"El sacerdote, como Orígenes dice, es faz de la Iglesia; y como en la faz resplandece la hermosura de todo el cuerpo, así la clerecía ha de ser la principal hermosura de toda la Iglesia. Y es de mirar que como en la faz corporal están puestos los ojos, que no sólo sirven para dar lumbre al cuerpo porque no tropiece, mas para llorar los tropiezos que diere y todos lo otros males que de otra cualquiera ,manera vinieren al cuerpo, como si los mismos ojos fuesen heridos, así el sacerdote ha de tener dos ojos, como las dos piscinas en Hebrón (cf. Can 7, 4: in Hesebon), con que llore las ofensas de Dios y la perdición de las ánimas, y transforme en sí y sienta como propios suyos los trabajos y pecados ajenos, representándolos delante del acatamiento de la misericordia de Dios con afecto piadoso y paternal corazón; el que debe tener sacerdote con todos , a semejanza del Señor, y también de S. Ambrosio, que decía que no menos amaba a los hijos espirituales que tenía que si los hubiera engendrado de legítimo matrimonio; y San Juan Crisóstomo dice que aún se deben amar mucho más. Y así, el nombre de padre que a los sacerdotes damos les debe amonestar que, pues no es razón que lo tengan en vano y mentira, deben de tener dentro de sí el afecto paternal y maternal para aprovechar, orar y llorar por sus prójimos".
S. Juan de Ávila, Tratado sobre el sacerdocio, 11