La llegada al Zaire (actual República Democrática de Congo) tuvo que superar no pocas dificultades. Pero, una vez sobre el terreno, la semilla echó unas raíces que permanecen y siguen dando frutos 50 años después. Charlamos con Luis Mª Gerrikagoitia, uno de los misioneros que, sin ser de los primeros, sí recibieron como responsabilidad la primera Misión: Mufunga, en la Diócesis de Lubumbashi. Provincia de Katanga

-Cuéntanos cómo surgió la idea de ir al Congo, y cómo se materializó

En realidad, un grupo de compañeros sacerdotes ya habíamos manifestado, varios años antes, nuestra disponibilidad de ir a Misiones. La primera oferta que se nos hizo fue la de ir a Venezuela (al Alto Orinoco), y después a Brasil, pero por aquel entonces el Gobierno de Franco no concedía pasaportes a los curas vascos, y menos para ir a Latinoamérica. Así que mientras esperábamos se resolviera esa y otras cuestiones, nos llegó la oportunidad de ir al Zaire.

Los primeros en marchar fueron Luis Etxeberria y Florencio Llorente, que con la disculpa de reforzar la misión de Ruanda viajan a aquel país en febrero de 1964. Para noviembre, ya estaban en el Zaire, y pasan unos primeros meses ayudando a un Padre Benedictino, en una Misión del interior de la sabana, a la espera de un destino definitivo.

Por otra parte, en octubre de 1964, Pruden Escobar, Gerardo Aldama y yo mismo, nos encontrábamos ya en Brujas (Bélgica) aprendiendo francés. A últimos de enero, acompañados de una joven misionera seglar, Marian Gerrikabeitia (que se incorporaría a las Mercedarias de Bérriz, misioneras en Likasi) salíamos con destino a Amsterdan, para unirnos a un grupo de unos 150 misioneros (muchos, veteranos ya en África) y de allí volar a Roma, para ser recibidos por Pablo VI. De Roma vuelo a Entebe, en Uganda.

Desde Entebe unos y otros nos dirigimos a nuestro país de destino en África. A nosotros se nos enviaba a Ndola, en Zambia. Tras dos días de espera, un pequeño avión, nos iba a trasladar hasta Lubumbashi, capital de la Provincia de Katanga. Allí nos esperaba el Arzobispo, Benedictino belga, que, mientras cantaba “Maite yo no te olvido…” nos conducía en su pequeño “escarabajo” al Palacio Episcopal, en Lubumbashi.

Después de demasiados días en Lubumbashi, a la espera de que alguien viniera a buscarnos, el 20 de febrero salíamos hacia Mufunga, en un “todo-terreno” de ocasión que las buenas monjas belgas de Mufunga acababan de comprar. No habíamos hecho más que 69 kms, poco antes de acceder a Bunkeya… cuando el vehículo en cuestión se negaba a continuar. Al día siguiente un camión del Estado, que trabajaba arreglando la carretera, nos “acogía” entre sacos de harina, de leche en polvo… y nos transportaba hasta Mufunga. El domingo, 21 de febrero de 1965, al caer de la tarde (ya en la oscuridad africana) pisábamos tierra de Mufunga. Nuestro destino: tomar el relevo de los tres Padres Benedictinos hasta entonces responsables de la Misión de Mufunga, situada 385 kms al Norte, a partir de Lubumbashi, en plena sabana.

-Lo que encontrásteis, ¿se correspondía con la idea que llevabais?

Éramos sacerdotes, e íbamos, evidentemente, a proclamar el Evangelio, a iniciar en la fe, bautizar, a casar… Pero pronto constataríamos que vivían inmersos en un mundo de inseguridad, de miedo, cuando no terror, a partir de la amenaza de “los malos espíritus”, del “poder de hacer mal” por parte de ciertas personas, etc.

Evidentemente, poco tiempo después, “despertados” ya en alguna medida por los mismos misioneros benedictinos y, por añadidura, testigos del sufrimiento de muchas de nuestras gentes, constataríamos que a nuestra condición de evangelizadores se nos añadía el deber de romper aquella “especie de cadenas que esclavizaban”. ¿Opción preferencial por los pobres? No cabían preferencias: excepto los “ladrones de turno”, la gran mayoría de la población eran pobres •
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