Había un hombre del grupo de los fariseos llamado Nicodemo, jefe judío. Este fue a ver a Jesús de noche y le dijo: «Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él». Jesús le contestó: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios». Nicodemo le pregunta: «¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo?»(…) «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu.»

Así comenzó la aventura de Amor entre Jesús y Nicodemo: una noche, preguntas que hacer, dudas disipadas y una invitación. Y, por cómo continuó la historia, sabemos que Nicodemo aceptó la invitación: resolvió nacer del Espíritu y no seguir más que a un solo Señor que llenaba su corazón. ¿Y tú y yo?

Nico MonteroPentecostés  https://youtu.be/we11HM2snLY

“Meditaba yo para entenderlo, pero me resultaba muy difícil, hasta que entré en el Misterio de Dios y comprendí…” (Salmo 72, 16-17). Como al salmista -reflexiona Matilde, novicia dominica de Lerma-, se me repite en lo interior esta frase tan incisiva y sin aparente respuesta en mi razón: ¿Por qué el mal del Coronavirus? ¿Por qué se ceba en los más indefensos, los mayores, cuyas fuerzas físicas son escasas y sus dolencias muchas?… No es éste el camino por donde se nos dará la respuesta, sino de la mano de una fe en Dios, en su Misterio de Amor.

Desde Dios, todo concurre al bien de los que le aman, nada escapa a su Providencia. Sólo Él sabe sacar bien del mal, y así ha sido ahora. Hoy el reto del amor es meditar y caer en la cuenta de los “Signos de Vida” que Dios ha despertado en tu confinamiento… ¡Cuánta oración de intercesión de unos por otros!… ¡Cuántas súplicas de tantos, que en este desastre, han abandonado su vida anterior y se han puesto al servicio de los que fallecían o de los que luchaban con la enfermedad!… ¡Cuántos que están dando la vida por los hermanos!… ¡Cuántos que, en un reducido espacio, heroicamente, reconstruyen su hogar por el amor y la oración en común!… ¡Cuántas plegarias a la Virgen: “salud de los enfermos”, “consuelo de los tristes”, “paz de los agonizantes”, “Madre de los que lloran a sus seres queridos”!… ¡Cuántos rosarios desgranados en las manos, con los que “se ganan batallas”!… ¡Cuántos que ven el “tener” como basura, comparado con el valor de “la salud” o “la solidaridad” o “el amor” o “el crecer en conocimiento e intimidad con Dios”!… Ha sido providencial que este desastre haya puesto también a prueba nuestra sinceridad en convertirnos al Señor, en esta Cuaresma y la estima tan grande que hemos cobrado ahora al Misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo: ¡Él ha dado su Vida, para que tengamos Vida y no cualquier vida, sino Vida eterna!
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