"La Palabra del Señor, en boca de sus predicadores, riega la sequedad de las ánimas como lluvia del cielo venida; y embriagadas con dulce amor del Señor, les hace dar frutos de buenas obras. Y por experiencia se ve que el pueblo donde hay predicación de la Palabra de Dios se diferencia de aquel donde no la hay como tierra llovida y fértil a la seca, que, en lugar de fruto, dé abrojos y espinas. Mas, porque la tierra, aunque llovida, ha menester, juntamente con su humedad, ser ayudada del calor del sol, son también [los predicadores] comparados al mismo sol, porque con el calor y fuego de la Palabra de Dios producen en las almas fruto provechoso a quien lo hace, y sazonado y sabroso al Señor; y, con alumbrar el entendimiento, dan conocimiento de Dios y enseñan el camino del cielo, alumbrando de los tropiezos que en él se pueden ofrecer".
San Juan de Ávila, tratado sobre el sacerdocio, 45