Con cordial agradecimiento os felicito a vosotros, queridos sacerdotes, que celebráis las Bodas de Diamante, Oro y Plata sacerdotales. Si día a día damos gracias a Dios por nuestro ministerio, hoy percibimos más vivamente esta necesidad. Todos vamos experimentando que el Señor enriquece nuestra pobreza y fortalece nuestra fragilidad, al tratar de mantener nuestra fidelidad, sabiendo que Él fue quien nos eligió (Jn 15,16). Es un día de gracia para redescubrir la belleza y la verdad del don del sacerdocio y la necesidad que tenemos de la santidad   movidos por el Espíritu de Dios, que nos sorprende siempre con su creatividad en nuestras fatigas y melancolías.

        “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros”. La lectura del pasaje de los Hechos de los Apóstoles nos narra la redacción de las conclusiones de la asamblea de Jerusalén. Es el acta conciliar más antigua de la historia y todo un referente. Queda constancia de la supremacía de la libertad del Espíritu sobre la ley en una comunidad eclesial participativa y abierta, del deseo de una convivencia significada por la unión y la caridad, y de la reducción al mínimo de las imposiciones. Providencial referencia para nuestra Iglesia diocesana que se encuentra celebrando el Sínodo Diocesano. En el evangelio se nos da un mandato y se nos hace partícipes de una confidencia: “Amaos como yo os he amado, y vosotros sois mis amigos”. El Señor nos ha amado hasta dar su vida y ha querido hacernos amigos suyos porque no guarda secretos para nosotros, porque ha querido elegirnos y porque al elegirnos ha demostrado que nos quiere. La amistad con Cristo significa que nuestra voluntad se ha de adherir plenamente a Él, redescubriendo día a día la conciencia del extraordinario e indispensable don de la Gracia que el ministerio sacerdotal es para quien lo ha recibido, para la Iglesia y para el mundo, Hemos de configurarnos con Cristo para cumplir la voluntad de Dios, apreciando todo lo que de bueno te pueden aportar también los alejados o los que no tienen fe. El sacerdote debe vivir con entrega plena su ministerio, siendo dispensador de la misericordia divina y alimentando a los fieles en la mesa de la Palabra y de la Eucaristía. 

Vivimos en una sociedad inestable donde se está reduciendo el espacio sagrado y en la que el sacerdote debe ser un modelo de estabilidad y de madurez, de entrega plena a su ministerio. “Es justo que el sacerdote se inserte en la vida, en la vida común de los hombres, pero no debe ceder a los conformismos y a los compromisos de la sociedad. ¿A qué serviría un sacerdote tan semejante al mundo, que se convierte en sacerdote mimetizado y no en fermento transformador?”

Así lo entendió y vivió San Juan de Ávila. Es “el ejemplo realizado de un sacerdote santo que ha encontrado la fuente de su espiritualidad en el ejercicio de su ministerio; un sacerdote con vida de oración y honda experiencia de Dios, enamorado de la Eucaristía, fiel devoto de la Virgen, conocedor de la cultura de su tiempo, estudioso y en formación permanente integral, acogedor, viviendo en comunión la amistad, la fraternidad sacerdotal y el trabajo apostólico; un apóstol infatigable entregado a la misión, predicador del misterio cristiano y de la conversión, padre y maestro en el sacramento de la penitencia, guía y consejero de espíritus, animador de vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales, innovador de métodos pastorales, preocupado por la educación de los niños y jóvenes. San Juan de Ávila es, en fin, la caridad pastoral viviente”. 

Se a vida humana está envolvida no misterio, a vida dun sacerdote é unha concentración de misterio, ás veces en medio do silencio de Deus. É posible vivila soamente apoiados na fe. O lume do Evanxeo debe arder nos sacerdotes para transmitir a alegría que necesita o noso mundo sobrado de tristura e de pesimismos.

O exemplo de San Xoan de Ávila ilumina a noso compromiso pastoral que ha de motivarnos a dicir o que cremos e a vivir do que cremos, a crer o que dicimos e telo arraigado no noso espírito. Non cesamos de experimentar asombro pola gratitude con que o Señor nos escolleu, pola confianza que deposita en nós e polo perdón que nunca nos nega. Queridos laicos, “sede conscientes do gran don que os sacerdotes son para a Igrexa e para o mundo; a través do seu ministerio, o Señor segue a salvar aos homes, a facerse presente, a santificar. Sabede agradecer a Deus, e sobre todo sede próximos aos vosos sacerdotes coa oración e co apoio, especialmente nas dificultades, para que sexan cada vez máis Pastores segundo o corazón de Deus”. Santa Tareixa de Ávila dicía ás súas monxas que non esqueceran aos sacerdotes na oración. Que fermoso sería que a imitáramos rezando infatigablemente polos ministros do Evanxeo para que non se apague neles o entusiasmo nin o lume do amor divino e se entreguen de todo a Cristo e á súa Igrexa, de xeito que sexan para os demais compás, bálsamo, acicate y consolo como o foron para ela. Que a Raíña dos Apóstolos, Santiago Apóstolo e San Xoán de Avila intercedan por nós para que en todo momento reflectamos a realidade do Bo Pastor. 
Homilía de D. Julián Barrio Barrio para el día de san Juan de Ávila

Galería fotográfica 


    Web oficial de San Juan de Ávila

    Sobre San Juan de Ávila