
Y mucho menos después de violarlas.
Y mucho menos encargando su fusilamiento a mujeres milicianas, como
fue el caso. Varias se ofrecieron voluntarias para ejecutar a las
enfermeras: tres de ellas llevaron a cabo el fusilamiento. Había algo especialmente perverso, no sólo en que las mujeres tomaran armas para combatir, sino en que lo hicieran para fusilar a otras mujeres, cuya función además era curar heridos.
Hasta ese momento, en las guerras europeas el uniforme de la Cruz
Roja había dado protección añadida a las mujeres, que además eran no
combatientes y estaban claramente señaladas como sanitarias. Eran
laicas, pero pertenecían a distintos apostolados femeninos: Hijas de María, Conferencias de San Vicente de Paúl y Acción Católica.

Les ofrecieron apostatar, las violaron, las fusilaron desnudas
Manuel Gullón, sobrino de quien ahora será la beata mártir Pilar Gullón, resumía así en 2006, en una entrevista en El diario de León, los hechos:
"Las llevaron esposadas y atadas al pueblo [Pola de Somiedo]. El jefe de la expedición, apodado El Patas,
les ofreció dejarlas libres y volver a Astorga si renegaban de su fe y
se sumaban a su partido. Al negarse ellas, las encerraron en una casa de
Pola, que existe todavía, y El Patas les dijo a los milicianos que hicieran con ellas lo que quisieran durante la noche. Éstos las violaron y su jefe incluso hizo circular por el pueblo un carro de bueyes para que el chirrido de sus ejes hiciera más difícil oír los gritos de las tres enfermeras. Al día siguiente, el 28 de octubre de 1936, al mediodía, las fusilaron desnudas".
Se sabe que pidieron ver a un sacerdote antes de morir, pero al único
que había en el lugar lo habían asesinado los milicianos el día
anterior. Las enfermeras murieron gritando ¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva Dios! Era lo mismo que habían respondido cuando sus captores les pedían gritar ¡Viva Rusia! y ¡Viva el comunismo!
Los cadáveres se recuperaron 4 meses después, en febrero, bien
conservados por el frío. Sus restos descansan enterrados en la capilla
de San Juan de la catedral de Astorga.
Podían haberse escapado, pero querían atender a los heridos
Las mártires de Somiedo eran enfermeras de la Cruz Roja de
Astorga (León) que prestaban servicio en el frente asturiano, en el
hospital del Puerto de Somiedo, a donde llegaron el 18 de octubre.
Pudieron ser reemplazadas al cabo de una semana, pero no quisieron
separarse de los heridos. El día 27, poco antes de que el lugar cayese
en manos del Frente Popular, decidieron no retirarse y quedarse a cuidar
a los heridos. De poco sirvió, porque los 14 heridos fueron rematados en sus camas. A los prisioneros hechos ese día, incluidos el médico y el capellán, los mataron a todos.
En los primeros días tras saberse de la desaparición de las jóvenes,
familiares y otras personalidades buscaron información acudiendo
al delegado de Cruz Roja Internacional en España, Marcel Junod. Durante
un tiempo hubo rumores de que estaban vivas: ¿cómo iban a matar
deliberadamente a unas enfermeras de Cruz Roja? Pero el 10 de febrero de
1937 el delegado de Cruz Roja Internacional en Ginebra confirmó la
muerte, consternado.
En octubre de 1937 fue detenido como instigador de los crímenes un
antiguo miembro del sindicato minero de la UGT, presidente de la Casa
del Pueblo de Villaseca de Laciana (León), apodado El Patas, que sería condenado a muerte. Las había entregado a los milicianos para que hicieran con ellas lo que quisieran.
Pilar Gullón Iturriaga, de 25 años, la mayor de
cuatro hermanos, era madrileña y miembro de la Hijas de María, de las
Conferencias de San Vicente de Paúl y de Acción Católica. Era
sobrina-nieta de Pío Gullón Iglesias (18351917), ministro de Alfonso XIII y
fue militante de Acción Popular y Renovación Española, aunque ninguno
de estos hechos tuvo que ver con su muerte. Pilar no murió con la
primera descarga, y antes de ser rematada perdonó a sus asesinos e imploró para ellos el perdón de Dios.
Octavia Iglesias Blanco, de 41 años, nació en Astorga, era hija única y había vivido siempre con sus padres, por lo que su asesinato fue para ellos particularmente devastador. Era prima de Pilar y, como ella, de las Hijas de María, las Conferencias de San Vicente de Paúl y la Acción Católica, además de catequista. Durante el breve cautiverio se preocupó de los demás, pidiendo agua para los desfallecidos y sirviéndosela, como contó Concha Espina en el escrito que consagró a las tres mártires: Princesas del Martirio.
Olga Pérez-Monteserín Núñez, de 23 años, nació accidentalmente en París, en uno de los viajes profesionales de su padre, el pintor Demetrio Pérez-Monteserín (18761958), natural de Villafranca del Bierzo asentado en la capital maragata. Durante el asalto al hospital, Olga recibió una herida superficial de bala en la cara, sin que ello le apartase de cuidar a los enfermos. El dolor de su padre ante la muerte de su hija se plasmó en su cuadro del Redentor titulado La Santa Faz del más Grande Dolor, pintado en aquellos momentos dramáticos y que quiso firmar con la fecha de la pérdida.
Olga, junto a sus padres.
Octavia Iglesias Blanco, de 41 años, nació en Astorga, era hija única y había vivido siempre con sus padres, por lo que su asesinato fue para ellos particularmente devastador. Era prima de Pilar y, como ella, de las Hijas de María, las Conferencias de San Vicente de Paúl y la Acción Católica, además de catequista. Durante el breve cautiverio se preocupó de los demás, pidiendo agua para los desfallecidos y sirviéndosela, como contó Concha Espina en el escrito que consagró a las tres mártires: Princesas del Martirio.
Olga Pérez-Monteserín Núñez, de 23 años, nació accidentalmente en París, en uno de los viajes profesionales de su padre, el pintor Demetrio Pérez-Monteserín (18761958), natural de Villafranca del Bierzo asentado en la capital maragata. Durante el asalto al hospital, Olga recibió una herida superficial de bala en la cara, sin que ello le apartase de cuidar a los enfermos. El dolor de su padre ante la muerte de su hija se plasmó en su cuadro del Redentor titulado La Santa Faz del más Grande Dolor, pintado en aquellos momentos dramáticos y que quiso firmar con la fecha de la pérdida.
Olga, junto a sus padres.
Durante la Guerra Civil fueron asesinados por motivos religiosos más de 8.000 clérigos y religiosos en España. De ellos, 296 eran mujeres, religiosas de 62 congregaciones diferentes, según el libro El hábito y la cruz de
Gregorio Rodríguez Fernández. El libro de Gregorio Rodríguez revisa y
corrige las cifras del libro clásico del arzobispo e historiador Antonio
Montero, de 1961, que registraba 283 religiosas asesinadas.
Contar las laicas asesinadas por su fe en esos años (como las
enfermeras de Astorga) es más difícil, aunque si pertenecían a
movimientos católicos, como Acción Católica, hay más posibilidades de
conocer sus nombres, historias y circunstancias de su muerte, ya que a
menudo los perseguidores tenían listas de estas asociaciones e iban a
buscara sus militantes.
Laura Sánchez Blanco, profesora de la
Universidad Pontificia de Salamanca, trató con detalle la historia de
estas enfermeras y la de otras mujeres en su libro Rosas y margaritas. Mujeres falangistas, tradicionalistas y de Acción Católica asesinadas en la Guerra Civil (Actas).
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