Descubre a San José, la gran figura silenciosa del Adviento
Me gusta mirar a José en este Adviento. Mirar la confianza de este hombre enamorado de Dios y de María. Me gusta verlos abrazados caminando a Belén.
Miro a José. Ese hijo dócil a los más leves deseos de Dios. Miro a
este hombre fuerte y frágil al mismo tiempo. Firme y tierno. Decidido y
flexible.
Me parecen combinaciones imposibles. En él se dan. Es el hombre fiel y
honesto. Un niño auténtico y verdadero. Un apasionado de la vida que va
lleno de luz. Un hombre alegre y paciente. Enérgico y respetuoso. Es
José el hombre que se puso en camino con alegría junto a María y creyó
más allá de lo prudente.
Le miro a él caminando en medio de la noche y me conmueve ver su paso
firme, su mirada alegre y confiada. Lo veo escuchando a Dios en sueños,
guardando silencio al ritmo de los pasos de María. Lo miro abrazando
con pudor a su esposa, a la Madre de Dios. Sujetando con mimo el don más
grande de Dios.
Lo veo tranquilo en la espera de ese niño venido de Dios que ahora
tenía entre sus manos. Lo miro acogiendo la voluntad de Dios con un sí
alegre. Lo miro turbado cuando los miedos llenan su alma antes de
escuchar en sueños. Y lo miro descifrando en la noche las voces que
confirman su camino.
Me gusta mirar a José en el Adviento abrazado a María. Es como mirar
la roca, el pilar, la montaña firme, sobre la que se asienta mi propia
fe. Creo en su fe de niño y creo en su sí de hombre. Un sí que es para
siempre. Yo creo porque él creyó.
José creyó contra toda esperanza. Había decidido repudiar en secreto a
María. ¡La quería tanto! Había decidido renunciar a sus planes
preciosos. Pero el ángel calmó sus sueños y tocó sus miedos.
Me gusta detenerme a mirar a José en el Adviento. Me fijo en sus ojos
que miran un amplio horizonte. Tienen miedo, tienen paz. Pienso en su
fe firme en medio de la oscuridad de los caminos. Cuando todo parece
imposible. Cuando todo lo posible ya no lo es. Cuando su proyecto deja
de ser una realidad.
José abraza esa noche un proyecto imposible. Se agarra fuerte de la
mano de Dios. Acariciando la mano frágil de María que coge la suya más
firme. José se pone en camino en medio de las dudas. Acompaña
seguramente a María a Ein Karem para que no vaya sola.
Va después a Belén, cuando esa obligación de ir a inscribirse parece
tan absurda. María está muy avanzada en su embarazo. Surgen los miedos y
las dudas. ¿Por qué no podían permanecer mejor tranquilos en Nazaret
esperando el momento? ¿Por qué Dios no lo hacía todo más fácil? Grita la
prudencia del corazón. Un deseo hondo de permanecer en paz.
Y surge el miedo ante las sorpresas de Dios, que conduce la vida.
José temblaría al tomar de la mano a María por los caminos a Belén.
Solos. Sigue a Dios en sus planes imposibles. Da un salto de fe y confía
en un amor que no lo abandona en sus dudas.
Decía el P. Kentenich: Humanamente hablando, tenemos que contar,
por último, con que nuestro intento fracase por completo. Y, sin
embargo, no podemos sentirnos dispensados de correr este riesgo. ¡Quien
tiene una misión ha de cumplirla, aunque nos conduzca al abismo más
oscuro y profundo, aunque exija dar un salto mortal tras otro! La misión
de profeta trae siempre consigo suerte de profeta.
José tiene una misión de profeta. Tiene una misión pesada sobre sus
hombros. No importa. José se fía de Dios y lo hace con alegría. Es
verdad que hay dudas. Siempre hay dudas. ¿Y si fracasa? Hoy miro a José y
pienso en mi propia vida. ¡Cuántas veces el miedo al fracaso detiene
mis pasos ante la puerta de la decisión!
Miro a José con su fe tan sencilla, tan de niño, tan de hombre.
Quiero ser tan valiente como él. Quiero vivir de una fe sencilla. No sé
si me falta fe o me falta valor. Me cuesta creer en la misión imposible
que se me confía. Prefiero que otros actúen y decidan. Yo tengo miedo.
Es verdad que quiero creer que Dios lo puede hacer todo bien aunque
yo no pueda solo. Me asustan esos planes absurdos que a veces toco con
mis manos. Me da miedo no ser fiel como lo fue José en medio de las
dudas. Me cuesta dar un salto mortal. Me falta esa audacia tan grande.
Mi fe se ha vuelto débil con el paso del tiempo. Tal vez tan débil
como la del hombre de hoy. A lo mejor se ha enfermado al enfrentarse con
las tragedias de la vida, con las oscuridades del camino. Mi fe parece
no sostener mis pasos. Dudo. Me da miedo la aventura de la vida.
Miro a José con esa fe tan firme y valiente. Me parece que su corazón es el corazón que deseo tener yo.
Comenta el P. Kentenich: Sin que nos hayamos dado cuenta cabal de
ello, nuestra fe se ha debilitado, ha enfermado. No pocos cristianos se
mantienen fieles a todas las doctrinas de la Iglesia, a la presencia del
Señor en la eucaristía, al misterio de la encarnación. Su problema, el
problema por excelencia es el Dios de la vida, el Dios de la vida de
hoy: – Es el Señor que parece dormitar plácidamente en medio de la
tempestad del tiempo actual.
Mi fe enferma no me deja creer en lo que no veo. No me deja atisbar
las cimas ocultas en medio de la niebla. No me deja acariciar la hondura
del mar de mis miedos. Me falta fe para confiar siempre. Para creer que
Dios de verdad me ama aunque a veces me parezca tan dura la soledad. Y
tiemblo.
Me da miedo pensar que el fracaso, la enfermedad y la muerte forman
parte de mi vida, de mi camino. Y hay tantas cosas que no puedo cambiar
ni controlar. Quisiera ser una roca sólida como José. Una roca en la que
otros puedan descansar. Y creer. Y esperar.
Pero es frágil mi mirada. Y se me acaban las fuerzas cuando lo
posible se torna imposible. Y lo imposible en apariencia se convierte en
el único camino posible hasta Belén.
Tengo miedo a esa vida incierta y llena de dudas, de persecuciones y
desafíos. Y sé que la certeza que me mueve, como a José, es la de
saberme amado por Dios. Mi única certeza. Me alegro en Dios que me ama.
He visto su amor. Es el Dios de mi vida que no me deja nunca y sujeta
mis pasos.
Me gusta pensar en ese amor tan hondo que me saca de mi fragilidad y
me envía al mundo. Me sostiene en mi pecado. Y me pide que luche por
cambiar todo camino a Belén. En medio de mi Adviento. Ese Dios que cree
en mí más de lo que yo mismo creo. Y espera mi sí sencillo y débil para
construir sobre él todo un mundo nuevo.
Y por eso le pido a Jesús que aumente mi fe. Que me haga más valiente para que la duda no retenga mis pasos. Me abrazo a José. Para seguir los pasos de María.
Carlos Padilla
Aleteia