los creyentes… una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora” (EG 11).
Otras notas de un nuevo estilo pastoral
El nuevo estilo pastoral, según los obispos vascos, debe tener también otras notas identificativas: “está llamado a ser más espiritual, más comunitario, más evangelizador, más corresponsable… y más centrado en la formación del núcleo pastoral de nuestras comunidades”[1].
a)En efecto, debemos convencernos de que sólo Dios salva, nosotros únicamente somos sus servidores. Hemos de descansar en Él, sabiendo que no nos faltará su ayuda.
b) Por otra parte, nuestra pastoral debe ser también más comunitaria, lo que nos llevará a prestar una mayor atención a la variedad de dones y carismas con que nos enriquece el Espíritu y nos orientará hacia un mayor desarrollo ministerial de las comunidades.
c) Además, nuestro estilo pastoral debe ser más evangelizador; incluso la pastoral ordinaria debe tener un tono evangelizador, debe ayudar a profundizar en la fe sin dar por supuesto que los destinatarios gozan ya de una fe madura. Por otra parte, se deben promover iniciativas de acercamiento a los alejados de la fe. No podemos permanecer encerrados en nuestros templos, hemos de salir en busca de la oveja perdida.
d) Una pastoral renovada debe impulsar la participación de todos los miembros en la vida de la comunidad procurando que los que son ya colaboradores lleguen a ser también corresponsables en la única misión de la Iglesia: edificar la comunidad y construir el mundo de acuerdo a los valores del Reino de Dios.
e) Este nuevo estilo se expresará en el cuidado de los evangelizadores, mostrando cercanía e interés por su situación personal y por su actividad apostólica y procurando su formación. El Papa Francisco confirma esta necesidad: “Reconozco que necesitamos crear espacios motivadores y sanadores para los agentes pastorales…” (EG 77). Al mismo tiempo, alude a la formación como uno de los desafíos más importantes de la Iglesia en estos momentos. En efecto, dice: “Es importante promover y cuidar una formación de calidad, que cree personas capaces de bajar en la noche sin verse dominadas por la oscuridad y perderse; de escuchar la ilusión de tantos, sin dejarse seducir; de acoger desilusiones, sin desesperarse y caer en la amargura; de tocar la desintegración del otro, in dejarse diluir y descomponerse en su propia identidad. Se necesita una solidez humana, cultural, afectiva, espiritual y doctrinal” (Discurso a los obispos católicos de Brasil, Río de Janeiro, 27.VII.2013).
III. Un evangelizador renovado
La cita que acabamos de proponer nos ha deslizado ya del terreno de la renovación pastoral al del perfil del nuevo evangelizador. La renovación pastoral debe afectar al estilo pastoral y a las estructuras, pero debe tener un calado más profundo que implique al sujeto de la evangelización. “Sin fidelidad de la Iglesia a su vocación –dice el Papa Francisco-, cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo” (EG 26). Sin un evangelizador renovado en la novedad de Cristo resucitado, seré imposible una renovada evangelización.
Dicha renovación comenzará por la propia persona del discípulo y su encuentro personal con Jesucristo. Citando al Papa emérito Benedicto XVI, el Papa Francisco recuerda que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (EG 7). Teniendo en cuenta esto, no es de extrañar que el mismo Papa invite a todos los cristianos a encontrarse con el Señor: “Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso” (EG 3).
Vencer ciertas tentaciones
A continuación, indicaremos algunas de las tentaciones que asaltan al evangelizador y que habrá de superar para poder responder a los retos que presenta la evangelización en el momento presente.
1.1. Crisis de identidad. La larga lista de elementos contrarios a la fe y el acoso al que están sometidos muchos creyentes les lleva a un cierto complejo de inferioridad. Su foco de atención se centra más en los pecados de algunos que en el amor que la mayoría de los agentes de pastoral ponen en su servicio dentro de la Iglesia. Además, relativizan y ocultan su identidad cristiana y sus convicciones, de modo que quieren ser como todos (cfr. EG 79). Incluso los que parecen tener más sólidas convicciones religiosas se aferran con frecuencia a seguridades económicas, al poder y a la gloria humana, en lugar de dar la vida por los demás en misión (cfr. EG 80).
1.2. Acedia egoísta. Nos encontramos con muchos laicos que tratan de eludir los compromisos que les corresponde dentro de la Iglesia. También hay sacerdotes que cuidan en exceso su tiempo personal por no llenarles suficientemente su actividad pastoral (cfr. EG 81). El problema no está frecuentemente en el exceso de actividades, sino en que son vividas sin las motivaciones adecuadas, lo que provoca cansancio. Algunos caen en la acedia espiritual por sostener proyectos irrealizables, otros por no aceptar la costosa evolución de los procesos, otros por apegarse a algunos proyectos o a sueños de éxitos imaginados por su vanidad, otros por perder el contacto real con el pueblo, otros, en fin, por no saber esperar y querer dominar el ritmo de la vida (cfr. EG 82).
1.3. Pesimismo estéril. Existe entre nosotros una especie de “conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre” (EG 85). En medio de esta situación, “nuestra fe se ve desafiada a vislumbrar el vino en que puede convertirse el agua y a descubrir el trigo que crece en medio de la cizaña” (EG 84).
1.4. La mundanidad espiritual. Consiste en buscar, “en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal” (EG 93). Su alimento puede ser el subjetivismo y el neopelagianismo del que confía sólo en sus propias fuerzas. El que cae en ella, descalifica al que lo cuestiona, destaca los errores ajenos y se obsesiona con la apariencia (cfr. EG 97).
1.5. La división. Muchos cristianos –dice el Papa Francisco- se identifican con sus grupos, pero no con la Iglesia (cfr. EG 98). Además, entre comunidades y personas, a veces “consentimos diversas formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas… y hasta persecuciones… ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?” (EG 100).
Evangelizadores con espíritu
Tenemos que afinar el oído y ponerlo a la escucha de lo que el Espíritu Santo nos quiera sugerir en este momento trascendental para nuestra Iglesia compostelana. Sin escucha de la Palabra, sin discernimiento de los signos de los tiempos, sin vida interior, será imposible la renovación que necesita nuestra Iglesia y nuestra pastoral. En cambio, si nos dejamos moldear por el Espíritu de Dios, si somos capaces de mirar con ojos de fe la realidad, en definitiva, si asumimos una formación integral y permanente, estaremos en condiciones de responder adecuadamente a la situación que se nos presenta. A continuación, señalamos los acentos de la espiritualidad que estamos llamados a vivir.
a) Ha de ser una espiritualidad de escucha como la de Abraham (cfr. Gen 12, 1) que, abandonando seguridades, se puso en la onda de Dios para descubrir qué nuevos caminos le trazaba[2]. La evangelización reclama el momento místico de encuentro con Dios. Como dice el Papa Francisco, “siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad… La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración…” (EG 262). La Iglesia no evangeliza si no se deja evangelizar, lo que supone la familiaridad con la Palabra y su escucha (cfr. EG 175).
b) Una espiritualidad de la encarnación. Debemos evitar caer en una espiritualidad oculta e individualista, que rehuya el compromiso social (cfr. EG 262). Hay que estar cerca de la gente, escucharla, hablar su propio lenguaje. “Para ser evangelizadores de alma –dice el Papa Francisco- también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de gozo superior. La misión es una pasión por Jesús, pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo” (EG 268). A veces somos tentados de ser cristianos manteniendo la distancia con las llagas del Señor: la pobreza, la soledad, la enfermedad, la esclavitud de todo tipo, la persecución… “Pero Jesús –sigue diciendo el Papa- quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás… (EG 270)… no quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres de pueblo” (EG 271). Como nos recuerda también el Papa emérito Benedicto XVI, el amor a la gente nos facilita el encuentro con Dios y cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte en ciegos ante Dios (cfr. Deus Caritas Est, 16).
c) Una espiritualidad de la fidelidad, no del éxito[3]. Jesucristo fue comprendiendo que el Padre le pedía fidelidad, no éxito. Como dice la Carta a los Hebreos: “Aprendió sufriendo a obedecer” (Heb 5, 8). Cuando se describen nuestras motivaciones pastorales se dice que solemos buscar primeramente el éxito; de ahí pasamos a buscar la fecundidad. Deberíamos terminar buscando la fidelidad, es decir, un amor que resista el paso del tiempo y la llegada de todo tipo de fracasos. La permanencia en ese amor, participación de la caridad pastoral de Jesucristo, debe ser el empeño fundamental de nuestra vida espiritual. “La primera motivación para evangelizar –dice el Santo Padre- es el amor de Jesús que hemos recibido…” (EG 264). En el caso de que no sintiéramos un intenso deseo de comunicarlo, tendríamos que orar para pedirle que nos vuelva a cautivar (cfr. EG 264).
d) Una espiritualidad de la confianza, no del optimismo ciego[4]. El ejemplo de San Pablo, una vez más, es ilustrativo para nosotros. En efecto, el Apóstol de los gentiles no duda en proclamar: “No me avergüenzo porque sé en quién he puesto la confianza” (2 Tim 1, 12). La fe en lo que hacemos nos la da Dios y, sobre todo, nos la da Jesucristo, fuente de la esperanza, cuya resurrección brota constantemente, se actualiza constantemente (cfr. EG 276). La fe en la evangelización nos la ofrece también la valoración de lo que ofrecemos: Jesucristo y su Evangelio. En este sentido –dice el Papa Francisco- “a veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno” (EG 265). En realidad, no podremos mantenernos en una evangelización fervorosa si no estamos convencidos por experiencia propia, de que “no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón…” (EG 266).
e) Una espiritualidad del hacer sosegado y responsable, pero no culpabilista[5]. Hemos de buscar el reino de Dios, lo demás se nos dará por añadidura (cfr. Mt 6, 33). A nosotros nos toca sembrar en nombre del Señor. Las riendas las lleva Él y los posibles frutos los dejamos a su cuenta.
f) Una espiritualidad que aprecia lo pequeño sin añoranza de lo grande[6]. No se trata de que nos conformemos con un premio de consolación, dadas las circunstancias en que ejercemos nuestro ministerio. En este momento de fuerte despoblación del mundo rural, estamos tentados de concentrar todos los esfuerzos en los núcleos grandes de población y en las acciones que congregan un mayor número de personas. Pero hemos de ser conscientes de que las personas y los medios pobres tienen una especial connaturalidad con el reino y, por lo tanto, ocuparnos en cosas y proyectos pastorales sencillos es, sobre todo, un signo de caridad pastoral.
g) Una espiritualidad de la alegría, no de la tristeza. “Estad alegres –nos dice s. Pablo- os lo repito, estad alegres” (Flp 4, 4). La nostalgia de lo que fue y no volverá nos acecha a todos. Pero nada ni nadie puede arrancarnos la seguridad de que Dios está con nosotros. Dicen nuestros obispos que no debemos olvidar que “Dios nos ama irrevocablemente; que Jesús nos ha prometido su presencia y asistencia hasta el fin del mundo; que Dios, en su providencia, de los males saca bienes para sus hijos… La Iglesia y la salvación del mundo no son obra nuestra, sino empresa de Dios” (LXXXVIII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Orientaciones morales ante la situación actual de España. Instrucción Pastoral (2006), nº 24). El cristianismo pudo imponerse al gran Imperio romano porque aquél tenía una moral de decadencia, mientras que las comunidades cristianas la tenían de alegría expansiva.
h) Y una espiritualidad de la comunión. Ya el Papa s. Juan Pablo II nos invitaba a “hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión” (NMI 43). Hechos a imagen y semejanza del Dios-Trinidad, nuestra plenitud sólo podrá lograrse en la comunión. Por ella oró Jesucristo al Padre (cfr. Jn 17, 21) y con ella se comprometió formando una familia con sus discípulos, germen del nuevo Pueblo de Dios (cfr. Mt 13, 13-19). La comunión, por tanto, es esencial a la vida cristiana: “Permaneced en mí –dice Jesús-, como yo en vosotros… Yo soy la vid y vosotros los sarmientos” (Jn 15, 4-5).
Desde el principio, la Iglesia naciente aceptó este reto. Lo confirman las palabras de s. Pablo: “Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también es Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres” (1 Cor 12, 12-13).
La comunión no responde a una estrategia ofensiva o defensiva, sino que, como dice s. Juan Pablo II, “encarna y manifiesta la esencia misma del misterio de la Iglesia” (NMI 42). Haciéndola efectiva, se manifiesta como sacramento, como “instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad del género humano” (NMI 42).
La comunión ha de ser, en primer lugar, con Jesucristo, cuya vida divina nos es comunicada por el bautismo y alimentada en los sacramentos. Pero debe extenderse también a los hermanos. Desgraciadamente, esta comunión fraterna en el seno de la Iglesia, con frecuencia, deja mucho que desear. Ante estas situaciones tan dolorosas, el Papa Francisco nos invita a dar un testimonio de comunión que se vuelva atractivo y resplandeciente, a rezar para conseguir la gracia de alegrarnos con los frutos ajenos (cfr. EG 99) e incluso a orar por aquel con el que estamos irritados, promoviendo así el amor y la evangelización (cfr. EG 101). Esta comunión se hace efectiva en la medida en que se comparten sentimientos, convicciones y decisiones. El Señor ha enriquecido a su Pueblo con múltiples dones y carismas en orden a la edificación de la Iglesia. Sin la participación de todos en la tarea evangelizadora y en la edificación eclesial, no podemos hablar de una auténtica comunión. En este sentido, un evangelizador renovado ha de formarse y comprometerse con el trabajo en equipo. Aunque se fundamenta en la espiritualidad (cfr. NMI 43), la comunión se consolida en la corresponsabilidad y se explicita en el desarrollo de las estructuras de participación de todos los ministerios y carismas (cfr. NMI 44-45). Por ello, el Papa s. Juan Pablo II invita a la Iglesia del tercer milenio a impulsar a todos los bautizados y confirmados a tomar conciencia de la propia responsabilidad activa en la vida eclesial (cfr. NMI 46). La comunión corre peligro y se degrada allí donde no se programa en común, donde no se trabaja en equipo, cada uno desde su carisma y ministerio, y en definitiva, donde no se revisan las actividades y se asumen los fallos y los retos pendientes.
+ Jesús Fernández González
Obispo Auxiliar de Santiago de Compostela