
La respuesta se encuentra en un hecho sobrenatural que aparece recogido en un libro que acaba de publicar Amis de Van, la asociación que da a conocer en todo el mundo la vida y el mensaje del hermano Van. Se trata de Dos vidas. Un mensaje, escrito por Élisabeth Nguyễn-Thị-Thu-Hồng, la hermana menor de Marcelo, y por Olivier de Roulhac, benedictino y postulador actual de la causa. La obra va mostrando, al estilo de las Vidas paralelas de Plutarco, el sendero hacia Dios que siguieron sus dos protagonistas a través de la fidelidad y el sufrimiento.
El cardenal Francisco Javier Nguyen Van Thuân (1928-2002) y el
hermano redentorista Marcelo Van (1928-1959) nunca llegaron a conocerse
personalmente. Nacieron el mismo año y fueron cumpliendo casi a la vez
las etapas de sus respectivas vocaciones: Van hizo sus primeros votos en
1946, un año antes de que Van Thuân entrase en el seminario, y en 1952,
mientras aquél hacía sus votos perpetuos, éste era ordenado diácono.
Pero la división de Vietnam en 1954 hizo imposible la eventual posibilidad de que sus destinos se hubiesen cruzado en vida.
El hermano Van tuvo la oportunidad de escapar de Hanoi antes de que
cayese en manos comunistas, pero prefirió quedarse para ayudar a sus
hermanos. Al poco, fue arrestado. Pasó cuatro años de hambre y enfermedad en un campo de reeducación antes de morir, agotado y enfermo, en 1959.

Van Thuân y Van sí coincidieron en algo, subrayan los autores de Dos vidas. Un mensaje: “Desearon ser el amor y la esperanza en medio de las tinieblas,
bajo el desgarrado cielo del Vietnam… Recibieron la misma misión de ser
testigos del Amor de Jesús”. Y hay otra semejanza: ambos “tuvieron ante
el Señor un alma de niño” en el espíritu de Santa Teresita del Niño Jesús, y una “misma sabiduría, la de transformar el sufrimiento en alegría”, porque habían entendido “la lógica de la Cruz, que es el amor” y “se dan el relevo” en su propagación por el mundo.

El cardenal Van Thuân conoció la existencia de Van a través de la presidente de la asociación, Anne de Blaye,
a quien desde Vietnam le habían pedido que los Amigos de Van asumiesen
la continuación del proceso de beatificación, para el cual había reunido
todo el material el padre Antonio Boucher, su director espiritual. Anne trasnmitió ese propuesta al purpurado, quien pidió un tiempo para pensárselo.

Un día recibió una llamada de teléfono de su hermana Elisabeth con un noticia muy llamativa sobre su madre, que le preocupaba a ella y a Anne, su otra hermana: “Mamá nos dice que acaba de rezar el rosario con un niño.
Y quiere que le invitemos a tomar el desayuno. Estamos muy inquietas
porque no hay nadie. Francisco, tenemos miedo. No entendemos lo que
quiere decir esto, algo ha pasado en la casa. Mamá dice que este joven
estaba al lado de su cama. Nosotras no la creemos, pero ella insiste”.
Cuando Van Thuân preguntó más detalles, su sorpresa fue aún mayor al
identificar al “niño”: la madre les había señalado la foto de cubierta
de la biografía de Marcelo Van que él había regalado a su hermana.
“Esta señal es para mí”, respondió Van Thuân, consternado: “Me han pedido que sea el postulador de la Causa de Marcelo Van y él me da una señal”.
Y fue así como aceptó el encargo, que llevó a cabo minuciosamente
durante los diez años posteriores. “Marcelo Van tiene la misma edad que
yo”, evocó en otra ocasión: “Nació el 15 de marzo, y yo el 17 de abril
de 1928. Como yo, tenía poca salud, y sobre todo pasó años en la cárcel.
Todos estos rasgos y muchos otros nos acercan a los dos y nos facilitan
un mejor conocimiento mutuo de nuestros sufrimientos, penas y esperanzas”.
Ambos conocieron, además de las penalidades de las cárceles
comunistas, las propias de una constitución débil y castigada por las
enfermedades. Una en particular les unió: Van murió de tuberculosis
y Van Thuân se recuperó milagrosamente de ese mal, contraído poco
después de su ordenación. Y cuando Francisco Javier empezó a estudiar la
vida de Marcelo, descubrió más coincidencias, como que él conocía a
varios de los redentoristas que el joven religiosos cita en sus cartas y coloquios, porque siempre tuvo gran aprecio a esa congregación.
Fue así como, al final de sus días, el cardenal descubrió en su coetáneo joven un alma gemela.
La obra nos lo va haciendo evidente en la espiritualidad de ambos,
basada en la sencillez, el amor y la sublimación del dolor, mostrando
que tiene sentido su estudio paralelo.
El arzobispo de Pamplona, Francisco Pérez González, prologa la
obra y justifica también la unidad profunda entre ambos pensando en la
situación actual del mundo y en cómo ellos nos pueden servir de guía:
“Tenemos la sensación que de que el mal lo asedia todo. En muchas
personas se percibe temor, miedo, decepción, tristeza y desesperanza. El
Maligno no cesa de crear sus redes de odio y de confusión, acosando en
lo más íntimo y sagrado que hay en el ser humano. Por otra parte
constatamos, cada vez más, en muchas partes del mundo un rechazo a la fe cristiana, hasta la persecución con sangre y el martirio.
¿Nos encontramos ante un mal que de manera grotesca e insolente parece
prevalecer? ¿Nos rendimos ante él, resignándonos a su poder? Este libro
nos sitúa en el camino que el Señor ha querido abrirnos a través de
estos testigos de la fe, de la esperanza y del amor de nuestro
tiempo, a fin de que nosotros podamos aprender a situarnos ante él y
respondamos, como hicieron ellos, a su desafío”.
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