En la pugna por hacerse con el poder en los primeros meses tras la Segunda Guerra Mundial, los comunistas italianos asesinaron a 130 sacerdotes.
Un plan sistemático de eliminación de adversarios, similar a los
aplicados en la Unión Soviética en 1917 o en España en 1936, que no
incluyó solo a eclesiásticos, pero en el que estuvo muy presente el odium fidei [odio a la fe] característico del martirio. Solo él explica la muerte cruel, por ejemplo, de un seminarista de 14 años, Rolando Rivi, el llamado "mártir de la sotana", beatificado por Francisco en 2013. Solo en las últimas décadas, a raíz de la denuncia en 1990 del comunista Otello Montanari, esa historia criminal está saliendo a la luz, incluso con alguna película que la izquierda intentó boicotear, como La sangre de los vencidos (2008) o El secreto de Italia (2015).
Recientemente ha sido recordada la historia de uno de esos sacerdotes, Don Tiso Galletti. Fue
asesinado delante de su hermano, sepultado en el fango y olvidado en un
municipio de Imola. La Justicia reconoció que si no hubiera sido
sacerdote, los partisanos nunca le habrían asesinado. Un mártir que hay
que proclamar, como reclama Andrea Zambrano en Il Timone:
Don Tiso, un mártir redescubierto
Una "estampita" fechada 1975 conmemora a tres sacerdotes asesinados,
con la guerra ya acabada, en los campos cerca de Conselice, en la
diócesis de Imola. El texto dice: "Pastores desaparecidos trágicamente".
Alguien, muchos años después, añadió a mano, corrigiendo el texto y
concretando: "Asesinados". Fue el destino común de muchos pastores asesinados por los partisanos rojos en el Triángulo de la muerte entre 1944 y 1946,
destino que ha atravesado la historia de la Guerra civil italiana.
También la Iglesia tuvo que lidiar con esta cortina de humo y
dulcificar, a menudo, el recuerdo de estos mártires definiéndolos
"muertos en circunstancias trágicas"; la realidad, en cambio, es que no
sólo las memorias, sino también las sentencias de los tribunales de los años 50 afirmaron la naturaleza asesina de estas muertes.
Un mártir olvidado
Don Tiso Galletti es uno de esos sacerdotes, y su naturaleza
de mártir ha sido sacada del olvido y del silencio gracias a la enorme
obra de reconciliación deseada por el obispo de Imola, Tommaso Ghirelli [2002-2019],
que ha apoyado la recuperación de esas historias antiguas para que
puedan resplandecer por lo que son: historias de martirio. Tras la
primera fase de olvido, común a todos los sacerdotes asesinado por los gapistas [Gruppi
di Azione Patriottica] comunistas, grupos incontrolados y orquestados
por un Partido Comunista Italiano (PCI) que ya no era clandestino, se
pasó, en los años 80 y 90, a la recuperación de un tímida memoria que
permitiera, por lo menos, llamar a las cosas con su nombre: asesinados. Ahora, con la muerte de los últimos testigos de esa terrible época, se puede iniciar la tercera fase, la del reconocimiento del odium fidei,
para que se pueda reconocer el martirio por odio a la fe de estos
sacerdotes, que por el momento sólo se ha concedido, en Italia, al beato
Rolando Rivi, mientras que en España y en México a innumerables sacerdotes asesinados en la Guerra Civil.
En Imola se ha publicado un texto precioso, Don Tiso Galletti, vita e morte di un parroco di Spazzate Sassatelli in Diocesi di Imola, escrito por Andrea Ferri,
subdirector del Archivo diocesano y director del semanario diocesano.
Ferri nos descubre a un auténtico mártir de la fe gracias a la reconstrucción que hace de toda su vida,
pero también gracias a la publicación de los documentos procesales, la
naturaleza criminal de su muerte y el largo recorrido de reconocimiento
de su martirio por parte de la comunidad civil de la zona.
Asesinado delante de la casa parroquial
Don Tiso fue asesinado delante de la casa parroquial de Spazzate
Sassateli, municipio de Imola, el 9 de mayo de 1945. La guerra había
concluido unas semanas antes, pero el clima que se respiraba en la
región de Romaña era atroz. El PCI, que había salido de la
clandestinidad, organizó los Grupos de Vigilancia Democrática con el
fin de llevar a cabo venganzas privadas y arreglos de cuentas ante la
inminente revolución bolchevique. Lo hizo utilizando las estructuras
y el equipamiento que habían quedado en desuso tras la guerra
partisana: armas no entregadas y gapistas que seguían adelante
con su guerra personal. Esa noche fueron asesinadas otras tres personas.
Una motocicleta de la muerte daba vueltas sin que nadie la molestase;
se detenía ante la persona elegida, sacaba un listado mecanografiado con
el nombre y la dirección de la víctima y la mataban a balazos. Don Tiso fue asesinado delante de su hermano y su cuñada. Y el modo de matarle fue igual al utilizado un año más tarde con don Umberto Pessina, en Correggio, último mártir de una estela infinita de sacerdotes asesinados.
Sólo unos pocos familiares lloraron su muerte. El cuerpo permaneció
en su casa, oculto, y durante el funeral pareció que hubiera sonado el
toque de queda en el pueblo: nadie se presentó a las exequias.
Ferri, en el libro, relata la omertà y las tergiversaciones que siguieron a este delito, las investigaciones insuficientes de los carabinieri, el muro de calumnias según el cual -otro hecho constante que se repetirá con otros consagrados- los sacerdotes eran, en realidad, espías fascistas.
Las calumnias y el honor
Al cabo de pocos años, la memoria de don Tiso estaba totalmente enfangada y su recuerdo era nulo.
Fue entonces cuando su tía, que lo había criado tras la muerte de sus
padres, tomó la decisión de dirigirse a la jefatura de la policía porque
estaba harta de las voces sobre su sobrino.
Se iniciaron las investigaciones; algo, en realidad, nada difícil puesto que se sabía quienes habían sido los asesinos, muchachos de la zona, gapistas protegidos
por el PCI. Luego, un juicio rápido, confirmado en los Tribunales de
Apelación y Casación respectivamente, con la condena de los tres
asesinos. Y, junto con la condena, la amnistía de Togliatti: los
asesinos no pasaron ni un sólo día en la cárcel, y se trasladaron a otro
lugar para cambiar de aires. A mediados de los años 50, concluido el
proceso, los reflectores se apagaron definitivamente sobre Don Tiso.
En primer término, Palmiro Togliatti, ciudadano soviético desde 1930,
secretario general del Partido Comunista Italiano durante dos periodos y
hasta su muerte (1926-1934 y 1938-1964). Fue ministro de Justicia entre
1945 y 1946 en el gobierno del democristiano Alcide De Gasperi (en la
foto, en segundo plano).
Su recuerdo se convierte en una cosa casi exclusivamente privada y,
como hemos visto por la estampita impresa en ocasión del treinta
aniversario de su muerte, la verdad es minimizada. Hasta que, a mediados de los años 2000, con el proyecto de Memoria condivisa [Memoria
compartida], el obispo fomenta la recuperación de estas historias.
Ferri buscó las actas procesales, y los encontró justamente en el único
sitio en el que no pensaba que estarían: "Casi por una némesis
histórica", explica a Il Timone, "encontré en el Instituto Histórico Parri
el fondo que el abogado defensor de esos partisanos había dejado como
legado. Y, entre la gran mole de documentos, estaban también las actas procesales de ese delito. Tengo que decir que me los entregaron sin ninguna dificultad".
"Asesinado porque era sacerdote"
¿Qué dice la sentencia que condenó a los asesinos?
El 2 de noviembre de 1954, el Tribunal penal de Rávena condenó a dieciséis años de cárcel a Astorre Felicetti y Efrem Testa, culpables de homicidio voluntario. Entre las motivaciones, el juez reconoció que "don Tiso era un apóstol de paz...; si no hubiera sido sacerdote, ciertamente no habría sido eliminado... Estamos hablando de homicidios que se llevaron a cabo por razones políticas, de venganza y sectarias".
Es la fórmula con la que la justicia italiana de la época despejaba el campo de las justificaciones que daban siempre los comunistas,
a saber: que los delitos habían sido cometidos por causa antifascista.
Pero es también la demostración de que las razones del asesinato de don
Tiso residen en el odium fidei.
Traducción de Elena Faccia Serrano.
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