Jesús Sanz Montes se considera un “peregrino indómito”.
Este franciscano de 64 años, arzobispo de la histórica sede de Oviedo,
era ya era obispo a los 48 años cuando fue enviado al Pirineo. En Roma y
Austria consiguió licenciaturas y doctorados, pero antes de ser
sacerdote se formó en Economía y Derecho Mercantil, trabajó en la
banca e incluso tuvo una novia con la que estuvo a punto de contraer
matrimonio.
Una vida de gran actividad que sigue llenando además de con su día a
día como pastor en Asturias con su amor a las misiones viajando a ellas
cuando le es posible o subiendo picos, -ha llegado a coronar un 4.000-,
una afición que 'providencialmente' ha podido seguir alimentando
gracias a que sus destinos como obispo, Jaca-Huesca y después Oviedo,
están rodeados de montañas.
"Dios te da caramelos, no sólo disgustos"
En una entrevista con el diario El Comercio,
monseñor Sanz Montes revela que siendo obispo en los Pirineos pudo
disfrutar de las cumbres, del esquí y de la bicicleta de montaña. “Dios te da caramelos, no sólo disgustos”,
bromea el prelado, que confiesa haber subido también unos cuantos picos
en Asturias, aunque dice tener “entre ceja y ceja el Urriellu (Naranjo
de Bulnes, con más de 2.500 metros de altura n.d.a.), quiero
celebrar misa en la cumbre, que exige poco espacio, el justo para poner
el cáliz y una patena, y tener a los compañeros de cordada”.
Este arzobispo nació en Madrid siendo el mayor de los ocho hijos de Jesús y Mariana. Aunque luego tardara en decir sí al Señor, Sanz Montes habla de una vocación temprana que se remonta a cuando tenía 9 años.
Se produjo tras admirado con los sacerdotes de su parroquia y los
seminaristas trabajar y cuidar de los pequeños de la colonia de
catequesis.
"A los 9 años dije que quería ser cura"
El ahora pastor de la Archidiócesis de Oviedo afirma que “la alegría,
la bondad de aquellos hombres, me hizo pensar que yo quería ser como
ellos”. Cuenta que “a los 9 años dije que quería ser cura. ‘Primero los estudios’, me dijo mi padre”.
Obedeciendo a su padre, el pequeño Jesús siguió con sus estudios llegando incluso a trabajar más adelante en la banca privada hasta que finalmente la llamada del Señor era tan potente que acabó dejando todo para ingresar en el Seminario de Toledo.
Dejó a su novia para ingresar en el seminario
De hecho, en aquel momento Sanz Montes estaba emparejado. “Dejé a mi novia y renuncie al matrimonio,
que estaba cercano, para ingresar en el seminario con veinte años”,
señala el religioso franciscano. Esta fue una decisión de la que,
asegura, “no me arrepiento”.
Aquella llamada infantil cobró de nuevo fuerza. Según explica, “tenía algo en mi corazón que estaba sin resolver y, con Dios y ayuda, dejé atrás tantas cosas y tanta gente para seguir el camino que entendía era el mío”.
Así fue como ingresó en 1975 en el Seminario de Toledo de Don Marcelo,
el arzobispo que llegó en 1971 a la sede primada con un seminario casi
vacío y que al marchar en 1995 había ordenado a 400 sacerdotes, de los
que 18 son ahora obispos.
Una crisis 'providencial'
Sin embargo, Toledo, “una ciudad mágica para la historia de España,
pero también para la historia de la Iglesia y en la que fueron creciendo
mis sueños de futuro cura”, no sería su destino final en esta historia vocacional.
Allí vivió, al igual que le ha ocurrido a muchos de los sacerdotes,
una crisis sobre si realmente estaba llamado a ser sacerdote. Y entonces
ocurrió un suceso que marcaría por completo su vocación y su futuro
pues acabaría siendo no sacerdote diocesano de Toledo sino fraile franciscano.
La leprosería que cambió su vida
Explica monseñor Sanz Montes que en medio de esa crisis que
experimentaba “me invitaron a hacer una semana de Pascua en una
leprosería de Trillo, en Guadalajara, que estaba llevada por los
franciscanos, y yo, que estaba en el seminario muy protegido, tuve el primer revolcón de dolor.
Sientes que tienes una crisis internamente y externamente te asomas a
una más importante, que es el de la vida y la muerte en medio de la
soledad y el abandono, y me impresionó”.
Tan importante fue el encuentro con Dios que vivió con los enfermos en aquel lugar que poco después Sanz Montes acabaría convirtiéndose en fray Jesús, fraile franciscano ordenado sacerdote en 1986.
El camino de la vida le acabaría llevando a Roma, donde siguió
formándose. Y ya de vuelta en España vivió su vida religiosa de manera
cotidiana. “Es tan bonita la vida de comunidad cristiana en la que te entregas como cura, vas día a día descubriendo un mundo y asombrándote”.
En el futuro, misionero o monje
Pero aún quedaba que le enviaran a lugares tan bellos como Viena o Salzburgo. Sobre esto, Sanz Montes afirma que “siempre
distingo entre el turista y el peregrino, el primero sale y vuelve y el
segundo no sabe a dónde va ni tiene billete de regreso, y yo soy un peregrino indómito”.
Las misiones que ha visitado ya también como obispo le han marcado
sobremanera, como las de Benín, donde hay una misión diocesana. “He
visto la felicidad en la cara de los niños, la serenidad y la paz en los
ancianos. Es ejemplo de esencialidad frente a las complicaciones materialistas y consumistas que nos enfrentan”, explica el arzobispo.
Y por ello asegura que tiene alma de misionero pero también de monje. “Cuando sea un poquito más mayor, o me voy a las misiones o a un monasterio”, concluye el prelado ovetense.
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