Como cada año a estas alturas de marzo, ponemos nuestra mirada en un
personaje muy especial y querido: san José. Que es un santo muy querido
queda plasmado en la gran devoción que los cristianos le tenemos: es
patrón de la Iglesia universal, de la buena muerte, de las familias
–concretamente de los padres-, de los Seminarios y también es el patrón
de muchas naciones. Pero también es un santo muy especial, ya que por
ejemplo en la Biblia él no pronuncia una sola palabra; tan solo sabemos
que era un hombre justo, el esposo de María (Mt 1, 19) y que su trabajo
era ser carpintero. Sin embargo, su papel es esencial en la vida de
Jesús, pues entendemos que san José actuó de protector en la Sagrada
Familia, llevó el sustento a casa, educó junto con María al niño Dios y
también le enseñó al joven Jesús el trabajo familiar, por eso dirán de
Él “¿no es éste el hijo del carpintero?” (Mt 13, 55).
Gracias a estos datos bíblicos se entiende perfectamente que san José
sea patrón de los Seminarios y de todos los seminaristas. Los que
estamos en el seminario nos ponemos bajo la protección de este santo
Patriarca para que como él ya hizo en otro tiempo, nos enseñe a vivir
como Jesús, nos eduque, nos proteja y nos explique cómo tratar a Cristo
en nuestras manos. Se puede decir entonces que estamos bien protegidos.
En nuestra diócesis de Santiago de Compostela, el Seminario Mayor
está situado al lado de la Catedral, en pleno centro histórico y es el
segundo edificio religioso más grande de España (después del Escorial),
es decir, que es una auténtica lotería vivir aquí. Sin embargo, al
hablar de “seminario” no podemos quedarnos en el aspecto externo y
monumental del edificio, sino que más bien el Seminario es la comunidad
de seminaristas que aquí nos estamos formando y preparando para ser
futuros sacerdotes. Y precisamente por eso se llama seminario, porque es
el “semillero” donde va creciendo la semilla de la vocación sacerdotal.
Una semilla, un don que Dios siembra en el corazón de jóvenes generosos
que deciden entregarse a su servicio. Actualmente somos 19 jóvenes los
que nos estamos preparando para el sacerdocio, durante seis o siete años
de formación. Es un poco lo que hizo Jesús con sus discípulos: llamó a
los que quiso porque los quería, para que estuvieran con Él y mandarlos a
predicar.
El Concilio Vaticano II dice en uno de sus textos que el Seminario es
el corazón de la diócesis. Seguro que conocemos a personas que, por
diversos avatares de la vida, viven sin un brazo, sin una pierna o
incluso sin un pulmón; pero no hay nadie que pueda vivir sin el corazón.
Cuanta razón tiene el Concilio al definir así al seminario, porque
difícilmente la Iglesia puede vivir sin su “corazón”. Recordemos que sin
sacerdotes no hay Eucaristía, pero es que sin Eucaristía no hay
Iglesia. Esa es la labor del cura: anunciar a Cristo y transmitir la
Vida divina mediante los sacramentos.
Si lo pensamos bien, nos damos cuenta de que el sacerdote está
presente en los momentos más importantes de la vida de un cristiano: es
él quien bautiza a los recién nacidos, quien ofrece la primera comunión a
los niños, quien perdona nuestros pecados, quien une en matrimonio a
los novios, quien lleva alivio a los enfermos y el que despide a
nuestros difuntos a la casa del Padre. En definitiva, ese gran
desconocido que para muchos puede ser el cura, se convierte en puente
que une a las personas con Dios…y esto convierte la vida del cura en una
vida realmente apasionante.
Para terminar, quisiera recordar que como ya dijo san Juan Pablo II en la exhortación Pastores Dabo Vobis, el
sacerdote “procede de los hombres y está al servicio de los hombres,
imitando a Jesucristo”. Esto es muy importante, los curas son hombres de
carne y hueso, no superhéroes, hombres de nuestro tiempo, del aquí y
ahora… ¿quizá puedes ser tú? ¿has pensado en ser sacerdote?
Y por todo ello, es muy acertado el lema para el día de san José de este año “El seminario, misión de todos”,
porque ciertamente todos podemos hacer algo por nuestro seminario. Por
ejemplo, una propuesta que te hago es que reces por las vocaciones
sacerdotales, para que los jóvenes de nuestras parroquias se animen a
seguir al Maestro; que reces también por los que somos seminaristas,
para que cada vez nuestro corazón sea más semejante al corazón de
Cristo, y que reces también por los sacerdotes para que sean santos.
Pero también te propongo que si a lo mejor conoces a algún joven que se
pueda plantear eso de ser cura…que lo animes, que se lo digas. Si a lo
mejor eres padre o madre de familia, te pediría que no tengas miedo si
un hijo tuyo te dice que quiere ser cura, al contrario, anímalo y reza
por él -tu familia será feliz al verlo feliz a él-, y se cumplirá ese
dicho de que la “familia es el primer seminario”. Y por último, a lo
mejor tú eres ese joven, o no tan joven, que buscas un sentido auténtico
para tu vida y que te sientes llamado por Jesús a algo especial, a algo
grande…..pues si este es tu caso te diría que busques a un sacerdote de
confianza para comentarle esa inquietud; él te orientará porque ya pasó
por lo mismo que tú.
Sí, realmente ¡¡el Seminario es misión de todos!!
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