Se ha ido, Madre. Se ha ido. Un silencio cubre la Tierra. María, Madre, te acompañamos en este día y aprendemos de tu Inmaculado Corazón a esperar como tú. Recorremos contigo esta preciosa historia de amor que comenzó cuando le dijiste sí al Padre. Aprendemos de ti a preguntar aquello que no entendemos y después a entregarnos sin miedo, sin medida, hasta el final. Aprendemos de tu Corazón a hacer silencio ante los designios del Padre, a buscar la voluntad de Dios por encima de todo. Viéndote vivir comprendemos por qué Dios te eligió para ser su Madre. Nadie más hermosa que tú, Madre.

Anónimo, interpretado por Mónica ArroyoEl diario de María   https://youtu.be/b2yLvl1QL80
«Un gran silencio envuelve la Tierra; un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra temió sobrecogida porque Dios se durmió en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios en la carne ha muerto y el Abismo ha despertado» (de una homilía antigua sobre el grande y santo Sábado).  Sobre esta mañana de Sábado Santo 2020, nos escribe Jose Louzán desde la vecina diócesis de Tui-Vigo:
«Siempre me ha impresionado y conmovido ese gran silencio físico que se produce cuando muere Jesús; cuando mi ser se siente huérfano de Dios y, en medio de ese especial silencio que me aturde, mi mente se lanza a buscar otros posibles sonidos que sean como lámparas (extraño sonido que es lámpara) buscando respuestas. Y la respuesta siempre es el silencio. En este tiempo de recogimiento no deseado, de soledades no buscadas, de silencios de tantas cosas… deseo hacer silencio de mí mismo, silencio de mis ruidos. Pareciera que tengo esa necesidad de que llegue este día para entrar en ese silencio aparentemente de muerte, pero tremendamente preñado de vitalidad por venir, donde solo se escucha el ruido del mar, de las olas arribando a la orilla…

Este silencio nos ha acompañado inexorablemente en nuestro confinamiento cuaresmal, como un paso de Semana Santa (pum, pum…), como un camino de Santiago en solitario y en soledad, como un caminar que no sabe si llegará a un encuentro con otros -también caminantes- o con la hermana muerte, de la que decía San Francisco “decidle que entre”. Vivir en clave de irse, de ser llamado, de abandonar todo, de dejar todo atrás, solo en la búsqueda de esa luz que es un sonido, un ruido, una palabra… ¿una palabra o la Palabra? La Palabra, que en medio de esa soledad poblada de aullidos, hace silencio con su muerte, calla y acalla todo y a todos, y viene a buscarme a las profundidades de mis ruidos, a rescatarme, a curarme… para, restablecido mi oído, susurrarme: “He resucitado”.
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