Lidia era una comerciante de púrpuras.
Eso podría no significar mucho para nosotros hoy en día, pero en el siglo primero eso significaba que era una mujer muy rica.
Dado que el tinte de la púrpura se extraía con muchas dificultades de
cierto molusco, sólo una elite podía permitirse tener telas teñidas de
ese color. Una mercader que vendiera ese tinte tan extremadamente
costoso era rica, se mirase como se mirase.
La riqueza se cita a menudo como uno de los principales obstáculos al
crecimiento espiritual. Se nos advierte que «es más fácil para un
camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el
Reino de los Cielos».
No hay indicaciones de que Lidia abandonara su negocio tras
convertirse al cristianismo. Pero hay muchas pruebas de que utilizó su
fortuna sabiamente.
Entendió que el valor real de la riqueza reside en el modo en que la usas, no en cuánto tienes.
Artículo originalmente publicada por evangeliodeldia.org
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