"La bendita Virgen María dio al Verbo de Dios el ser hombre, engendrándole de su purísima sangre, siendo hecha verdadera y natural Madre de Él; y en esto ninguno le fue igual, ni es ni será. Mas tiene semejanza con esto el ser sacramental que el sacerdote da a Dios humanado por una tan alta manera que primero no lo tenía. Y por esto no se llama al sacerdote padre ni madre del Hijo de Dios, mas ministro de un nuevo ser de que antes el Señor carecía.
Mas esta ventaja lleva el sacerdote a la Virgen sagrada: que ella una sola vez le dio ser humano, y él cada día y cuantas veces quisiere haciendo lo que debe para bien consagrar. Ella engendró a Cristo pasible, mortal y que venía a vivir en pobreza, humildad y desprecio; y ellos consagran a Cristo glorioso, resplandeciente, inmortal, impasible, que, acabando el tiempo de su penoso peregrinaje y el oficio de servir a los hombres, subió a los cielos y está reinando sobre toda criatura y adorado y reverenciado de todos; y, estando en trono de tanta majestad, se viene a encerrar en la pequeñez de la hostia y a las manos del sacerdote por medio de las palabras de la consagración..."
Tratado sobre el Sacerdocio, 2