Sacerdotes de bata blanca, religiosos ataviados totalmente con equipos de protección individual
que difícilmente les diferencian de médicos y enfermeros. Este ha sido
el cuerpo de capellanes y sacerdotes que durante estas semanas se ha
convertido en una unidad más para luchar contra el virus, en este caso
desde una vertiente espiritual, confortando a enfermos y a sus familias,
pero también a los propios sanitarios y otros profesionales que están
en hospitales, cementerios u otras instalaciones.
Al inicio de la pandemia eran más de un centenar los capellanes que estaban al pie del cañón en los hospitales y otros cientos se les han unido estas semanas.
Como consecuencia, son muchos los que también han tenido que dar un
paso atrás al contagiarse, pero otros compañeros a su vez han dado un
paso al frente para sustituirlos. Y los hay que no han querido salir ya del hospital para estar 24 horas disponibles para quien les necesite.
Una labor agradecida por las familias
Su presencia ha dado paz a médicos y pacientes, han acercado a Dios a
otros muchos, han sido la presencia a la que acudir en momentos de
dificultad pero también el enlace entre enfermos y sus familias. Su
labor se ha multiplicado y muchas familias estarán para siempre
agradecidas por el papel que han desempeñado estos sacerdotes.
En ABC, Laura Daniele
ha hablado con cuatro de estos capellanes que han estado estas semanas
en grandes hospitales públicos, en centros de cuidados paliativos, en el
hospital de campaña que se levantó en IFEMA o participan en el Servicio
Sacerdotal de Urgencias (Sarcu).
Un sacerdote para casos de urgencia
Precisamente, el padre Javier Martín Langa lleva un año y
medio en el Sarcu y está ya totalmente habituado a vivir al lado de su
teléfono móvil por si entra una llamada urgente. Junto a él cada día 40
sacerdotes están por las noches pendientes de alguna salida.
Este joven sacerdote asegura que “somos los guardianes que vigilan la diócesis de Madrid”
y explica que “antes nos llamaban personas que necesitaban desahogarse
pero ahora muchos son ancianos que están asustados porque sienten que
les ha llegado la hora”. Cada noche acude a hospitales o residencias de
ancianos, donde su mayor preocupación han sido los enfermos que mueren
solos. “Nadie debería experimentar morir solo”, se lamenta.
“Uno de los momentos más duros ha sido ver cómo una abuela se
despedía de sus hijos y de sus nietos a través de una videollamada. Fue
desgarrador pero los cristianos sabemos que nos espera una vida mejor en
el cielo”, afirma este religioso madrileño.
Capellán en un hotel medicalizado
Por su parte, al carmelita descalzo Miguel Márquez la llegada
del coronavirus le pilló en España por lo que rápidamente se puso a
disposición de la Archidiócesis de Madrid para ayudar a los capellanes
de los hospitales, que en ese momento se encontraban completamente
desbordados. Y finalmente fue enviado a uno de los hoteles medicalizados
que alberga a pacientes menos graves.
Su labor se desarrolla en el hotel Miguel Ángel, uno de los más
conocidos e importantes de Madrid y que ahora alberga a 100 pacientes.
Según este religioso, “la gente necesita romper los muros de la estrechez en la que están metidos. Muchos empiezan a hablarte de su enfermedad y terminan por contarte toda su vida”.
En su experiencia durante estas semanas, este carmelita descalzo
señala que para algunas personas con las que ha tratado el virus “ha sido una oportunidad para descubrir que su vida no iba por buen camino pero a otros los ha hundido en la ansiedad y la tristeza”.
La dura labor en los cementerios
Por su parte, al padre Julián Nicolás le ha tocado lidiar con
la catástrofe del coronavirus en un cementerio. Como párroco de Santa
María la Antigua tiene a su cargo el cementerio de Vicálvaro. Explica
que “los enterramientos se han multiplicado por cuatro desde que se dictó el estado de alarma”.
Este párroco asegura que normalmente se producían entre ocho y diez
enterramientos al mes en este pequeño cementerio, mientras que en abril
han sido dos o tres… al día. “En mis 34 años de cura nunca había vivido una circunstancia así.
Los escasos familiares que pueden acompañar a los finados, están
abrumados por no haber podido atenderles en sus últimos días, y por no
poder acompañarles con toda la familia en su último viaje”, asegura este
sacerdote.
Muchas de las personas fallecidas eran fieles de su propia parroquia. “A algunos los saludé el último día antes del estado de alarma y a la semana siguiente los estábamos enterrando porque habían fallecido por Covid-19”, cuenta un emocionado sacerdote.
En este tiempo tan complicado, el padre Nicolás cree que la gente
necesita afecto y compañía, pero a día de hoy es extremadamente
complicado debido a las normas establecidas para evitar los contagios. Así que de momento dedica buena parte del día a llamar por teléfono a sus feligreses para asegurarse de que se encuentran bien.
Fernando Aliaga ayuda al tránsito a los pacientes terminales con los que trata en este centro de cuidados paliativos / ABC
Acompañar en el tránsito a los enfermos
Por último, el sacerdote Fernando Aliaga es capellán del
centro de cuidados paliativos La Laguna de Madrid y además es médico. Y
en estas semanas ha acompañado más que nunca a los enfermos terminales
que padecían coronavirus.
Según explica a ABC, “es duro porque aquí no puedo decirle a los pacientes que se van a poner bien”. Su difícil misión en este caso es ayudar a los enfermos a hallar o fortalecer la fe en este momento de tránsito.
“Hoy he hecho la visita a los pacientes y a un señor mayor que le
encantan los toros le he dejado la tableta para que pueda ver alguna
corrida. Es muy importante que vean que no están abandonados”, señala el padre Fernando.
Pero su mayor alegría ha sido ver recuperar la fe de muchos antes de morir. “He vivido muchas conversiones de personas que habían abandonado la fe”, afirma convencido.
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