"Entre todas las obras que la divina Majestad obra en la Iglesia por ministerio de los hombres, la que tiene el primado de excelencia y obligación de mayor agradecimiento y estima, el oficio sacerdotal es, por ministerio del cual el pan y el vino se convierten en Cuerpo y Sangre del Jesucristo nuestro Señor, y su divina persona está, por presencia real, debajo de los accidentes del pan que antes de la consagración había. Conviene mucho conocer esta merced, para agradecerla al Señor, que la hace, y también para usar bien de ella; lo cual, como San Ambrosio dice, no se puede hacer si primero no es conocida. [...]

Si queremos comparar la alteza del oficio sacerdotal, sin comparación, será como comparar un cortesano con la cámara del rey, que trata con su misma persona; a un aldeano, que ha menester el favor de este privado, y se hinca de rodillas delante de él y le besa las manos pidiéndole con mucha humildad que interceda por él al rey con quien trata; y, si lo queremos comparar con reyes, aunque sean monarcas, excédeles tanto, según San Ambrosio dice, como el oro excede al plomo".

(S. Juan de Ávila, Tratado sobre el sacerdocio, 1)

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