“Nueva evangelización” designa “un proyecto pastoral” preciso y original, nacido del Concilio Vaticano II: la necesidad de reformular la evangelización a partir de la Palabra, en el Espíritu Santo


1. Juan Pablo II mencionó por primera vez el término "nueva evangelización" en 1979 en Polonia y lo universaliza en el discurso pronunciado en la asamblea del CELAM en Puerto Príncipe en 1983. Con él se refería a la realización del proyecto del Vaticano II en continuidad con la tradición, a una reanudación de la Iglesia a partir de sus orígenes sobrenaturales.

Apenas elegido papa, con el nombre de Juan XXIII, el cardenal Angelo Roncalli anunció la intención de convocar un Concilio ecuménico para la renovación, el aggiornamento, en la Iglesia. Inauguró el Vaticano II, hace cincuenta años, con un discurso en el que interpretó positivamente la historia, manifestación de la acción de Dios, y afirmó la perennidad de la fe, a pesar de la variedad de sus expresiones en los más diversos tiempos y culturas.

Era una gran novedad, pues la Iglesia, que desde la Edad Media se había caracterizado por un movimiento de progresiva centralización conservadora y uniformidad dogmática, liturgia y moral, pasaba a mostrarse sensible a los cambios históricos y culturales.

El cristianismo, en los primeros tiempos, se había dejado influir por el helenismo, traspasando la tradición judía. Juan XXIII comparó, por ello, el Concilio, a un nuevo Pentecostés: el Espíritu Santo abría para la Iglesia un nuevo camino de libertad, que es, por naturaleza, fuente de renovación y de diversidad.

Al cierre del Vaticano II, el 8 de diciembre de 1965, se había conquistado el principio de que era necesario y posible cambiar y diversificar las formas religiosas en las que se encarnaba la vida de comunión con Dios, ofrecida a todos los seres humanos, en la Iglesia.

Todos los hombres, de todas las épocas y culturas, sin dejar de ser lo que son, tienen acceso a la salvación ofrecida por Cristo a toda la humanidad. Pero la universalidad de la salvación implica una gran diversidad en las maneras de vivirla, ¡diversidad hasta entonces muy temida por la Iglesia!

Sin embargo, abierta la puerta a la diversidad, se asistió, en el inmediato postconcilio, a un hervidero de teologías y de planes de pastoral, en las más diversas direcciones. Fue entonces necesario que, desde la muerte de Juan XXIII, en 1963, su sucesor, el cardenal Juan Bautista Montini, con el nombre de Pablo VI, defendiera y exigiera la fidelidad de todos a la Iglesia, para garantizar la unidad y evitar la prevalencia de la diversidad en nombre del vínculo eclesial de la unidad.

A finales de los años setenta, se sentía fuertemente la necesidad de encontrar nuevos rumbos que unificaran en profundidad la acción de toda la Iglesia. El cardenal Albino Luciani, fue elegido papa con el nombre de Juan Pablo I, pero apenas sobrevivió algunos días. Para sucederle, fue elegido el cardenal Karol Wojtyla, con el nombre de Juan Pablo II. En 1978 se inauguró, así, uno de los pontificados más largos de la historia, de 27 años.

No hay duda de la fidelidad del nuevo papa al Vaticano II, pero también fue evidente su desconfianza respecto a las novedades teológicas y pastorales surgidas en el postconcilio, y su inclinación a dejarse guiar por la tradición milenaria de la Iglesia, lo que llevó a algunos autores más atraídos por las novedades a denunciar, en la Iglesia, una supuesta “vuelta a la antigua disciplina”.
Nadie cuestiona el carisma del vigoroso papa de 58 años. Su actuación está decididamente dirigida al futuro. Está convencido de que se debe empeñar a fondo en la realización del proyecto del Vaticano II en continuidad con la Tradición y afronta positivamente los problemas, no sólo de la Iglesia, sino de todo el mundo contemporáneo.

Desde esta perspectiva, propone una reanudación de la Iglesia a partir de sus orígenes sobrenaturales, una “nueva evangelización”. Menciona el término por primera vez en su visita inicial a su tierra natal en 1979 y lo universaliza, por así decirlo, en el discurso pronunciado en la asamblea del CELAM en Puerto Príncipe en 1983.

No se trataba de una idea exacta de lo que significa la “nueva evangelización”, ni de una teoría, de una clara visión de lo que hacer; era una dirección a seguir por la Iglesia, intuición de pastor que precisaba determinar un rumbo para dar un nuevo impulso a la misión evangelizadora.

Evangelización nueva, decía el papa, por “un nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas experiencias”. Era una especie de la palabra profética, legada como un desafío por explorar tanto en sus fundamentos teóricos como en sus aplicaciones pastorales.

2. La XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los obispos sobre la nueva evangelización celebrada en octubre de 2012 ayudó a aclarar la naturaleza de la nueva evangelización: consiste en, desde el encuentro personal con Cristo, dar testimonio del Evangelio en el mundo secularizado en el que vivimos, a partir del primer anuncio preemnente y explícito de salvación, obligación de todo cristiano y derecho de toda persona.

Uno de los primeros, y tal vez el principal fruto de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los obispos, en octubre de 2012, sobre la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana es el análisis del concepto de nueva evangelización.
Desde los Lineamenta y a través de todo el Instrumentum Laboris, destaca la preocupación por definir, sino en el sentido estricto, que entender por nueva evangelización. La respuesta se encuentra en los seis primeros párrafos el Mensaje al Pueblo de Dios, del día 26 de octubre y en las nueve Proposiciones, de la 4ª a la 12ª, que componen el primer párrafo el documento publicado oficiosamente en inglés, titulado La naturaleza de la nueva evangelización.

“Los Padres Sinodales reconocen la enseñanza del Vaticano II como instrumento vital para la transmisión de la fe, en el contexto de la nueva evangelización”, así concluye el primer párrafo de las proposiciones (Proposición 12). Esta Declaración va mucho más allá de lo que parece a simple vista. Implica el reconocimiento por parte de la Asamblea Sinodal de que la nueva evangelización sigue la estela de la renovación realizada por el Vaticano II.

Tras este reconocimiento está la interpretación de que el impulso renovador del Vaticano II tiene su origen, no en la Iglesia ni tampoco en el mundo, sino en la acogida de la Palabra, en el acto de creer. Fue la respuesta que ya se había dado en el Catecismo de la Iglesia Católica, determinada por la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de 1985. El Catecismo, para ser fiel al Vaticano II, optó por la representación de las verdades de fe no en sí mismas, en función de su contenido, como se hizo en 1566, en el Catecismo Tridentino, sino más bien en representación de la doble perspectiva del designio de Dios y del acto libre de creer.

Por esta razón se realizó en cada parte, una primera sesión, que coloca en perspectiva la transmisión de las verdades de la fe en las cuatro partes clásicas del Catecismo: el Creo-Creemos, el acto de creer, en la primera parte, el misterio de la economía sacramental en la segunda, la vida en el Espíritu, para la práctica de los mandamientos, y, en la última parte, el sentido de la oración en la vida cristiana.

Como el Catecismo, de hace veinte años, la nueva evangelización está en perfecta continuidad con el Vaticano II. El primer párrafo de las Proposiciones parte de los orígenes trinitarios de la Iglesia, que participa en la vida de la Trinidad, “fuente de la nueva evangelización” (Proposición 4), tal como proclama el Concilio al reconocer a la Iglesia como “sacramento de unidad de Dios y de toda la humanidad” (LG, 1), es decir, “el pueblo unido por la unida misma del Pare, del Hijo y del Espíritu Santo” (LGI, 4), como ya dijo Cipriano de Cartago (†258).

Dos consecuencias importantes derivan de este primer principio: la primacía de la gracia de Dios” y la universalidad de la salvación. Lejos de ser una actividad de propagación de la religión católica, de proselitismo, la nueva evangelización está llamada a estar presente en todas las culturas (Proposición 5) como “proclamación del Evangelio (Proposición 6), correspondiendo al “carácter misionero permanente y universal” de la Iglesia (Proposición 7).

Consiste, por lo tanto, en dar testimonio del Evangelio en el mundo secularizado en el que vivimos” (Proposición 8),  a partir del “primer anuncio preeminente y explícito de salvación” (Proposición 9), que es “la obligación de todo cristiano y, al mismo tiempo, derecho inalienable de cada persona de conocer a Jesucristo y el Evangelio” (Proposición 10), que está inseparablemente ligado “con la familiaridad con la Escritura, la Palabra de Dios” (Proposición 11).

Paralelamente, en su Mensaje al Mundo, los Padres sinodales parten del encuentro personal con Jesús vivido por la Samaritana (Mensaje 1), al que invitan a “todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo” (Mensaje 2), porque este encuentro es la experiencia fundamental e la vida cristiana en la Iglesia (Mensaje 3) alimentado por la lectura frecuente de las Escrituras (Mensaje 4).

Llegamos así a la conversión, a dejarnos evangelizar (Mensaje 5), consolidando así nuestra adhesión a Dios, por Jesucristo y volviéndonos capaces de transmitirla en todas las circunstancias de nuestra vida (Mensaje 6).

3. La nueva evangelización se realiza desde la amistad personal con Dios. No es una tarea específica ni un momento determinado de la transmisión de la fe, sino la manera como, desde los últimos cincuenta años, la Iglesia permanece como Esposa fiel en un mundo que tiende a olvidar a Dios.

Tanto en el Mensaje como en las Proposiciones, se detallan una serie de consideraciones de orden práctico y pastoral para ser tomadas en cuenta en la aplicación concreta del proyecto neoevangelizador. El trabajo de sistematización se le deja al Santo Padre, que deberá retomar los elementos propuestos por la Asamblea en la esperada Exhortación Apostólica.

Algunos ejes fundamentales, sin embargo, pueden ser confirmados ya, empezando por todos los trabajos que hay sobre la nueva evangelización, y por lo escrito y dicho por Benedicto XVI, en particular en la proclamación del Año de la Fe; en el ciclo de catequesis sobre la fe, que comenzó en 2012; en su cuarta encíclica sobre la fe, anunciada para la Pascua de 2013 y en muchas ocasiones en que se ha profundizado sobre el tema.

No hay duda de que en la base de la Nueva Evangelización está el encuentro personal con Cristo, como experiencia fundamental, que define todo el marco de nuestra vida cotidiana. Estamos todos llamados a vivir siempre y en todas las circunstancias, como amigos de Jesús y a hacer de esta amistad personal el marco de nuestra existencia.

No siendo el cristianismo ni una filosofía de vida ni, mucho menos, una mera moral, sino una amistad personal con Jesús y con cada una de las Personas de la Trinidad, la fe es, antes que nada, un lazo personal de adhesión a Dios y a su Palabra, en el Espíritu.

El acto de creer, al ser un don personal de Dios y un acto de libertad, tiene prioridad sobre el contenido de la fe, formado por las expresiones referidas a la vivencia de la relación personal que las sustenta.

En palabras del Catecismo (nº150), “la fe es, antes que nada, una adhesión personal a Dios e, inseparablemente, pero en segundo lugar, la libre acogida del conjunto de las verdades reveladas por Dios”.

Al promulgar el Año de la Fe, Benedicto XVI nos invita a “comprender más profundamente los contenidos de la fe y, unido a ellas, también el acto con el que decidimos, con plena libertad, entregarnos totalmente a Dios” (Porta Fidei, 10).

Es preciso, por tanto, distinguirlos para poder unirlos. “Existe, de hecho, una unidad profunda entre el acto de creer y los contenidos a los que damos nuestro asentimiento. El apóstol Pablo nos adentra en esta realidad cuando escribe: “Con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación” (Rm 10, 10). El corazón indica que el primer acto, por el que se llega a la fe, es don de Dios, acción de gracias que actúa y transforma a la persona desde lo más íntimo de la misma” (Ib.).

El fundamento de la Nueva Evangelización, el acto de creer, que es don de Dios, despertado por el encuentro personal con Jesús, que los discípulos están llamados a preparar, como Felipe y Andrés realizaron con los griegos que querían ver a Jesús (Jn 12, 22). La función del primer anuncio es la de facilitar ese encuentro, por eso tiene tanta importancia la nueva evangelización.

De hecho el “primer anuncio” no se limita al kerygma inicial que dejaría de estar activo cuando comienza la catequesis. Toda la formación cristiana debe estar constantemente animada por el despertar del acto de creer, sin el cual el contenido de la fe no se sustenta, debido a la unidad profunda que existe en la fe entre el acto de creer y el contenido de las verdades reveladas.

La nueva evangelización no es, por tanto, una tarea específica o un momento determinado de la transmisión de la fe, sino el alma que mantiene viva la catequesis, o el espíritu en el cual la palabra es efectivamente acogida, o el clima en el que la Palabra de Dios debe ser siempre, en la Iglesia, proclamada y enseñada.

El plan pastoral de Benedicto XVI, que denominamos “nueva evangelización”, en continuidad con el Vaticano II, siempre retomado por la Iglesia católica en los últimos cincuenta años es lo que el Espíritu dice a la Iglesia, que permanezca siendo su Esposa fiel en un mundo que tiende a olvidar a Dios. 

Publicado en: Aleteia

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