El Instrumentum Laboris del sínodo para la Amazonía ha abierto la puerta (punto 129.a.2) a que la asamblea debata la ordenación de hombres casados.
En defensa del celibato sacerdotal ha salido, entre otros, Alain Bandelier, párroco en la diócesis de Meaux, al noreste de París. Es autor de varios libros sobre la misa, la confesión o el matrimonio, en particular como especialista en el acompañamiento de parejas en dificultades.
En Dije sí. Dije quiero, Alain Bandelier estudia cómo ayudar a los esposos a que apuesten por el matrimonio cuando parece que empieza a resquebrajarse.
En un artículo en el último número de Famille Chrétienne, Bandelier se pregunta: “¿Deben poder casarse los sacerdotes?”.
De forma muy sucinta pero muy clara, ofrece respuesta a los
argumentos más frecuentes a favor de que la Iglesia abandone la regla
del celibato, empezando por aquellos que alegan las denuncias de abusos y
de escándalos con una lógica que califica de “odiosa” y “dos veces
tramposa”.
1. El matrimonio no es una terapia
“Odiosa”, porque considerar que el fin del celibato resolverá los casos de abusos degrada el matrimonio: “¡Este gran sacramento es una vocación y no una terapia!”
2. El celibato no tiene nada que ver con los casos de abusos
“Engañosa”, en primer lugar, porque “la mayoría de las agresiones pedófilas no son obra de célibes neuróticos, sino de padres de familia muy corrientes”.
Perfil más usual del pedófilo. Como segunda característica: casado. Fuente: Perfil psicosocial del pedófilo (2012), de Eduardo Bieber Viola, máster en Psicopatología Forense.
3. El matrimonio no resolvería los casos de abusos de clérigos
Y “engañosa” por segunda vez, porque, la “verdad que no se dice” es
que “el 80% de las agresiones cometidas por clérigos son de naturaleza homosexual”, y en consecuencia el hipotético matrimonio no las resolvería.
Evolución en el tiempo del porcentaje de abusos sexuales de clérigos y religiosos sobre menores, según el estudio de Paul Sullins para el Ruth Institute.
Siempre es ampliamente mayoritario el número de víctimas varones, en
particular, explica Sullins, durante el periodo 1975-1984, "precisamente
cuando, según los informes, la actividad homosexual estaba en su punto
más alto en los seminarios católicos". Según el arzobispo Charles Scicluna, encargado tanto por Benedicto XVI como por Francisco de luchar contra esa plaga, "el 80% de las víctimas son de sexo masculino y por encima de los 14 años".
4. La ordenación es una consagración, no se puede recuperar lo que se ha entregado
Tras estos tres contra-argumentos referidos a la cuestión de los
abusos, Bandelier entra en el fondo de la cuestión, empezando por distinguir entre la ordenación de hombres casados y el matrimonio de sacerdotes.
Respecto al matrimonio de sacerdotes, recuerda que “ninguna Iglesia
(ni de Oriente ni de Occidente) casa sacerdotes ni diáconos (ni los ha
casado, no los casará)”, porque “la ordenación es una consagración con la cual se recibe a la persona tal cual es”.
En el ritual de la ordenación, explica, “la postración del diácono,
sacerdote u obispo durante la letanía de los santos es el impresionante
símbolo [de esa consagración]”. Por tanto, si quien ha sido ordenado
como célibe un día contrajese matrimonio, estaría “recuperando lo que entregó”, lo cual sería “una herida, y no solamente para él”.
5. El sacerdote lo deja todo
La verdadera cuestión que podría plantearse la Iglesia no es, pues,
el matrimonio de sacerdotes, sino la ordenación de hombres casados.
“En lo que concierne a los obispos, la respuesta es unánime, incluidas las Iglesias ortodoxas: solo son llamados a la plenitud del sacerdocio los solteros”,
recuerda Bandelier. Y añade que “es la lógica del Evangelio”, como
prueba el “dejándolo todo, le siguieron” (Lc 5, 11), donde ese “todo”
incluye, en palabras del mismo Jesús, la “mujer” (Lc 18, 29). Es
lo que hace la Iglesia latina, salvo excepciones (normalmente,
anglicanos conversos), al ordenar solamente hombres solteros.
El llamamiento de Jesús a los apóstoles: lo dejaron "todo", también la esposa quienes la tenían.
¿Por qué? El cardenal Lustiger consideraba el sacerdocio "una opción misionera”, según las palabras de San Pablo: “El que no tiene mujer se preocupa de las cosas del Señor” (1 Cor 7, 32).
“¡De la mañana a la noche! Ésa es mi alegría”, añade
Bandelier: “Si tuviese esposa e hijos, tendría muchas otras cosas que
hacer. Cosas hermosas y buenas, pero… sería otra cosa. ¿Sacerdote a
tiempo parcial? Aumentaría el riesgo de convertirse en un ‘funcionario
de Dios’. Cuando me impusieron las manos, no recibí una función, sino
una unción… Quiero seguirle [a Cristo], servirle, anunciarle… ¡con todo
mi corazón!”.
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