Ante todo, y por encima de todo lo demás, ha de cuidarse de los enfermos, de tal manera que se les sirva como a Cristo en persona, porque él mismo dijo: «Estuve enfermo, y me visitasteis»; y: «Lo que hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis». Pero piensen también los enfermos, por su parte, que se les sirve así en honor a Dios, y no sean impertinentes por sus exigencias caprichosas con los hermanos que les asisten. Aunque también a éstos deben soportarles con paciencia, porque con ellos se consigue un premio mayor. Por eso ha de tener el abad suma atención, para que no padezcan negligencia alguna. Se destinará un lugar especial para los hermanos enfermos, y un enfermero temeroso de Dios, diligente y solícito.

(REGLA de san BENITO capítulo XXXVI: De los hermanos enfermos, 1-7)
16:00-18:00: Trabajo, estudio, cuidado de las enfermas, trabajos de casa…
Tiempo de trabajo como el de la mañana.

La tarde de los domingos es especial para ver a las enfermas, cada una es única. El objetivo: hacerlas sonreír, que se sientan queridas, cuidadas ya lo están cada minuto. La “carne de Cristo” se revela muy especialmente en ellas. Las ancianas congenian fácilmente con las jóvenes, éstas les cantan y ellas cuentas sus “batallas”, y el que alguna sea “teniente-coronel” hace que las risas sean más abundantes, ¡ah, que sabio el salmista: “pero yo como un sordo no oigo, como un mudo no abro la boca…”
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