San Gabriel de la Dolorosa
De carácter agresivo e iracundo, la gracia hizo de él una persona sensible y de una amabilidad extraordinaria
Nació en Asís el 1 de marzo de 1838. Era el undécimo de trece hermanos. Perdió a su madre cuando tenía 4 años. Su padre era juez en la ciudad y al quedarse viudo se ocupó personalmente de su formación. Era un hombre creyente que, junto a su esposa, había alentado a sus hijos a compartir diariamente prácticas de piedad como el rezo del rosario.
De carácter agresivo e iracundo, la gracia hizo de él una persona sensible y de una amabilidad extraordinaria
Nació en Asís el 1 de marzo de 1838. Era el undécimo de trece hermanos. Perdió a su madre cuando tenía 4 años. Su padre era juez en la ciudad y al quedarse viudo se ocupó personalmente de su formación. Era un hombre creyente que, junto a su esposa, había alentado a sus hijos a compartir diariamente prácticas de piedad como el rezo del rosario.
Sostenidos por su confianza en Dios afrontaron la desaparición de
cinco de los hermanos. La sensibilidad de la que hacía gala se puso de
manifiesto también con la educación de Francisco. Éste tenía lo que se
dice mal genio.
Un carácter impulsivo y tendente a la ira, que su progenitor se
preocupó de templar a través de la selecta educación que le
proporcionaron los hermanos de las Escuelas Cristianas y los jesuitas
con quienes les llevó a estudiar.
El mundo en cierto modo le atraía, y como era un líder,
fácilmente sobresalía en cualquier lugar. Después, la indómita
personalidad, atenuada progresivamente, dejó traslucir un «temperamento
suave, jovial, insinuante, decidido y generoso; poseía también un
corazón sensible y lleno de afectividad…
Era de palabra fácil, apropiada, inteligente, amena y llena de una
gracia que sorprendía…». Además, poseía innegable atractivo: alto, bien
formado, y le acompañaba incluso su tono de voz. Esmerado en el vestir
–iba a la última– tenía dotes para el canto, la poesía y el teatro.
Sensible y proclive al enamoramiento, se sentía atraído por la lectura de las novelas.
Pero como en su interior mantenía siempre viva su fe cristiana (incluso
tenía en su habitación una escultura de la Piedad que veneraba),
después experimentaba una honda tristeza y abatimiento. A veces
acompañaba a su padre al teatro, y lo abandonaba a escondidas para rezar
bajo el pórtico de la cercana catedral, regresando de nuevo antes de
que acabara la función.
Dios tocó su corazón por medio de una grave enfermedad.
Aterrorizado por ella, prometió que si sanaba, abandonaría la vida que
llevaba. Se curó, pero no cumplió su palabra. Con todo, llamó a la
puerta de los jesuitas y aunque fue aceptado, pensó que le convenía una
comunidad más rigurosa. Nuevamente estuvo a punto de morir, y seguro de
que manteniéndose fiel a Dios, sanaría, tocado por el ejemplo del beato
Andrés Bobola, al que había pedido su mediación, efectivamente se curó.
Solo le quedaba cumplir su promesa ingresando con los jesuitas. Sin
embargo, dejó pasar el tiempo.
Entonces perdió a la hermana que más quería a consecuencia de una
epidemia de cólera, y lo interpretó como un signo divino inaplazable. De
modo que, comunicó a su padre la decisión que daría el rumbo definitivo
a su existencia. A su progenitor le parecía que un joven tan mundano
como él no iba a encajar fácilmente en esa forma de vida y desistiría de
su empeño prontamente.
En esa época, intervino María. El 22 de agosto de 1856,
cuando Francisco asistía a la procesión de la «Santa Icone» en Spoleto,
donde residía, la Virgen le dijo:«Tú no estás llamado a seguir en el
mundo. ¿Qué haces, pues, en él? Entra en la vida religiosa. Y
el 10 de septiembre de 1856, con 18 años, ingresó en el noviciado
pasionista de Morrovalle (Macerata). Al profesar tomó el nombre de
Gabriel de la Dolorosa.
Efectivamente, y tal como su padre pensó, la diferencia entre la vida
que había llevado y la conventual le costó grandes esfuerzos a todos
los niveles. En nada se parecía la frugalidad de una mesa sobre la que
se extendían humildes viandas con los apetitosos bocados que había
gustado en su casa. Los horarios, la disciplina… Se sobrepuso a todo. Y
después, hizo notar en sus escritos: «La alegría y el gozo que disfruto dentro de estas paredes son indecibles».
Se formó en Preveterino, Camerino e Isola feliz de poder convertirse en sacerdote, pero Dios tenía otros planes para él.
Nunca se quejó, soportó santamente las humillaciones, y fue admirado
por sus hermanos por la amabilidad de su trato, su fervor, y la
fidelidad en el cumplimiento de lo que se le indicaba: «Lo que más me ayuda a vivir con el alma en paz es pensar en la presencia de Dios,
el recordar que los ojos de Dios siempre me están mirando y sus oídos
me están oyendo a toda hora y que el Señor pagará todo lo que se hace
por él, aunque sea regalar a otro un vaso de agua», decía.
Refugiado en Cristo y tan alejado de la notoriedad, hasta quemó sus
experiencias místicas que habían estado cuajadas de favores celestiales
que anotó. Paciente, humilde y obediente supo sacar partido a las
mortificaciones y penitencias, creciendo en la santidad a través del
dominio de la voluntad en las pequeñas cosas del día a día.
A punto de ser ordenado sacerdote en 1861, contrajo la tuberculosis.
Tenía presente la Pasión de Cristo y le habían consolado «Las glorias de
María» de san Alfonso María de Ligorio, que acrecentaron su devoción
por la Virgen. Tras un año de sufrimientos, ofrecidos como víctima
expiatoria a Cristo, dando heroico testimonio de paciencia y de
conformidad en tan doloroso proceso, murió en Isola del Gran Sasso,
Teramo, el 27 de febrero de 1862. Fue canonizado el 13 de mayo de 1920
por Benedicto XV.
Oremos
Tú, Señor, que concediste a San Gabriel el don de imitar con
fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por
intercesión de este santo, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra
vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de
tu Hijo. Que vive y reina contigo.
Artículo publicado originalmente por evangeliodeldia.org
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