El papa Anacleto, o san Cleto, fue Obispo de Roma de los cristianos
del año 76 al 89. En las fuentes históricas se atestigua que Anacleto
fue sucesor de Lino o el segundo obispo de Roma, tras san Lino. El
nombre de Cleto forma parte del Canon Romano o Plegaria Eucarística I,
siendo esta la forma más frecuentemente usada para llamar al tercer
papa. Su presencia en esa lista del Canon romano probaría que murió
mártir.
Según el “Liber Pontificalis”, Cleto era de una familia romana, hijo
de un tal Emiliano. Habría ordenado a 25 presbíteros, habría sido mártir
y sepultado un 26 de abril. Estos 25 presbíteros serían el origen de
los 25 títulos de las Iglesias de Roma. En cambio, siempre según el
“Liber Pontificalis”, Anacleto era de origen griego y habría sido el
responsable de mandar construir los sepulcros para los obispos de Roma.
San Cleto o Anacleto nace, según los documentos aludidos, en Atenas, y
ya de muy joven es convertido a la fe cristiana por el mismo san Pedro,
quien pronto le ordena de diácono y poco más tarde de presbítero. Tal
vez seguirá al apóstol en sus correrías evangélicas, hasta que llega a
Roma, donde forma parte, desde el primer momento, de aquel grupo de
selectos o colaboradores que tenía san Pedro en la ciudad de los
Césares. No es de extrañar que a ellos -a Lino, su sucesor; a Anacleto y
a Clemente- les confiara de vez en cuando el gobierno de la Iglesia
romana, mientras él iba recorriendo las distintas cristiandades.
Por el año 76, y habiendo muerto el sucesor de san Pedro, san Lino,
es escogido Anacleto por la comunidad de fieles para sucederle en la
cátedra, empezando con ello su pontificado, que había de extenderse
hasta el año 88, según unos, o hasta el 90, según otros, Duros tiempos
le toca vivir, cuando a los trabajos de consolidación de las primeras
cristiandades se iban uniendo las fatigas de la persecución, que no
hacía mucho se había desencadenado. Anacleto, como buen pastor, vigila y
ora con los perseguidos, a quienes reúne en las catacumbas para
celebrar los divinos oficios. El mismo, como posteriormente haría san
Dámaso, decora las tumbas de los apóstoles, y especialmente la de san
Pedro, que había sido enterrado en la colina del Vaticano. En ella hace
construir una especie de túmulo o “memoria” que sirviera para señalar a
las generaciones futuras el lugar exacto de la tumba del primer papa.
Nuestro santo aparece, por otra parte, como un Pontífice de la
Iglesia romana y universal, con ciertos decretos llenos de interés,
usando en sus cartas el saludo, que habían de adoptar sus sucesores, de
“Salud y bendición apostólica”, y, como casi todos los primeros pastores
de la Iglesia, iba a manifestar con su vida la doctrina de Cristo que
predicaba. También se le atribuye la disposición que prohibia a los
hombres de Iglesia de llevar los cabellos largos: un primer ejemplo de
la “tonsura eclesiástica”.
Por este tiempo había sucedido en el Imperio el emperador Domiciano
(81-86), que al fin de su vida, y echando abajo la templanza
característica de su familia, los Flavios, iba a distinguirse como uno
de los perseguidores más cruentos de los cristianos. Que en su reinado
padeciera el martirio san Anacleto es indudable, aunque no nos queden
noticias precisas del modo y la fecha en que lo sufrió. La Iglesia, sin
embargo, le ha concedido siempre el título de mártir, habida cuenta de
los trabajos que tuvo que padecer. Fue enterrado en la misma colina del
Vaticano, junto al sepulcro de san Pedro, a quien tan de cerca había
seguido en su vida.
Artículo publicado por Hagiopedia
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