Estamos convocados a celebrar en Navidad el misterio incomprehensible
de un Dios que decide hacerse hombre, para salvar a los hombres que se
han alejado de Él. Sin embargo, Isaías, el profeta que nos ha enseñado
que el nombre de Dios es Emanuel, el Señor con nosotros, nos confía un
secreto que es al mismo tiempo, una prueba de amor y un desafío: Jesús,
el hijo de la Virgen inmaculada, es "un hijo que nos es dado". El Hijo
del Padre eterno, el Verbo encarnado, el hijo de María, nos es dado como
hijo.
Somos llamados a quererlo, cuidarlo, escucharlo, llevarlo, de igual
manera que queremos, cuidamos, escuchamos y llevamos a un hijo.
Navidad es el tiempo para conmemorar este misterio. Misterio que la
liturgia nos propone contemplar, meditar, durante las tres semanas en
las que las fiestas se suceden para que podamos gustarlas: la natividad,
la celebración de la Sagrada Familia, la maternidad divina, la
manifestación a los paganos, la presentación al pueblo elegido en el
borde del Jordán.
La alegría de los pastores de Belén, la veneración de los magos y la
presteza de los primeros discípulos, revelan las distintas actitudes que
Navidad puede hacer crecer en nosotros.En todo caso, en primer lugar,
hay que recibir al Hijo del Padre eterno como a un hijo...
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