
Pregunta.¿Cómo se le ocurre “complicarse” la vida e irse a la
aventura misionera a una persona que ha crecido rodeada de comodidades?
Respuesta. El origen de mi vocación tiene tres
fuentes. La primera fue la fe de mis padres. Mi padre creía en la
providencia a pesar de vivir en un pueblo marinero muy pobre de
principios del s. XX. Mi madre sintió siempre una gran compasión por los
pobres, y eso se pega. La casa te marca.
Luego me marca el Evangelio. Volver a Jesús. Y tener la suerte de estudiar Teología en Roma durante la celebración del concilio.
La segunda fue el colegio de la Compañía de María de A Coruña. Por
aquel entonces, antes de comenzar las clases, la prefecta nos hablaba
del Evangelio durante diez minutos. Todos los días. Eso me hizo
descubrir la necesidad, que he tenido siempre, de volver a Jesús, volver
al Evangelio.
Y luego los modelos. Mi primer catequista fue Baltasar Pardal, un
santo sin duda. Recuerdo una vez que le dije: “yo quiero ser misionera” y
él me auguró: “lo serás”. Me influyó también una hermana de
congregación, Amalia Sanjurjo, misionera en África. Su modelo fue muy
importante para mí.
Pregunta. ¿Nos faltan modelos?, ¿nos faltan maestros de vida en este Occidente nuestro?
Respuesta. Creo que sí. Llevo poco tiempo en España y
aún me falta perspectiva. Pero creo que hay muchos movimientos
pequeños, muchos grupos de Iglesia, pero nos faltan vocaciones. Es
preciso regresar al Evangelio.
Pregunta. ¿Cómo crees que deberíamos enfocar nuestra pastoral para que los niños se sientan atraídos por el Evangelio?
Respuesta. Con los niños podemos hacer milagros.
Porque tienen curiosidad, fantasía, son creativos y sueñan. Si damos
respuesta a su curiosidad y en esa respuesta les ofrecemos a Jesús,
aparecen muchas cosas. Aparece lo más humano. Si Jesús es algo es lo
humano. Es la persona enviada por Dios que humaniza todo. Creo que
tenemos que poner el Evangelio en las manos de los niños y acompañar la
catequesis con signos que atraigan su atención. El signo tiene una
fuerza expresiva tan grande que no se olvida nunca. También hay que
alimentar los sueños de los niños.
Pregunta. ¿Cómo despertar sueños grandes en los niños?
Respuesta. Hay que despertar sueños, porque el mundo
de hoy es muy chato. Nos quedamos con ganar dinero, embobados mirando
la pantalla de un móvil… Escribió Eduardo Galeano: “El derecho a soñar
no figura entre los treinta derechos humanos… pero si no fuera por él y
por las aguas que da de beber, los demás derechos se morirían de sed”.
Podemos imaginar el mundo que queremos que sea. El misionero es un
soñador. Es muy realista por un lado, pero un soñador. El mundo necesita
soñadores. El niño no puede quedarse en un mundo chato. Hay que darle
al niño pequeñas utopías que le den sentido a su vida.
Pregunta. ¿Sobre qué pilares crees que se debe edificar nuestra pastoral?
Respuesta. Sobre la acción y la contemplación. Hay
que llevar a los niños ante el altar. Ora et labora. Son los dos
pilares, en pie de igualdad. Creo que es por aquí por donde debemos ir.
Formar grupos pequeños de oración como hicimos en Chile. Una de mis
últimas acciones allí fueron las “tardes con Jesús”. Un proyecto que
llevaban laicos y que incluso acabó teniendo un espacio en la radio. La
idea es tocar a Jesús en el Evangelio y tocarlo en el pobre.
Pregunta. Para resumir, ¿qué es ser misionero?
Respuesta. Ser misionero es una gracia. Es un regalo
sentir ese impulso de dejar tu patria. Yo me fui a Chile y aún hoy me
pregunto cómo me atreví con el miedo que yo le tengo a los terremotos.
Es una gracia del Evangelio que te abre unos horizontes que te resitúan
en el mundo. Y como palpas la pobreza y la miseria y los grandes
contrastes, te metes de cabeza y haces tuya la frase de Jesús: “he
venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10) y “no
he venido a ser servido sino a servir” (Mc 10, 45). Ser misionero es
llevar el Evangelio en el corazón y los pies en la historia. En el
misionero hay un heroísmo que es de lo Trascendente, es de Dios. Todo es
gracia.
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