José Carlos Bermejo
es un religioso y como camilo que es tiene la vocación concreta de
entregar su vida a cuidar de los enfermos y los más vulnerables. Y así
lo hace ahora como director del Centro San Camilo
de Tres Cantos en Madrid, donde se encuentra el Centro de Humanización
de la Salud y el Centro Asitencial para mayores y cuidados paliativos.
Con los más de 13.000 muertos, decenas de miles de contagiados y
tantas personas destrozadas por el sufrimiento al no haberse podido
despedir de sus familiares, Bermejo aporta la importancia de humanizar todo este sufrimiento tantas veces anónimo a la vez que ayudar en el duelo en estas circunstancias tan excepcionales.
Doctor en Teología Pastoral Sanitaria y Máster en Bióetica y
Counselling, este camilo es profesor de varias universidades y en esta entrevista con Carlos González en la revista Ecclesia aporta su experiencia médico-pastoral en esta situación crítica que vive el mundo debido al coronavirus:
- La pasión por cuidar en la fragilidad está en
el ADN de los profesionales, también vulnerables, pero tenaces y fieles.
¿Cómo nació su pasión por cuidar en la fragilidad?
- Mi pasión por contribuir a humanizar el mundo de la salud mediante
una cultura del cuidado centrado en la persona, se ha ido tejiendo a lo
largo de los años por ósmosis de mis mentores y apasionados formadores. He
tenido el lujo de contar con religiosos camilos en mi vida, que me han
conectado con el genio de la caridad que fue san Camilo de Lelis, un
gran reformador de la historia de la asistencia sanitaria en el siglo
XVI. Conocerle a él, de manos de mis compañeros, me ha llevado a
saborear el potencial que hay en el encuentro con el Jesús histórico que
arrancó el movimiento más importante de toda la historia de la pasión
por la salud de la humanidad. Comencé mi camino vocacional con los
religiosos camilos con solo 11 años.
- Desde entonces hasta hoy, toda una vida
acompañando historias desnudas, corazones delicados y soledades —a veces
deshabitadas—. Ante tanto dolor, ¿no le duele la vida?
- Hay un precio inevitable en el trabajo con las personas que sufren.
Lo llamamos «fatiga por compasión», el precio de la empatía. Es
inevitable. Cuando este se vuelve patológico, lo designamos como
«síndrome del burn-out» o desgaste profesional. Le puede suceder a
cualquier profesional de la relación de ayuda en el sufrimiento. Y me
duelen especialmente algunos sufrimientos evitables que habitan a
personas con las que me encuentro, porque tienen un color de injusticia.
Pero me duelen también los sufrimientos evitables por el mero hecho de
entrar en ellos. Hay un sufrimiento vicario que hay que estar dispuesto a
pagar por decidir trabajar en el mundo de la humanización de la salud.
- ¿Cómo hace para seguir con el alma en pie?
- Seguir en pie, en el transcurrir de los años en contacto con la
cara oscura de la vida, es posible cultivando los recursos internos, los
valores, así como construyendo relaciones de soporte recíproco tanto en
comunidad como en la amistad. Seguir en pie, con el paso del tiempo, es posible si dejamos que Dios haga su trabajo como artista del cuidado a través de nuestra frágil condición humana.
Y es posible si nos consideramos sanadores heridos y, por tanto,
también necesitados de ser mimados y acariciados por los demás,
apoyándonos en el ancla de la esperanza comunitaria.
- En estos momentos, inmersos en plena crisis
por el coronavirus, con cifras cada vez más dolorosas de personas que
mueren solas, sin absolutamente nadie alrededor… ¿Cómo puede el ser
humano afrontar la pérdida de los seres queridos en estas
circunstancias?
- Es muy duro. Muchas personas se habían prometido fidelidad «en la
salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las penas, todos los días
de la vida». Y ahora, en esta crisis, los motivos de salud
comunitaria nos obligan a estar separados en la pena más grande: la
separación final, la muerte. Nos expresamos, en el cuidado
recíproco, la naturaleza de nuestro amor, de nuestro vínculo. Y ahora
nos vemos privados de esta clave de oro del amor: la presencia en el
morir.
- Una clave, sin duda, sagrada…
- Sí. Y tenemos que reaccionar con creatividad y reforzar el
sentimiento comunitario. Traspasar en el corazón la confianza a los
cuidadores profesionales, transmitirles mensajes que puedan hacerles
llegar a los enfermos aislados, hacérselos llegar con las tecnologías de
la comunicación que se pueda, suplir la caricia física por la caricia
emocional y espiritual. La palabra también tiene el poder de
acariciar. La ausencia de ritos y solidaridad en los primeros momentos
de duelo es otra variable de sufrimiento que puede dificultar el trabajo
de elaboración del dolor por la pérdida de un ser querido. Hay personas
que están reaccionando con creatividad y creando asambleas virtuales y
oraciones, y ritos que son seguidos en comunidad virtual. Son
oportunidades de expresión de la solidaridad en tiempos de distancia
física.
- Y qué importante es no recrearse en el drama para poder avanzar, ¿verdad?
- Necesitamos el dinamismo de la esperanza. Es propio de la esperanza
lamentarse, en un primer momento. El que se lamenta es porque desea que
las cosas no sean como son, sino de otra manera. Ahora bien, el que se
instala en la lamentación no arranca el dinamismo de trabajar porque se
haga realidad lo que anhela. Por eso, es penoso recrearse en el drama. Es saludable desahogarse y expresar los sentimientos, también los de desánimo;
pero, a la vez, necesitamos comprometernos responsablemente por lo
deseado, confiando en nuestros recursos, en los demás, en los recursos
del corazón, en Dios mismo.
- Sin embargo, el hecho de no poder acompañar
—de cuerpo presente— el dolor y la partida, ¿es un factor que puede
aumentar el riesgo de complicación en el duelo?
- Efectivamente, no poder estar al final y en lo que rodea el
morir, tanto antes de que se produzca, como después, es un factor que
puede aumentar la vulnerabilidad al duelo complicado. La ausencia
impide no solo el contacto físico, sino que en ocasiones impide la
expresión directa de claves de cierre, como es darse las gracias, pedir
perdón, verificar visiblemente el dolor de la separación, contemplar la
naturaleza de la muerte como proceso, levantar acta de la verdad
impuesta por la naturaleza, que es la transformación del ser vivo en
cadáver…
- Pero, a veces, parece que solamente cuenta el final. Y entonces…
- Lo importante es no cargar las tintas sobre el valor de la
presencia física en esos instantes, cuanto cultivar una mirada más
amplia que lleve a tomar conciencia de que el final ha sido un proceso
más largo, no solo el de separación o aislamiento. Lo importante es impedir que la valoración de esta ausencia sea solo negativa,
puesto que se puede leer también como un acto de amor a la salud propia
y de la comunidad. Lo importante es tener el coraje de pedir ayuda con
naturalidad a referentes expertos en el acompañamiento en duelo
complicado, como los Centros de Escucha San Camilo, que existen en
España a partir del primero, fundado en 1997.
- ¿Y dónde está Dios en medio de tanto dolor, angustia, incomprensión, impotencia y sufrimiento?
- Dios está más visible que nunca, si cabe. Lo estamos viendo en su
bondad y misericordia en el batallón de profesionales de la salud y del
cuidado en centros de mayores, que, en circunstancias límite y sin
suficientes recursos de protección, están mostrando la ternura de Dios y
su presencia saludable: que da salud y cuidado. Dios está más visible que nunca —como siempre ha estado— en la persona que sufre
y está crucificada en su cama, en su casa, en la residencia o en el
hospital, esperando que otro ser humano tenga lo suficiente y necesario
para cuidarle dignamente. Dios sufre en el que sufre, sana a través del
cuidador.
- ¿Y cómo y cuánto ayudan la fe y la mirada creyente que pone la esperanza en algún rincón del cielo?
- La dimensión espiritual es un factor que protege la resiliencia, la posibilidad de crecer en la situación traumática.
El dinamismo de la esperanza, propio del ser humano y muy particular
del creyente, refuerza el compromiso por el bien y la paciencia en la
adversidad. El dinamismo sanante de la esperanza construye comunidad y
esfuerzo por ayudarnos unos a otros, tanto física como emocional y
espiritualmente. La fe en Dios permite cultivar la interioridad y la
relación personal con lo más íntimo de nosotros mismos, y dirigirnos
—desde lo hondo— a Aquel que siempre ha estado y estará de nuestra parte
y con nosotros.
- ¿Qué le diría, desde un corazón como el suyo,
que tanto sabe de batallas, silencios y consuelos, a alguien que debe
despedirse de un ser querido dándole un beso y una caricia con
mascarilla y guantes de látex?
- Que suelte la lengua y use las palabras. Con ellas puede acariciar.
Si en otro momento el silencio era el mejor compañero de la caricia
física y la presencia, ahora puede ser al revés. La palabra puede ser el mejor vehículo para decir lo que diría la piel.
Decir gracias, te quiero, adiós, pedir perdón, resumir lo que ha
significado uno para otro o pedir un legado espiritual si el otro lo
puede hacer, son claves para estar en los momentos de despedida, cuando
esto es posible.
- Los camilos hacen un voto solemne de «cuidar a
los enfermos, incluso con peligro de la propia vida». ¿Qué sentido
tiene este voto y hasta dónde están sus manos dispuestas a cumplirlo?
- Estoy haciéndolo, junto con mi comunidad. Estamos a pie de obra
en el Centro San Camilo de Tres Cantos, para mayores y enfermos al final
de la vida. Nada nos echará para atrás. Pero esto que era en otros
tiempos algo que definía a la Orden porque, de lo contrario, muchas
personas se retiraban del cuidado en situaciones de contagio, hoy forma
parte de la generalidad de los profesionales de la salud. La
humanización a la que hemos asistido, se expresa también en esta
conciencia de los profesionales (salvo rara excepción), de tener que
cuidar porque está en el carné de identidad de todos los profesionales
del cuidado.
- Un carné de identidad que, imagino, da sentido
del primero al último de los latidos que configuran la Orden. Y un
camino por el que san Camilo de Lelis hacía especial hincapié, en su
afán de servir a los pobres y morir por ellos… Qué manera tan preciosa
y, a la vez, tan complicada de imitar a Jesús, ¿no?
- Esta es una manera muy inmediata de seguir a Jesús. Leer el texto
del Juicio Final, en Mt 25, 31-46, nos hace tomar conciencia a todos los
cristianos que nos juzgamos a nosotros mismos, es decir, nos
construimos un cielo o un infierno en el mismo gesto del cuidado. El cielo es el mundo del cuidarse sin condiciones. Ese es un paraíso impregnado de la presencia de Dios.
- Tal vez, en esos segundos, cuando más duele
vivir (o morir), nos damos cuenta de la importancia de un beso, un
abrazo, una caricia o un mirar a los ojos mientras pronuncias el nombre
de un ser querido…
- Uno de los aprendizajes de la crisis por coronavirus es la
conciencia del valor del contacto físico. El mismo Jesús lo puso en
valor, tal como lo descubrimos en las narraciones de los milagros de
curación. La mirada, en estos momentos, refuerza su valor al estar
restringida la posibilidad del contacto físico. También la mirada puede acariciar.
La sabiduría popular dice que «hay miradas que matan». Pero es
igualmente cierto que «hay miradas que dan vida», que ayudan al otro a
ponerse de pie, a resucitar, a levantar el ánimo, a consolar, a
sostenerse recíprocamente. La mirada tiene un poder impresionante y es terapia para el desanimado.
—¿Cuál es el mejor mensaje de esperanza que puede escribirse en una corona de flores?
—Sencillamente: te quiero, gracias, a Dios.
—Sencillamente: te quiero, gracias, a Dios.
ReligiónenLibertad