Los beatos Francisco, Bartolomé y Antonio, de la Orden de Hermanos Menores, junto con 12 seglares japoneses, fueron martirizados en Nagasaki (Japón) en agosto de 1627, quemados vivos o decapitados.
Francisco nació en Montalbanejo (España), entró de joven en la Orden franciscana y recibió la ordenación sacerdotal.

Pidió ir a misiones y, después de trabajar 14 años en Filipinas, pasó a Japón, en plena persecución religiosa, acompañado de Bartolomé, hermano laico que había vestido el hábito franciscano en México (¿oriundo de Sevilla?), médico y catequista.

Se dedicaron a atender clandestinamente a las comunidades cristianas desasistidas, y se les unió como catequista un joven cristiano japonés, Antonio, que profesaría la Regla franciscana estando ya en la cárcel.

Con ellos fueron arrestados, encarcelados y martirizados ocho terciarios franciscanos y cuatro terciarios dominicos. El 7 de julio de 1867 fueron beatificados, con otros muchos, por Pío IX
Después de la persecución de 1597, que dio al Japón el selecto grupo de 23 mártires guiados por san Pedro Bautista (6 de febrero), la Iglesia pudo disfrutar de un período de gran fervor bajo el emperador Cubosama y pudo difundirse ampliamente.

Una de las características del apostolado de los misioneros en tierras del Japón era el rodearse de activos colaboradores para el apostolado y las diversas necesidades. 

Los japoneses, al poseer perfectamente la lengua, conociendo las instituciones y las costumbres de los diversos lugares, eran una preciosa vanguardia de los misioneros.

La catequesis de niños y de adultos en el período del catecumenado como preparación para el bautismo generalmente era confiada a catequistas japoneses.

La asistencia a los enfermos en los hospitales o en las casas privadas, la ayuda a los pobres, los orfanatos para acoger a los niños abandonados o sin padres, eran encomendados a estos maravillosos cristianos, que repetían en el Japón los prodigios de los cristianos de la primitiva Iglesia.

Los mejores catequistas, los más formados espiritualmente, los que mostraban indicios de vocación, eran admitidos a la Tercera Orden o, inclusive, a la Primera Orden. Y así más ligados al apostolado misionero e imbuidos del espíritu franciscano trabajaban con mayor diligencia. Muchos de ellos fueron mártires por su fe.

Por otra parte, la obra de los franciscanos y de los jesuitas en el Japón se amplió con la apertura de esta misión a otras órdenes religiosas, entre ellas la de los agustinos y la de los dominicos.

La rabia de los bonzos logró todavía influir, con amenazas y engañosos motivos políticos y económicos, en el corazón del emperador, que en 1614 publicó un edicto con el cual proscribía la religión católica, expulsaba a todos los misioneros, ordenaba derribar las iglesias y condenaba a muerte a cuantos persistieran en su fe.

Fue un inmenso incendio de fuego y sangre el que se abatió sobre la floreciente Iglesia, que contaba entonces con más de dos millones de fieles. Se ensayaron suplicios de toda clase en el lapso de unos 18 años, sin respetar ninguna edad ni clase social.

Entre estos innumerables héroes de la fe se pudieron recoger las actas de los 205 mártires que fueron beatificados por Pío IX en 1867, pertenecientes a las órdenes de Santo Domingo, San Francisco, San Agustín y San Ignacio.

A la Orden de San Francisco pertenecen 45, de los cuales 18 a la Primera Orden, 15 a la Tercera, y los demás son familiares y amigos de ellos. A continuación nos referimos a los martirizados en Nagasaki el mes de agosto de 1627.

Beato Francisco de Santa María. Franciscano de la Primera Orden, sacerdote y mártir en Japón. Es nativo de Montalbanejo, provincia de Cuenca, España. Siendo joven fue admitido en la Orden de los Hermanos Menores, donde fue admirado por sus hermanos en religión a causa de sus virtudes y su inteligencia.

El amor de Dios y de las almas lo movió a ofrecerse como misionero para dedicar su vida a la conversión de los infieles. En 1623, junto con el franciscano mejicano Bartolomé Laurel, llegó a Japón, donde desarrolló una dinámica actividad apostólica.

Tuvo la fortuna de encontrar un óptimo catequista a quien en la cárcel podría luego recibir en la Orden de los Hermanos Menores en calidad de hermano, y que luego también lo acompañaría en el martirio: el Beato Antonio de San Francisco.

Francisco de Santa Marta pudo realizar un inmenso trabajo con su valeroso catequista, siempre lleno de celo, de valor y de espléndidas iniciativas, asiduo en la asistencia a los enfermos. Con otros terciarios bien formados espiritualmente tuvo la alegría de bautizar a muchos paganos.

Un día en Nagasaki era huésped del terciario Gaspar Vaz junto con Fray Bartolomé Laurel y algunos terciarios, cuando un grupo de guardias irrumpió en la casa y arrestaron a los dos religiosos y a ocho terciarios, incluidos Gaspar Vaz y María su mujer.

Mientras eran conducidos a la prisión encadenados, un joven japonés se enfrentó con valor al gobernador para reprocharle su crueldad y ofrecerse a morir con su maestro, fue recibido por éste en la Primera Orden y alcanzó da gracia del martirio: Fray Antonio de San Francisco.

El beato Francisco, después de indecibles sufrimientos, sostenido e iluminado por la fe y la esperanza del cielo, fue quemado vivo el 16 de agosto de 1627 en Nagasaki, en la Santa Colina.

Beato Bartolomé Laurel. Religioso profeso de la Primera Orden franciscana y mártir en el Japón. Era nativo de México. Siendo joven vistió el hábito y profesó la Regla de San Francisco en calidad de religioso no clérigo.

Se hizo compañero y amigo inseparable del beato Francisco de Santa María, con quien en 1609 llegó a Manila (Filipinas), y de allí en 1622 arribó a las costas del Japón, donde trabajó intensamente como catequista.

Atendió a la asistencia de los enfermos en los hospitales, trabajó también como médico; preparaba a los fieles a recibir los últimos sacramentos y a los paganos a abrazar la fe cristiana. Dio continuos ejemplos de humildad, mortificación, modestia y celo apostólico.

Un día en Nagasaki era huésped de la familia de Gaspar Vaz junto con el beato Francisco de Santa María y otros terciarios. La policía irrumpió en la casa y los arrestó; encadenados, fueron conducidos a la prisión.

Bartolomé Laurel, después de indecibles sufrimientos iluminados por la fe y el amor a Cristo, fue quemado vivo el 16 de agosto de 1627 en Nagasaki, en la Santa Colina.

Beato Antonio de San Francisco. Religioso profeso de la Primera Orden franciscana y mártir en Japón. Era japonés de nacimiento y de nacionalidad.

Fue catequista del Padre Francisco de Santa María y terciario franciscano. Desarrolló incesantes obras de caridad entre los cristianos y los paganos de Nagasaki, los visitaba y asistía al Padre Francisco en su laborioso ministerio apostólico.

No estaba presente cuando fue apresado el misionero en la casa del Beato Gaspar Vaz, pero, avisado, corrió a donde el gobernador para enfrentarlo, gritándole: "Tú tienes una multitud de espías y verdugos. Considerables son las recompensas prometidas a los delatores. Pues bien, aquí delante de ti tienes un delator que viene a denunciar a un adorador de Cristo. Ese adorador soy yo, que hace muchos años me ocupo sin descanso en apoyar a los fieles y convertir a los paganos, muchos de los cuales han sido conducidos a la fe. Quiero que me des la recompensa por mi delación; quiero ser asociado a mi querido padre y maestro y a mis queridos hermanos en la prisión, en los padecimientos y en la muerte".

Antonio fue escuchado de inmediato, y en la prisión vio realizado otro ardentísimo deseo suyo, el de ser recibido en la Orden de los Hermanos Menores. Con vivísima alegría fue admitido al noviciado, cumplido el cual hizo la profesión en manos de su "padre y maestro de novicios", el P. Francisco de Santa María, en calidad de religioso no clérigo.

En la historia de la Orden Franciscana quizás es de los pocos casos de una admisión, un año de noviciado y una profesión cumplidos en la cárcel.

Este valeroso cristiano, fiel catequista y ardiente franciscano, junto con otros dos religiosos y quien lo hospedaba, el beato Gaspar Vaz, consumó su martirio en el fuego, mientras María Vaz y otros terciarios fueron decapitados. La constancia de estos intrépidos atletas dio un solemne testimonio de la fe y dejó pasmados a los mismos paganos.

En esta misma ocasión fueron asesinados por odio a la fe algunos niños de tres y de cinco años, hijos de Gaspar y María Vaz. Sus nombres no aparecen en el decreto de beatificación. Su martirio tuvo lugar en Nagasaki en la Santa Colina o Monte de los Mártires, consagrado ya con la sangre de una multitud de mártires. Antonio de San Francisco sufrió el martirio el 17 de agosto de 1627.

Beatos Gaspar Vaz, María Vaz y Juan Romano. Mártires, japoneses nativos, de la Tercera Orden de San Francisco ( 1627-1628).

Los esposos Gaspar y María Vaz habían dedicado su vida a la mayor gloria de Dios y a la evangelización de los fieles. Su casa se había convertido en otra casa de Betania, donde los tres hermanos, Lázaro, Marta y María, acogieron muchas veces a Jesús y a los apóstoles, con gran cordialidad.

También la casa de Gaspar y María acogía a menudo a los misioneros y a los cristianos para alojamiento, comida, reuniones de fieles, celebración de la Eucaristía, etc. Así como en Roma las catacumbas acogieron a los primeros cristianos perseguidos, así durante la persecución del Japón los fieles se recogían en la casa de esta familia.

Pero un día un traidor los denunció ante las autoridades. Fueron arrestados junto con sacerdotes y fieles, encerrados en una dura prisión y luego condenados a muerte. También ellos subieron a la Santa Colina, Calvario de su inmolación.

Por Cristo y su fe sufrieron el martirio: Gaspar fue quemado vivo, María fue decapitada. Así juntos los dos heroicos esposos de la Betania de esta tierra, alcanzaron la Betania del cielo, ejemplo sobre todo para los esposos en un plan de vida dedicado a la caridad y a la hospitalidad.

Juan Romano, también japonés perteneciente a la Orden Franciscana Seglar, era fervoroso colaborador de los misioneros franciscanos. Los acompañaba en sus desplazamientos como catequista, asistente en las obras de caridad que florecían al lado de la misión.

Los hospedaba en su casa y ponía a su disposición su propia barca para trasladarlos a las diversas islas. Junto con otros fieles, fue arrestado, maniatado y llevado a la cárcel de Omura, donde permaneció varios meses.

La mañana del 8 de septiembre de 1628 fue sacado de la prisión, conducido a Nagasaki, donde en el Calvario japonés, la Santa Colina, nuevamente fue invitado a apostatar: "Estoy dispuesto a morir mil veces antes que traicionar mi fe y a Cristo a quien amo intensamente. Jamás me separaré de Él". Junto con otros compañeros de martirio fue decapitado. De la tierra llegó al cielo, donde vive en la gloria de Dios.

Beato Martín Gómez. Terciario franciscano y mártir en Japón. Japonés de nacimiento y de nacionalidad, estaba inscrito en la Tercera Orden de San Francisco. Su padre era portugués, su madre japonesa.

Había dado hospedaje a los misioneros cristianos, por lo cual fue arrestado y condenado a muerte, pues las disposiciones del gobierno prohibían absolutamente esta actividad. Invitado a renegar de su fe, rehusó enérgicamente hacerlo, afirmando que ni la muerte lo podría apartar de aquella fe tan profundamente arraigada en su corazón.

El 17 de agosto de 1627 Martín Gómez fue llevado de la cárcel a la santa colina, donde junto con otros compañeros fue todavía invitado a renegar de su fe, pero todos permanecieron inconmovibles en la profesión de su religión. Fue decapitado y su alma coronada por la aureola del martirio voló a la gloria del cielo.

Beatos Miguel Kizaemon y Lucas Kiiemon. Japoneses, mártires, de la Tercera Orden Franciscana. Miguel nació en Conga, de padres japoneses, los cuales desde pequeño lo abandonaron. Fue acogido por los cristianos y confiado a la Santa Infancia, donde recibió el bautismo y una educación cristiana.

De joven, fue entregado a un mercader español. Más tarde, pasó a la misión y fue acogido por el franciscano padre Rojas, quien lo inició en los estudios, lo hizo su catequista, y, a petición suya, lo inscribió en la Tercera Orden Franciscana.

De Boniba, a donde había ido por motivos catequísticos, regresó a Nagasaki junto con su queridísimo amigo, también él activo catequista, Lucas Kiiemon, con quien trabajó para la gloria de Dios y el bien de las almas de 1618 a 1627.

En tiempos de la furiosa persecución religiosa, dada la pericia que tenían como carpinteros, trabajaron en la construcción de refugios para esconder y salvar a los misioneros. Por estas múltiples actividades suyas, fueron reconocidos como cristianos, arrestados y llevados a la cárcel, donde pasaron varios meses.

El 16 de agosto de 1627 fueron sacados de la cárcel, llevados a Nagasaki y conducidos hasta la colina santa o monte de los mártires. Allí fueron decapitados y así, con la palma del martirio, alcanzaron la gloria del cielo.
[Extraído de G. Ferrini - J. G. Ramírez, Santos franciscanos para cada día. Santa María de los Ángeles-Asís, Ed. Porziuncola, 2000, pp. 304-305, 307-308, 331, 340 y 359-360]
Artículo originalmente publicado por franciscanos.org
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