Este mártir celebérrimo en toda la Cristiandad, encontró su
panegirista en San Agustín, San León Magno y San Ambrosio. Y tuvo su
cantor en su compatriota Prudencio, que dedicó el himno V de su
Peristephanon al “levita de la tribu sagrada, insigne columna del templo
místico”.
Vicente descendía de una familia consular de Huesca, y su madre,
según algunos, era hermana del mártir San Lorenzo. Estudió la carrera
eclesiástica en Zaragoza, al lado del obispo Valero. “Nuestro Vicente”,
cantará Prudencio, vindicando esta gloria para Zaragoza, la ciudad de
España que tuvo más mártires. San Valero, que tenía poca facilidad de
expresión, le nombró Arcediano o primer Diácono, para suplirle en la
sagrada cátedra.
Estamos a principios del siglo IV, en la décima y más cruel
persecución contra la Iglesia, decretada por Diocleciano y aplicada en
España por Daciano. Las cárceles, que estaban reservadas antes para los
delincuentes comunes, pronto se llenaron de obispos, presbíteros y
diáconos, escribe Eusebio de Cesarea. Era la táctica seguida fielmente
por Daciano.
Al pasar Daciano por Barcelona, sacrifica a San Cucufate y a la niña
Santa Eulalia. Cuando llega a Zaragoza, manda detener al obispo y a su
diácono, Valero y Vicente, y trasladarlos a Valencia. Allí se celebró el
primer interrogatorio. Vicente responde por los dos, intrépido y con
palabra ardiente. Daciano se irrita, manda al destierro a Valero, y
Vicente es sometido a la tortura del potro.
Su cuerpo es desgarrado con uñas metálicas.
Mientras lo torturaban, el juez intimaba al mártir a la abjuración. Vicente rechazaba indignado tales ofrecimientos.
Daciano, desconcertado y humillado ante aquella actitud, le ofrece el perdón si le entrega los libros sagrados. Pero la valentía del mártir es inexpugnable.
Daciano, desconcertado y humillado ante aquella actitud, le ofrece el perdón si le entrega los libros sagrados. Pero la valentía del mártir es inexpugnable.
Exasperado de nuevo el Prefecto, mandó aplicarle el supremo tormento,
colocarlo sobre un lecho de hierro incandescente. Nada puede quebrantar
la fortaleza del mártir que, recordando a su paisano San Lorenzo, sufre
el tormento sin quejarse y bromeando entre las llamas.
Lo arrojan entonces a un calabozo siniestro, oscuro y fétido “un
lugar más negro que las mismas tinieblas”, dice Prudencio. Hasta el
carcelero, conmovido, se convierte y confiesa a Cristo.
Daciano manda curar al mártir para someterlo de nuevo a los
tormentos. Los cristianos se aprestan a curarlo. Pero apenas colocado en
mullido lecho, queda defraudado el tirano, pues el espíritu vencedor de
Vicente vuela al paraíso.
Era el mes de enero del 304. Ordena Daciano mutilar el cuerpo y
arrojarlo al mar. Pero más piadosas las olas, lo devuelven a tierra para
proclamar ante el mundo el triunfo de Vicente el Invicto. Su culto se
extendió mucho por toda la cristiandad.
Oremos:
Señor Dios, fuente y origen de todos los dones, infunde en nuestros
corazones el fuego de tu Espíritu, para que nos sintamos llenos de
aquella misma fuerza de amor que hizo a San Vicente invencible en medio
de sus tormentos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Artículo originalmente publicado por evangeliodeldia.org
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