De acuerdo con “las actas” de santa Lucía, nació en Siracusa, Secilia
(Italia), de padres nobles y ricos y fue educada en la fe cristiana.
Perdió a su padre durante la infancia y se consagró a Dios siendo muy joven. Sin embargo, mantuvo en secreto su voto de virginidad, de suerte que su madre, que se llamaba Eutiquia, la exhortó a contraer matrimonio con un joven pagano.
Lucía persuadió a su madre de que fuese a Catania a orar ante la
tumba de santa Agata para obtener la curación de unas hemorragias.
Ella misma acompañó a su madre, y Dios escuchó sus oraciones. Entonces, la santa dijo a su madre que deseaba consagrarse a Dios y repartir su fortuna entre los pobres.
Llena de gratitud por el favor del cielo, Eutiquia le dio permiso. El pretendiente de Lucía se indignó profundamente y delató a la joven como cristiana ante el pro-consul Pascasio. La persecución de Diocleciano estaba entonces en todo su furor.
El juez la presionó cuanto pudo para convencerla de que
apostatara de la fe cristiana. Ella le respondió: “Es inútil que
insista. Jamás podrá apartarme del amor a mi Señor Jesucristo”.
El juez le preguntó: “Y si la sometemos a torturas, ¿será capaz de resistir?”.
La jovencita respondió: “Sí, porque los que creemos en Cristo
y tratamos de llevar una vida pura tenemos al Espíritu Santo que vive
en nosotros y nos da fuerza, inteligencia y valor”.
El juez entonces la amenazó con llevarla a una casa de prostitución
para someterla a la fuerza a la ignominia. Ella le respondió: “El cuerpo queda contaminado solamente si el alma consiente”.
Santo Tomás de Aquino, el mayor teólogo de la Iglesia, admiraba esta
respuesta de santa Lucía. Corresponde con un profundo principio de
moral: no hay pecado si no se consiente al mal.
No pudieron llevar a cabo la sentencia pues Dios impidió que los guardias pudiesen mover a la joven del sitio en que se hallaba.
Entonces, los guardias trataron de quemarla en la hoguera, pero también fracasaron. Finalmente, la decapitaron.
Pero aún con la garganta cortada, la joven siguió exhortando a los
fieles para que antepusieran los deberes con Dios a los de las
criaturas, hasta cuando los compañeros de fe, que estaban a su
alrededor, sellaron su conmovedor testimonio con la palabra “amén”.
Aunque no se puede verificar la historicidad de las diversas
versiones griegas y latinas de las actas de santa Lucía, está fuera de
duda que, desde antiguo, se tributaba culto a la santa de Siracusa.
En el siglo VI, se le veneraba ya también en Roma entre las vírgenes y mártires más ilustres. En la Edad Media se invocaba a la santa contra las enfermedades de los ojos, probablemente porque su nombre está relacionado con la luz.
Ello dio origen a varias leyendas, como la de que el tirano mandó a
los guardias que le sacaran los ojos y ella recobró la vista.
Cuando ya muchos decían que santa Lucía es pura leyenda, se probó su
historicidad con el descubrimiento, en 1894, de la inscripción sepulcral
con su nombre en las catacumbas de Siracusa.
Su fama puede haber sido motivo para embellecer su historia pero no cabe duda de que la santa vivió en el siglo IV.
(Fuente corazones.org)
Se le representa normalmente con una espada que le atraviesa el
cuello, una palma, un libro, una lámpara de aceite y en ocasiones
también con dos ojos en un platón.
Oración a Santa Lucía de Siracusa
¡Oh Bienaventurada y amable virgen santa Lucía, universalmente
reconocida por el pueblo cristiano como especial y poderosa abogada de
la vista, llenos de confianza a ti acudimos pidiéndote la gracia de que
la nuestra se mantenga sana y le demos el uso para la salvación de
nuestra alma, sin turbar jamás nuestra mente en espectáculos peligrosos.
Y que todo lo que ellos vean se convierta en saludable y valioso motivo
de amar cada día más a Nuestro Creador y Redentor Jesucristo, a quien
por tu intercesión, oh protectora nuestra; esperamos ver y amar
eternamente en la patria celestial. Amén.
Artículo publicado originalmente por Santopedia
Aleteia