Es el acto más importante del Año Litúrgico y la celebración más solemne de las que se hacen a lo largo del año. Sin embargo, en las actuales circunstancias, no se desarrollará en toda su extensión, por las razones que todos conocemos.

Jesús, ya desde la cruz, tiraba de toda la humanidad hacia sí, de modo que, al conseguir más tarde la victoria sobre la muerte y sobre el dominio de las tinieblas, hiciera resplandecer de nuevo ante los hombres la luz, y nos comunicara una vida que perdura.

Comenzamos así la Vigilia Pascual, bajo el signo de la luz. El cirio representa en la liturgia de la Iglesia al mismo Jesús; y la luz que nos ofrece ese cirio, es la luz de Cristo, la luz que es Cristo. Necesitamos esa luz para orientar nuestras vidas como ‘hijos de la luz’, como discípulos del resucitado.

La celebración de la Vigilia tiene este año dos partes fundamentales: la liturgia de la palabra, con renovación de las promesas bautismales; y la liturgia eucarística.

1.- Con la liturgia de la palabra, se nos va indicando que todo tiene su origen en Dios, que plasmó en el mundo su bondad, especialmente en el hombre, como dice la lectura del libro del Génesis que en esta noche se proclama. Por otra parte, cuando el hombre sufría en tierra ajena, a causa de sus pecados, el Señor le liberó de la esclavitud con grandes signos, por fidelidad con sus antepasados, y le llevó de la mano, como se percibe en la lectura del libro del Éxodo, alusiva al paso del Mar Rojo; y una vez más salvará Dios al pueblo creyente y arrepentido, infundiéndole su espíritu, para que recupere su alegría y felicidad, al lado de su Señor, tal como indica la lectura del libro de Ezequiel, algo que el profeta proclamó en el destierro.

El pasaje de la Carta a los Romanos, que sigue a las lecturas anteriores, quiere enlazar con las aguas purificadoras del bautismo. El vocablo griego que está por bautizar, significa “sumergirse”, e implica la inmersión en la piscina bautismal y la elevación del agua. Por ello San Pablo dice que el bautizado muere con Cristo al pecado y resucita con él a la vida de hijo de Dios. La realidad del hombre viejo, imitador de Adán, deja paso a la del hombre nuevo, resucitado con Cristo, rebosante de alegría, como manifiesta el relato evangélico de San Mateo.

2.- Con la liturgia eucarística, comienza lo que en este año constituye la 2ª parte de la Vigilia Pascual. Ofrecemos al Padre el sacrificio de Cristo, y participamos de él recibiendo al Señor en comunión.

En general podemos decir, al celebrar la Vigilia del Sábado de Pascua, que la alegría de la Pascua inunda el final de la celebración, ya que concluye con diversos ‘Aleluya’, expresión que significa “Alabad a Yahvé”, “Alabad al Señor”, y que prodigaremos de modo especial a lo largo de toda la Octava. Ojalá que, a pesar de este confinamiento al que nos obliga la peste del corona virus y el dolor por el abandono de esta tierra, de modo precipitado y en soledad, de tantos hermanos nuestros, la alegría Pascual llene nuestras vidas, de modo que estas sean un reflejo de la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte.
José Fernández Lago
pastoralsantiago.es

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