Al inicio de las XV Jornadas de Teología, organizadas por nuestro Instituto Teológico Compostelano con el título La alegría del Evangelio. Perspectivas teológico-pastorales de la Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”, es para mí un honor dirigirles mis cordiales palabras de bienvenida y agradecimiento a todos los participantes, deseándoles asimismo una feliz y provechosa estancia en la ciudad del Apóstol.

En comunión con el papa Francisco, les invito a todos a vivir la alegría del Evangelio con renovado entusiasmo. La exhortación apostólica Evangelii gaudium, objeto de estudio en estas Jornadas, es el documento programático de este pontificado. En esta Exhortación se desprende el aroma y la energía del Sínodo sobre la Nueva Evangelización y la transmisión de la fe, y de la rica experiencia pastoral del Papa. No “es un texto para la autocomplacencia”. “Nos pide asumir decisiones creativas y arriesgadas”, porque no podemos descolgarnos de la historia y la Iglesia no puede ir en el vagón de cola (EG 24). Nuestro mundo está lleno de contradicciones y de desafíos, pero en el puede ser resembrada la semilla de la Palabra para que vuelva a dar fruto.  Es Dios quien conduce la obra de la evangelización. Recordaba el papa Benedicto XVI en la Meditación de la primera congregación general del Sínodo de Obispos 2012 que “la primera palabra, la iniciativa verdadera, la actividad verdadera viene de Dios y sólo introduciéndonos en esta iniciativa divina, sólo implorando esta iniciativa divina, podemos nosotros también llegar a ser -con él y en él- evangelizadores”. El papa Francisco insiste en que Dios ha de ser el centro, dejándonos sorprender por el Espíritu en actitud de escucha para poner en práctica desde la urgencia lo que nos dice. 

El Papa quiere participar esta alegría a todos los cristianos y miembros de otras comunidades así como a todos los hombres de buena voluntad. El Evangelio, con sus continuas referencias a la realidad de la resurrección, nos invita a la verdadera alegría que supera los padecimientos físicos, espirituales y morales y la oscuridad de la muerte a la vez que nos abre el horizonte del gozo en la vida eterna. El tema de la resurrección de Cristo como fundamento de la esperanza y alegría cristianas, está muy presente en esta exhortación apostólica. El mismo Papa escribe: “Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que se nos encomienda” (EG, 275). 


 Al igual que Juan XXIII, critica un comportamiento que contempla la vida negativa y depresivamente, afirmando: “Así se gesta la mayor amenaza, que es ‘el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando en mezquindad’ . En este contexto desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo. Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón ‘como el más preciado de los elixires del demonio’ ” (EG 83). Hace ya un tiempo, algún autor contemplaba al arquetipo de pastor de almas, del que sólo salían resabios negativos y depresivos . A ello alude el Papa cuando dice: “Hay cristianos cuya opción parece ser la de una cuaresma sin pascua. Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo” (EG 6). También Pablo VI en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi se expresó al respecto: “Ojalá que el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo” (EN 80).

Esta alegría es una esperanza fundamentada espiritualmente, que nace del encuentro con Cristo y que nos contagia el buscarlo de continuo en el entusiasmo de hacer el bien. Pero existen evangelizadores que están convencidos de que ellos solos son los únicos responsables de que la proclamación de la fe tenga éxito, pasando por alto el que “en todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar” (EG 119). El primado de la gracia exige que descubramos en nosotros mismos el actuar de la gracia y de esta forma hacerse al camino, juntos. En este sentido dice el papa Francisco: “Por supuesto que todos estamos llamados a crecer como evangelizadores… Todos tenemos que dejar que los demás nos evangelicen constantemente… En cualquier caso, todos somos llamados a ofrecer a los demás el testimonio explícito del amor salvífico del Señor, que más allá de nuestras imperfecciones nos ofrece su cercanía, su Palabra, su fuerza, y le da un sentido a nuestra vida” (EG 121). En estas palabras queda claro que el primado de la gracia no es ninguna excusa para la negligencia y la comodidad. Estamos en continua búsqueda de la verdad, libertad y belleza de Dios en el mundo. Y quien encuentra esa belleza, crecerá con ella hacia una ética del amor.

El Papa nos ofrece algunas conclusiones concretas para la concepción del mundo, del hombre y de la cultura. Y lo hace cuando escribe: “En los distintos pueblos, que experimentan el don de Dios según su propia cultura, la Iglesia expresa su genuina catolicidad y muestra ‘la belleza de este rostro pluriforme’” (EG 116). También resalta la pluralidad del mundo, participa del posmoderno primado de la pluralidad y sabe que la Iglesia no puede ser católica, si lo quiere medir todo por un mismo rasero. La pluralidad nace de la belleza de la creación y de la encarnación y pide expresamente caminos de nueva inculturación. “No haría justicia a la lógica de la encarnación pensar en un cristianismo monocultural y monocorde” (EG 117).

 La tarea de la inculturación no afecta sólo a las culturas no europeas, sino que urge en nuestra sociedad, dado que la concepción de una cultura unitaria del occidente se ha desvanecido. Precisamente por ello en la evangelización la Iglesia no puede adoptar estrategias uniformes. El anuncio evangélico “se transmite de formas tan diversas que sería imposible describirlas o catalogarlas, donde el Pueblo de Dios, con sus innumerables gestos y signos, es sujeto colectivo (EG 129)”.

La evangelización es un proyecto del encuentro con el hombre individual en su fuerza y en su debilidad. El Papa rechaza también una delimitación recíproca de espiritualidades, dones o carismas, porque “son dones para renovar y edificar la Iglesia. No son un patrimonio cerrado, entregado a un grupo para que los custodie; más bien son regalos del Espíritu integrados en el cuerpo eclesial, atraídos hacia el centro que es Cristo, desde donde se encauzan en un impulso evangelizador” (EG 130). 

 Todo el camino de la evangelización debe ser recorrido, según el papa Francisco, a través de una explícita cultura de la comunidad. El peligro de la privatización de la vida hay que afrontarlo con una actitud comunitaria. Se trata del celo misionero de todos los bautizados para con todos los hombres. Toca “anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie” (EG 23). Con esta actitud de partida la pastoral tiene que ser más expansiva y abierta, para que se vea favorecida la respuesta positiva de todos aquellos a los que Jesús ofrece su amistad (EG 27). 

La alegría del Evangelio, el amor como fruto del Espíritu de Dios, los referentes mundo, hombre, cultura y camino comunitario son las directrices básicas, propuestas por el papa Francisco, ante la exigencia de renovar la misión evangelizadora de la Iglesia en el contexto contemporáneo. 

Con la esperanza firme de que en estas Jornadas el Espíritu les iluminará y que serán imbuidos por la alegría misionera del Evangelio, que llena la vida de la comunidad de los discípulos de Cristo, les encomiendo al patrocinio del Apóstol Santiago.
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