Natural de Nola, abrazó el servicio apostólico desde muy joven. Al
morir su padre, Félix distribuyó su herencia entre los pobres y fue
ordenado sacerdote por san Máximo, obispo de Nola.
Al iniciarse una cruel persecución contra la Iglesia, Máximo huyó al desierto para continuar al servicio de su rebaño.
Al no ser encontrado por los soldados romanos, Félix, quien
lo sustituía en sus deberes pastorales, fue tomado preso, azotado,
cargado de cadenas y encerrado en el calabazo cuyo piso estaba lleno de
vidrios.
Sin embargo, el Ángel del Señor se le apareció y le ordenó ir en
ayuda de su obispo, quien yacía medio muerto de hambre y de frío.
Ante su incapacidad de hacerlo volverlo en sí, el santo
acudió a la oración y al punto apareció un racimo de uvas, cuyas gotas
derramó sobre los labios del maestro, el cual recuperó el conocimiento siendo conducido luego a su Iglesia.
Félix permaneció escondido orando permanente por la Iglesia hasta la
muerte de Decio; sin embargo, continuó siendo perseguido hasta que se
estableció la paz de la Iglesia.
Murió en medio de la pobreza y el servicio de los más necesitados, a pesar de que fue elegido como obispo de Nola.
Oración
Señor, Dios todopoderoso, que nos has revelado que el amor a Dios y
al prójimo es el compendio de toda tu ley, haz que, imitando la caridad
de san Félix seamos contados un día entre los elegidos de tu reino. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Artículo originalmente publicado por evangeliodeldia.org
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