Solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, Madre de
nuestro Dios y Señor Jesucristo, que, consumado el curso de su vida en
la tierra, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria de los cielos. Esta
verdad de fe, recibida de la tradición de la Iglesia, fue definida
solemnemente por el papa Pío XII en 1950.
La cuestión de la introducción y evolución de la fiesta de la
Asunción de la Santísima Virgen es extensísima, sin embargo, sirvan como
punto de partida para hilvanar el tema estos tres hitos históricos:
-En primer lugar, la construcción de iglesias dedicadas a la Virgen María, la Theotokos (Madre de Dios), trajo inevitablemente consigo la celebración de la dedicación de dichas iglesias. Consta con certeza que en la primera mitad del siglo V había ya en Roma y en Éfeso iglesias dedicadas a Nuestra Señora, y algunos historiadores opinan que ya en el año 370 se celebraba en Antioquía la conmemoración de «la siempre Virgen María, Madre de Dios».
-En primer lugar, la construcción de iglesias dedicadas a la Virgen María, la Theotokos (Madre de Dios), trajo inevitablemente consigo la celebración de la dedicación de dichas iglesias. Consta con certeza que en la primera mitad del siglo V había ya en Roma y en Éfeso iglesias dedicadas a Nuestra Señora, y algunos historiadores opinan que ya en el año 370 se celebraba en Antioquía la conmemoración de «la siempre Virgen María, Madre de Dios».
-En segundo lugar, dicha conmemoración de la Santísima Virgen no hacía al principio mención de su salida de este mundo, simplemente se celebraba, como en el caso de los demás santos, su «nacimiento para el cielo» («natalis»); la fiesta recibía indiferentemente los nombres de «nacimiento», «dormición» y «asunción».
-En tercer lugar, según una tradición apócrifa pero muy antigua, la Santísima Virgen murió en el aniversario del nacimiento de su Hijo, es decir, el día de Navidad. Como ese día estaba consagrado a Cristo, hubo de posponerse la celebración de María. En algunos sitios empezó a celebrarse a Nuestra Señora en el invierno. Así, san Gregorio de Tours (c. 580) afirma que en Galia se celebraba a mediados de enero la fiesta de la Virgen. Pero también consta que en Siria la celebración tenía lugar el quinto día del mes de Ab, es decir, hacia agosto. Poco a poco fue extendiéndose esa práctica al Occidente. San Adelmo (c. 690) afirma que en Inglaterra se celebraba el «dies natalis» de Nuestra Señora a mediados de agosto. La costumbre de dedicar iglesias a la Asunción de la Virgen data de la época moderna; en la Edad Media se dedicaban simplemente a Santa María. La advocación particular de cada una de las iglesias dedicadas a la Virgen dependía de varios factores; no menor era la ventaja de que la Asunción no cae durante la cuaresma sino en el verano.
La fiesta de la Asunción es, por excelencia, «la fiesta de María», la
más solemne de cuantas la Iglesia celebra en su honor y es también, la
fiesta titular de todas las iglesias consagradas a la Santísima Virgen
en general. La Asunción es el glorioso coronamiento de todos los otros
misterios de la vida de María, es la celebración de su grandeza, de sus
privilegios y de sus virtudes, que se conmemoran también, por separado,
en otras fiestas. El día de la Asunción ensalzamos a Cristo por todas
las gracias que derramó sobre su Madre y, sobre todo, por la gloria con
que se dignó coronar esas gracias. Sin embargo, la contemplación de la
gloria de María en esta fecha no debe hacernos olvidar la forma en que
la alcanzó, para que imitemos sus virtudes. Ciertamente, la maternidad
divina de María fue la fuente de su grandeza, pero Dios no coronó
precisamente la maternidad de María, sino sus virtudes: su caridad, su
humildad, su pureza, su paciencia, su mansedumbre, su perfecto homenaje
de adoración a Dios, amor, alabanza y agradecimiento.
La asunción corporal de la Virgen a los cielos tomó carta de
ciudadanía en la fe católica de una manera natural, a lo largo de los
siglos, y como corolario de una gloria de la Madre de Dios que el Señor
había querido manifestar de muchas maneras. Por ello podrá decir SS Pío
XII el 1 de noviembre de 1950, al proclamar el dogma de la Asunción:
«La extraordinaria unanimidad con que los obispos y los fieles de la
Iglesia católica afirman la Asunción corporal de María al cielo como un
dogma de fe, nos hizo ver que el magisterio ordinario de la Iglesia y
la opinión de los fieles, dirigida y sostenida por éste, estaban de
acuerdo. Ello probaba con infalible certeza que el privilegio de la
Asunción era una verdad revelada por Dios y contenida en el divino
depósito que Cristo confió a su esposa la Iglesia para que lo guardase
fielmente y lo explicase con certeza absoluta»
Y de esa certeza, y para testimonio y guía de las futuras generaciones, la proclamación del dogma:
«Por tanto, después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces e
invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios
omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para
honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de
la muerte; para acrecentar la gloria de esta misma augusta Madre y para
gozo y alegría de toda la Iglesia, por la autoridad de Nuestro Señor
Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y por la
nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación
divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido
el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria
celeste.»
Artículo originalmente publicado por evangeliodeldia.org
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