La armonía total con Dios, con los demás y con la vida sólo existe en el cielo, aquí las rupturas duelen y a veces sólo puedes hacer una cosa
Reconciliación es una palabra que me da
paz. La escucho y mi corazón se llena de esperanza. Reconciliar lo que
está roto, desunido, en guerra. Reconciliar lo que no está conciliado.
Me gustaría ser un buen conciliador. Capaz de restablecer los
vínculos cortados. Construir caminos que lleven a la unión. Cuando se ha
roto el camino marcado.
Quiero pensar en la Cuaresma como un tiempo de caminos de ida y de
vuelta. Caminos en los que me encuentro con Dios que me dice que me ama.
Caminos en los que voy al que sufre, al que está lejos, al que ha roto
los vínculos de amor con el mundo, con los hombres.
Dice la Biblia:
“El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación”.
Dios en mí reconciliando al mundo. Sin pedir cuentas del mal. Sin exigir el pago de la deuda. Una nueva creatura.
Quiero que Jesús haga en mí todas las cosas nuevas. Quiero que me
haga hombre nuevo. Capaz de vivir de una forma nueva, más honda, más
pura, más verdadera.
Leía el otro día:
“Adquisición de la paz interior supone largo trabajo de reconciliación. Con Dios: desconfiar y reprochar una expectativa no atendida. En vez de confiar, agradecer y estar disponible. Con uno mismo: no aceptarse tal como se es, despreciarse, juzgarse. Con el otro: miedos, cerrazones, amarguras, rencores, perdones rechazados. Con la vida: lamentos por el pasado, miedo al futuro, incapacidad para asumir la vida presente, pérdida de sentido y gusto de lo que vivimos”[1].
Las tensiones, la ira, el rencor, el odio, el desprecio, la desidia,
la pereza surgen en esos cuatro ámbitos. Dios, yo mismo, los demás, la
vida.
Surge de mis pecados que me hablan de caminos rotos. Choco con esos muros y barreras que hacen imposible el camino del encuentro. Brota la falta de paz de mis heridas no sanadas.
Hay algo en mí que no está reconciliado. Algo que no está en orden. Sé que es imposible que yo esté en paz con todo y con todos. Es imposible una paz que sólo en el cielo será real.
No por ello me desanimo en la lucha. Es imposible estar bien en todo. Y no es imposible soñar con lo que anhelo.
Es cierto que es imposible que mi cuerpo esté totalmente sano. No por
ello dejo de esforzarme por llevar una vida sana. Algo no estará en
orden. No importa. Me esfuerzo. Lo mismo con mi alma, con mi vida. Hay
aspectos no reconciliados. Ámbitos en los que falta paz.
Vivir en paz tiene que ver con vivir reconciliado y reconciliando. Con vivir en una armonía que Dios da a los que se la piden.
Sueño con ser una creatura nueva. Deseo tejer vínculos nuevos en
armonía. Vínculos en los que quiero mantener la paz. Me esfuerzo por
ello.
A veces no depende de mí. Puedo fracasar en el campo del amor.
Fracasar en mis intentos por dar la vida con generosidad. Puede que los
caminos estén rotos por los pecados de los otros. Puede que quede yo
herido por el odio del otro.
Tal vez no pueda cambiar la realidad. Tengo que aceptarla como es. Asumirla en su verdad.
Quiero aprender a reconciliarme con la vida como es hoy. Con la vida en su pobreza, en su pureza, en su belleza.
Miro confiado el camino que tengo por delante. Puedo vivir en actitud reconciliadora. Para ello tengo que perdonar mi vida como es hoy. Está herida. Es imperfecta.
Quiero reconciliarme con mi hermano. No siempre va a querer acercarse a mí. Pero yo sí. Busco esa reconciliación.
Hay personas que buscando su propio camino, sin paz en casa, se
alejan y rompen vínculos. Quizás rompen la conciliación de su vida, o
rompen con su padre, con su casa, con su hermano, o con su presente
buscando un futuro mejor. Viven entonces no reconciliados y lejos de
casa. Algo en su vida no está en orden. Pero no importa. Siguen el
camino.
En ocasiones me siento así. Vivo lejos de mi hogar. Lejos de algún hermano. Herido por dentro. Roto. No reconciliado. Y sigo adelante sin preocuparme demasiado. Vivo mi vida sin mirar atrás. No creo que sea posible la reconciliación.
Soy yo el que ha roto los hilos de una vida en el hogar. Me he
alejado en alguno de esos ámbitos. De Dios, de los demás, de mi vida, de
mí mismo.
Sobre esos puentes rotos he construido una nueva vida. Pensando que así está todo bien. Tapando los miedos y dolores.
Sigo hacia delante sin mirar hacia atrás. Sólo importa el presente que abrazo en medio de mi rutina. Cuesta mucho mirar mis vacíos, mis dolores y mis miserias. Si mis ojos no ven el dolor tal vez sufran menos.
Sigo adelante sin pensar en lo que no está en orden en mi vida. Poco
importa la casa paterna que he abandonado. El hermano con el que he
roto. El sueño que he dejado al borde de mi camino.
Ya no importan los anhelos de infinito que viven en mi interior. No
importa lo que no puedo dominar y controlar. Aquello que no depende
totalmente de mí.
Vivo roto y duele. Pero no miro. Porque si miro la impotencia aumentará el dolor del alma. Quisiera volver a casa. Levantarme y pedirle a Dios la reconciliación. Anhelo vivir en el hogar que sueño.
[1] Jacques Philippe, Si conocieras el don de Dios
Carlos Padilla
Aleteia