
Este religioso vivió alejado de Dios hasta que tuvo una gran
conversión que le acabaría llevando al Seminario a los 20 años. En una
entrevista con María José Aguilar en la web del Arzobispado de Granada,
el padre Héctor asegura ser un “converso, no me acercaba a la Iglesia
para nada aunque había recibido los sacramentos de iniciación
cristianos. Mi padre falleció cuando yo tenía 13 años y ahí comencé a
vivir en caída libre, fiestas, noches, mi propio dinero. Mi
conversión fue muy fuerte, a los 18 años, cuando quise confesarme no
pude decir ni una palabra del dolor y arrepentimiento tan fuerte que
sentía por mis pecados”.
Se convirtió en una discoteca
Precisamente, su conversión se produjo en un lugar poco convencional,
pero que Dios utilizó para acercarse a él: una discoteca. “De pronto –
recuerda- Dios me dio la compresión de que si seguía así mi alma se perdería, por mis pecados, estaba muy alejado de Él.
La misericordia de Dios me hizo entender esto. Volví a ir a la Iglesia,
leyendo el Nuevo Testamento me impresionó San Pablo y también la vida
de San Francisco, yo quería vivir eso, me atraía la misión.
Tras su vuelta a la Iglesia, Héctor comenzó un proceso de búsqueda y
discernimiento sobre su vocación. Duró varios años hasta que decidió a
ir a la Basílica de Luján. “Entré en el Camarín de la Virgen, allí fue donde entendí que mi llamada era a la vida misionera. Entré en el Instituto del Verbo Encarnado en 1987 para estudiar filosofía y teología”, explica.
La pobreza material y la espiritual
Ha pasado mucho desde entonces y el próximo mes de noviembre celebrará en Granada sus bodas de platas sacerdotales.
Durante toda esta trayectoria ha sido misionero en distintos países y
ha conocido realidades de pobreza material y otras con más medios pero
mayor pobreza espiritual.
“He estado varios años en Perú, Ecuador, Argentina, Chile trabajando
en general con jóvenes, he vivido desastres naturales, también el
trabajo en zonas muy pobres azotadas por los narcos y jóvenes
pertenecientes a bandas muy violentas. También estuve enfermo de dengue
varias veces. Llegué a Granada en 2012 para servir en la parroquia de
Santo Ángel Custodio. Recuerdo que cuando llegue me dedicaba a visitar
las casas de los fieles, a los enfermos, me gusta conocer a la gente en
sus casas. Granada no tiene nada que ver con América Latina”, explica el padre Héctor durante la entrevista.
El religioso ha encontrado grandes diferencias entre sus destinos en
América y su labor en Granada. Explica que “en América la parte material
es muy precaria, aquí es al contrario. La gente tiene muchas más cosas
materiales, aunque también hay carencias, pero no es la pobreza extrema
de América Latina. Hay un gran desierto vital en el corazón de la gente en Europa, veo muchos más rostros tristes aquí.
Allí nos alegramos con cualquier cosa. Sin embargo el cristiano está
mucho más formado y comprometido aquí. Pero de América Latina yo
destacaría la alegría, cada parroquia es una fiesta, aquí creo que eso
no lo hay por el gran vacío de Dios que existe, Él es la fuente de esa
alegría y por eso tenemos que llevarlo a las casas y a todos. Creo que
es un gran medio de evangelización llevar a la gente al Santísimo
Sacramento, el apostolado de oración”.
Las grandes alegrías de ser sacerdote
Durante sus años como ministerio asegura que ha vivido muchas alegrías. “Si tuviera que destacar alguna – señala- es la posibilidad de atender a las personas en sus problemas, poder ser instrumento para que encuentre la paz en su corazón, que se encuentre con Jesucristo”.
Y para ello pone un ejemplo que vivió en la montaña en el Perú: “Después de dos días de camino a pie, estaba cansadísimo, me encontré a una anciana ciega acompañada de una niña que venía en burro, me pidió confesarse.
Valió la pena toda aquella subida solo por atender su alma. También
bautizar a una persona de 110 años fue toda una experiencia”.
A los jóvenes que sienten la llamada al sacerdocio, el padre Héctor
les anima a que “si sienten la moción de Cristo en el alma eso es un
don. El tesoro escondido en el campo. Si Dios les hace ese regalo no
hay que tener miedo, con generosidad y grandeza de alma, con alegría
seguirle sabiendo que es un seguimiento en la cruz para la Resurrección,
que es lo que nos hace plena la vida. Una vez que uno concreta la
llamada hay que prepararse para vivir toda una vida de aventuras. No hay
aventura mayor que la de ser misionero, en mi caso”.
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