En el encuentro de este sábado por la mañana con las religiosas contemplativas en el monasterio de las carmelitas descalzas de Atananarivo, durante su segundo día de estancia en Madagascar, Francisco
no quiso ceñirse al discurso que había preparado y se dirigió a las
aproximadamente 170 religiosas presentes (70 de ellas novicias) de forma improvisada.
Después de escuchar y agradecer el emotivo saludo de la Priora, Sor María Magdalena de la Anunciación,
y de recitar las oraciones correspondientes a la Liturgia de las Horas,
el Papa dijo que les hablaría "de corazón" y les puso como modelo a Santa Teresita del Niño Jesús
(1873-1897), partiendo de un hecho que contaba ella misma: su difícil
relación con una monja anciana, casi paralítica, a quien la joven
carmelita ayudaba teniendo que soportar su mal genio y difícil
carácter.
En lugar de tomar este rechazo con indignación y enfado, "siempre con una sonrisa
seguía acompañando a la hermana anciana que se quejaba porque no podía
caminar bien y al mismo tiempo rechazaba la ayuda de Teresa".
Esta imagen, dijo, refleja el espíritu en el que se debe vivir la
vida comunitaria: "Habéis venido [a la vida contemplativa] para estar
cerca del Señor y buscar el camino de la perfección, que se encuentra
en los pequeños pasos de caridad. Ese es el secreto: pequeños pasos que
parecen poco pero que hacen ver a Dios y esto es lo que pensaba
Teresa de Lisieux. Los pequeños pasos de caridad son los hilos con los
que ella capturaba a Dios. Si queréis cambiar, no sólo el monasterio
sino el mundo, empezad con pequeños actos de amor".
"Sed valientes", insistió, "y tened el coraje de hacer pequeños actos de amor y de caridad cada día",
porque alejan de la mundanidad y espantan al demonio, el cual
acecha: "Se presenta sigilosamente, sin hacer ruido, de manera delicada y
educada", disfrazándose "de noble porque no quiere ser descubierto"
para perturbar la paz del alma que se ha entregado a Dios.
Por eso, el Papa las animó a dialogar ante cualquier situación que consideren extraña y a perseverar en la lucha espiritual, que "no tiene jubilación sino que es hasta el final".
Sin vosotras, ¿qué sería de los evangelizadores?
En el discurso que iba a leer
y sustituyó por estas palabras espontáneas, Francisco le decía a las
contemplativas: "Tenéis una misión fundamental que llevar a cabo. La clausura os sitúa en el corazón de Dios
y, por tanto, allí donde Él tiene su corazón. Escucháis el corazón del
Señor para escucharlo también en vuestros hermanos y hermanas. La gente
que os rodea es a menudo muy pobre, débil, agredida y herida de mil
maneras; pero está llena de fe, y reconoce instintivamente en
vosotras a testigos de la presencia de Dios, preciosas referencias para
encontrarse con Él y obtener su ayuda. Ante tanto dolor que los va
consumiendo por dentro, que les roba la alegría y esperanza, y los hace
sentir extranjeros, vosotras podéis ser un camino hacia esa roca".
Y ésa es su importancia para la Iglesia: "Sin vosotras, ¿qué sería la
Iglesia y los que viven en las periferias humanas de Madagascar? ¿Qué pasaría con todos aquellos que trabajan en la vanguardia de la evangelización, y aquí en particular en las condiciones más precarias, las más difíciles y, a veces, las más peligrosas? Todos ellos se apoyan en vuestra oración y en la ofrenda siempre renovada de vuestras vidas,
una ofrenda muy preciosa a los ojos de Dios y que os hace partícipes
del misterio de la redención de esta tierra y de las personas queridas
que viven en ella".
Por ese motivo una monja de clausura como Santa Teresita de Lisieux,
que nunca en corta vida religiosa salió de su convento, fue proclamada
por el Papa Pío XI en 1925, cuando la canonizó, patrona de las misiones.
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