«Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu».  

Necesitamos nacer de nuevo. Necesitamos que el Espíritu Santo nos inunde totalmente, para hacernos totalmente libres en Dios. Dejarnos llevar por su voluntad, allá donde quiera llevarnos. Decirle, como la Madre Maravillas: “Lo que Tú quieras, como Tú quieras, cuando Tú quieras”. Y Él hará verdaderas obras de arte con nosotros y con nuestras vidas. Que en este tiempo precioso hasta Pentecostés, en nuestro corazón vibre siempre un latir: ¡Ven, Espíritu Santo! ¡Mi alma tiene sed de Ti!

AthenasEspíritu Santo  https://youtu.be/jtt7zyFeNls

“Necesitamos un camino para descubrir a Dios en la vida, como le pasó a Nicodemo, a Tomás, a los de Emaús, -nos escribe Chus Villarroel-. Yo me pasé muchos años intentándolo. Creí, de buena fe, que lo iba descubrir a través del pensamiento y en eso empleé mi tiempo durante muchos años. El Dios que descubrí no me consolaba, no me salvaba, no llenaba mi vida hasta el punto de sentir que tenía dueño, que merecía la pena vivir. Más bien me sucedía lo contrario. Influido por las tendencias de la época, me juzgaba -más bien- como abandonado, no querido ni justificado, como alguien que existía por pura casualidad, un ser sin destino y finalidad aclarados. No me sentía demasiado acuciado y por eso gasté muchos años en ese débil empeño. La sabiduría consiste en conocer el camino, pero siempre pensé en mi inconsciente que algún día la descubriría. A San Agustín, por lo que he leído, le pasaba lo mismo. Un día, San Ambrosio le dijo que él no la iba a encontrar y menos a través de ideas, porque la sabiduría es una persona y es ella, si estás dispuesto, la que va a venir a ti.

Al descubrir a Cristo a nivel de kerigma sucede esto. Ese tirón, esa atracción hacia Cristo se llama Espíritu Santo. Es él el que te lo revela como persona, y te lo inyecta en tu interior transformándolo en experiencia viva. Desde ese momento tu vida está justificada, querida por alguien, consolada, aclarada en su destino y finalidad. Has encontrado el amor y la verdad de tu vida.Los primeros discípulos que descubrieron esto formaron rápido comunidad. Necesitaban charlarlo y contárselo entre ellos. “Jesús vive, ha resucitado”, se lo gritaban los unos a los otros. En especial sintieron que era el mismo Espíritu de Jesucristo el que les empujaba y les unía a los unos y a los otros. El hecho diferencial de esta comunidad se daba en el amor y la unidad: un principio de identidad indestructible.”
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