Foto: Miguel Castaño |
Loimil, Orazo, Agar, Riobó, Remesar, San Pedro y Santo Tomé de Ancorados, en A Estrada, y Dornelas, en Silleda, es tu territorio
Con una camisa negra, ligero tupé y dándole caladas a un pitillo rubio es un chaval de su edad. Conduce ligero, sintoniza Los Cuarenta Principales y teclea con un Samsung Galaxy. «Moitos cren que como son cura teño que ir escoitando o rosario», bromea. Pero en cuanto se coloca el alzacuellos, Fermín es don Fermín. Es increíble lo que transforma un trozo de plástico.
El maletero del Astra es una tienda: carbón para los incensarios, vino, hostias sin consagrar, casullas... Loimil, Orazo, Agar, Riobó, Remesar, San Pedro y Santo Tomé de Ancorados, en A Estrada, y Dornelas, en Silleda, es tu territorio. Solo Loimil llegó a tener una rectoral con ocho curas. Ironías de la vida, hoy es un cura el que lleva ocho parroquias. Con la máxima de tener las puertas de sus iglesias abiertas, «para os que cren e para os que non», su carácter extrovertido hace de él un cura cercano, «un paisano máis».
Sin descanso
Primera parada en el tanatorio de A Estrada. Hay que pedir el descanso eterno para el señor Luis y darle salida al cadáver, que será enterrado en San Martiño de Riobó. Aunque el tiempo apremia, lo primero es lo primero: interesarse por la familia y repartir abrazos y humanidad, que nunca sobran. Cuarenta minutos más tarde el Opel aparca en la iglesia de San Martiño, donde las esquelas de los muertos todavía se grapan sobre los postes de la luz para que las lean los vivos. Fermín encaja el coche sobre la R de reservado. «¡R de reverendo!», bromea. Al rato llega, solemne, uno de esos enormes Mercedes en los que todo el mundo tiene una plaza segura, la del último viaje. Funeral de cuerpo presente y caminata hasta el cementerio nuevo. El cura canta.
Fin del entierro. Pitando hacia Remesar para una misa de ángeles. Si escuchan una campana que repica amuiñeirada, tan-taran-tan-taran-tan, el fallecido era un niño; es un código casi universal. Fermín tiene la complicadísima tarea de consolar a una familia inconsolable midiendo cada palabra con precisión quirúrgica. Y sale airoso. «Oírlo me reconforta», le dice la abuela del pequeño, muy afectada.
El tiempo está apretado para llegar a San Pedro de Orazo y oficiar otra misa. Pero el párroco se saca diez minutos de la manga para visitar a una enferma en Dornelas. «¡Vaia a modo, don Fermín!», le dice una feligresa. Y con el pitillo en una mano, el volante en la otra y el pie en el acelerador, el sacerdote le contesta: «¡Xa sabe: cura ao volante, perigo constante!».
Antes de regresar a casa aún se dará una vuelta por Agar, que andan los cacos alborotados y conviene vigilar. Con la misión del día cumplida sentencia: «Non me fixen cura para cambiar o mundo, só para botar unha man». Y mañana, Dios dirá. O quien sea.
«Nunca pensei que acabaría de cura -dice-, ao mellor de garda civil de tráfico, ou de mecánico...». Pero los caminos del Señor son inescrutables. Cuando un sacerdote que se llama Carlos Fermín Santiago Iglesias (Laíño-Dodro, 1985) te espeta, nada más presentarse, que tiene nombre de actor de telenovela, el hielo, más que romperse, se disuelve. Se ordenó el 1 de julio y, apenas cuatro meses después, ya tiene más parroquianos que muchos alcaldes. Hoy toca levantar un cadáver, oficiar un funeral y dos misas y visitar a una enferma. «Non é dos días peores», dice. Cómo será uno malo. El Opel Astra del cura, que tiene un mes, ya marca 8.000 kilómetros de labor pastoral.