
Además, ha añadido una petición para Dios: "Recemos al Señor también por nuestros sacerdotes, para que tengan el coraje de salir y acudir a los enfermos,
llevando la fuerza de la Palabra de Dios y la Eucaristía y acompañen a
los trabajadores sanitarios, los voluntarios, en este trabajo que están
haciendo.
Homilía: confesar los pecados con espíritu de vergüenza
La homilía se inspira en el Evangelio en el que los escribas y fariseos de la época hacían una demostración hipócrita de su superioridad ante la gente llamándose a sí mismos maestros, pero negándose a comportarse de forma coherente.
A continuación el texto de la homilía según una transcripción de VaticanNews:
» Ayer la Palabra de Dios nos enseñaba a reconocer nuestros pecados y
a confesarlos, pero no sólo con la mente, sino también con el corazón,
con un espíritu de vergüenza; vergüenza como una actitud más noble ante
Dios por nuestros pecados. Y hoy el Señor nos llama a todos los pecadores a dialogar con Él,
porque el pecado nos encierra en nosotros mismos, nos hace esconder o
esconde nuestra verdad, dentro. Esto es lo que le pasó a Adán, a Eva:
después del pecado se escondieron, porque se avergonzaron; estaban
desnudos. Y el pecador, cuando siente la vergüenza, luego tiene la
tentación de esconderse. Y el Señor llama: “Vengan, y discutamos –dice
el Señor”. Hablemos de tu pecado, hablemos de tu situación. No tengan
miedo. Y continúa: “Aunque sus pecado sean como la escarlata, se
volverán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura,
serán como la lana”. “Vengan, porque soy capaz de cambiarlo todo - nos
dice el Señor - no tengan miedo de venir a hablar, sean valientes
incluso con sus miserias”.
» Me viene a la mente ese santo que era tan penitente, que rezaba
mucho. Y trataba siempre de darle al Señor todo lo que el Señor le
pedía. Pero el Señor no estaba contento. Y un día se enfadó un poco con
el Señor, porque tenía mal carácter el santo. Y le dice al Señor: "Pero,
Señor, no te entiendo. Te doy todo, todo, y siempre estás
insatisfecho, como si faltara algo. ¿Qué falta?" "Dame tus pecados: eso
es lo que falta". Tener el valor de ir con nuestras miserias y
hablar con el Señor: “Vengan, y discutamos –dice el Señor”. No tengan
miedo. “Aunque sus pecado sean como la escarlata, se volverán blancos
como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura, serán como la lana”.
» Esta es la invitación del Señor. Pero siempre hay un engaño: en
lugar de ir a hablar con el Señor, fingir que no se es pecadores. Eso es
lo que el Señor reprocha a los doctores de la ley. Estas personas “todo
lo hacen para que los vean: agradan las filacterias y alargas los
flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los
banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludamos en las
plazas y oírse llamar ‘mi maestro’ por la gente”. La apariencia, la vanidad. Cubrir la verdad de nuestro corazón con la vanidad. ¡La vanidad nunca se cura!
La vanidad no sana jamás. Además, es venenosa, sigue llevando la
enfermedad a tu corazón, llevando esa dureza de corazón que te dice:
"No, no vayas al Señor, no vayas. Quédate”.}
» La vanidad es precisamente el lugar para cerrarse a la llamada del
Señor. En cambio, la invitación del Señor es la de un padre, de un
hermano: "¡Ven! Hablemos, hablemos. Al final soy capaz de cambiar tu
vida del rojo al blanco".
» Que esta palabra del Señor nos anime; que nuestra oración sea una
verdadera oración. De nuestra realidad, de nuestros pecados, de nuestras
miserias. Hablar con el Señor. Él sabe, Él sabe lo que somos. Lo
sabemos, pero la vanidad siempre nos invita a cubrirnos. Que el Señor
nos ayude.
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