por Manuel Blanco
EL PRÓJIMO

    “Amor a Dios y al prójimo”. Valdría como lema del Halloween celestial. Porque existen fundadas sospechas de que el Señor se disfraza de necesitado y nos sale al encuentro. Una vez más, la Iglesia no forma un “ente” aparte. Constituye una sola familia con Jesús.

    Mucho antes de “Juego de Tronos” ya circulaban las historias de “proximus”. El prójimo. Un rey sin herederos, contaban, anunció que ponía a el trono a disposición de quien quisiera formar parte de su familia. El rey adoptaría a un muchacho y éste alcanzaría la corona. Un joven, se dirigió a Palacio en busca de tan deseada sede.

    Se vistió con sus mejores galas para el encuentro con el monarca, pues quería causar buena impresión. Por el camino encontró a un hombre harapiento, malherido; parecía que lo habían saqueado. La noche se echaba encima y decidió vestirle mejor, con sus prendas finas y abrigosas. Continuó su viaje. Aún tardaría dos días.

    A su llegada, el castillo rebosaba de candidatos. En la cola para la entrevista, nuestro personaje iba desechando, mentalmente, su propia candidatura: “con estas pintas, tengo pocas oportunidades”. Cual sería su sorpresa: al entrar, reconoció en el soberano al accidentado pordiosero que se había encontrado días atrás.

    La Iglesia forma una comunión de vida, de verdad, de fe y de caridad con Jesucristo. Y, por supuesto, con los hermanos. Nuestra “religión” no es un museo de recuerdos; más bien, los cristianos servimos de micrófono. Ante un “¿Dios existe?”, aportemos razones. Aunque, allí donde los creyentes se aman, sobran explicaciones. 

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