Francisco celebró misa
este domingo por la mañana en el campo diocesano de Soamandrakizay, en
Antananarivo, al inicio de su segundo y último día de visita apostólica a
Madagascar. Cientos de miles de personas siguieron la celebración, en
cuya homilía
el Papa desgranó, tomando como motivo los sacrificios realizados por
muchos de los presentes para poder estar allí, las exigencias del
compromiso cristiano, que tienen una razón de ser: "Toda renuncia cristiana tiene sentido a la luz del gozo y la fiesta del encuentro con Jesucristo".
Una primera exigencia del compromiso cristiano es entender que
la promesa que envuelve no se circunscribe al ámbito de nuestros más
próximos, sino que es universal: "La vida nueva que el Señor nos propone
resulta incómoda y se transforma en sinrazón escandalosa para aquellos
que creen que el acceso al Reino de los Cielos sólo puede limitarse o
reducirse a los vínculos de sangre, a la pertenencia a determinado
grupo, clan o cultura particular". Es justo al contrario: "Su amor y
entrega es una oferta gratuita por todos y para todos". Cuando
esto no se entiende surge una cultura "de los privilegios y la
exclusión", con "favoritismos, amiguismos y, por tanto, corrupción".
Una segunda exigencia consiste en no caer en reduccionismos en
la vida de fe: es muy difícil el seguimiento del Señor "cuando se
quiere identificar el Reino de los Cielos con los propios intereses
personales o con la fascinación por alguna ideología que termina por instrumentalizar el nombre de Dios o la religión para justificar actos de violencia,
segregación e incluso homicidio, exilio, terrorismo y marginación".
Jesús nos pide, dice el Papa, construir la historia "en fraternidad y
solidaridad", "no cediendo a la tentación de ciertas doctrinas incapaces
de ver crecer juntos el trigo y la cizaña". Francisco citó como apoyo
la llamada al diálogo, la colaboración y el conocimiento recíproco
presentes en el conocido como Documento sobre la fraternidad humana o documento de Abu Dabi, que firmó el 4 de febrero juto al imán de Al Azhar.
La tercera y última exigencia del compromiso cristiano es pensar que
podemos "justificarnos a nosotros mismos, creyendo que todo proviene
exclusivamente de nuestras fuerzas y de aquello que poseemos". En un
sentido diametralmente opuesto, "la exigencia del Maestro es una
invitación a recuperar la memoria agradecida y reconocer que, más bien que una victoria personal, nuestra vida y nuestras capacidades son fruto de un regalo
tejido entre Dios y tantas manos silenciosas de personas de las cuales
sólo llegaremos a conocer sus nombres en la manifestación del Reino de
los Cielos".
Con estas tres exigencias, dijo Francisco, Dios quiere prepararnos a la "irrupción del Reino de Dios" liberándonos de "una de las peores esclavitudes: el vivir para sí".
"Es la tentación", añadió, "de encerrarse en pequeños mundos que
terminan dejando poco espacio para los demás: ya no entran los pobres,
ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su
amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Muchos, al encerrarse, pueden sentirse 'aparentemente' seguros, pero terminan por convertirse en personas resentidas, quejosas, sin vida.
Esa no es la opción de una vida digna y plena, ese no es el deseo de
Dios para nosotros, esa no es la vida en el Espíritu que brota del
corazón de Cristo resucitado".
Solo Dios, proclamó Francisco, puede ser "centro y eje de nuestra
vida", y su Palabra "nos invita a reanudar el camino y a atrevernos a
dar ese salto cualitativo y adoptar esta sabiduría del desprendimiento personal
como la base para la justicia y para la vida de cada uno de nosotros:
porque juntos podemos darle batalla a todas esas idolatrías que llevan a
poner el centro de nuestra atención en las seguridades engañosas del poder, de la carrera y del dinero y en la búsqueda patológica de glorias humanas".
Después de la misa, el Papa rezó el Angelus, agradeciendo previamente
al gobierno su colaboración en la visita apostólica, y encomendando la
protección del pueblo malgache a la intercesión de dos de sus santos, el
Beato Rafael Luis Rafiringa (1856-1919), sobre cuyas reliquias en el altar se había celebrado la misa, y de la Beata Victoria Rasoamanarivo (1848-1894).
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