Me cuesta ese imperativo de la alegría. Esa alegría impuesta. Esa gratitud que se espera de mí...
Hoy el apóstol me manda que esté alegre: Gaudete. Escucho la palabra de Dios: Estad
siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión.
Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios.
El domingo de la alegría viene como un rayo de luz y esperanza en
medio del adviento. Viene como un torrente de vida para llenar mi alma.
Quiero estar siempre alegre. Pero no siempre lo estoy. ¿Cuál es la causa
principal de mi alegría? ¿Estoy de verdad siempre alegre? ¿Es eso
posible?
Muchas veces me turbo. No suceden las cosas como esperaba y me lleno
de ira. Siento que soy débil y caigo en mi deseo por cumplir tantos
propósitos, y me lleno de pena. Siento que no avanzo y me desanimo. O
llega la cruz a mi vida en forma de ausencia, de enfermedad, de pérdida.
Y el corazón no está alegre. La tristeza es muy honda. ¿Cómo puedo
estar alegre en medio de la cruz? ¿Cómo puedo sonreír cuando vivo una
desgracia? Me cuesta ese imperativo de la alegría. Esa alegría impuesta.
Esa gratitud que se espera de mí.
¿Tengo que estar siempre agradecido? ¡Me cuesta tanto sonreír en
medio de la noche! Me comparo con aquellos a los que le va mejor que a
mí. No sufren, no tienen pérdidas, no están enfermos. Yo sí. Y me duele.
En otras ocasiones surge en mí la tristeza sin motivo aparente. Los
pensamientos me turban. O los comentarios que otros me hacen y me dañan.
Tocan mi herida en lo más hondo. Una broma, una crítica, una ofensa.
Pierdo la alegría, dejo de sonreír. Me lleno de rabia y rencor.
¿Cómo puedo cambiar mi alma? ¡Qué lejos estoy del ideal que hoy anhelo! Estar siempre alegre en el Señor.
Pienso en el Cristo sonriente que me mira en el castillo de Javier.
Es un Jesús que sonríe desde la cruz. ¿Cómo es posible sonreír muriendo?
¿No será sólo un rictus de dolor, o un gesto involuntario?
El artista quiso dibujar a un Cristo afable, sonriente, amable,
enamorado. Jesús me mira así en mi propia cruz, desde su cruz. Quiero
mirar siempre a Jesús que me sonríe. Me mira. Me da su paz. Desde abajo
veo su sonrisa que me sostiene.
Tienen algo especial las personas alegres. Las de carcajadas anchas.
Las de sonrisas afables. Las de palabras alegres. Las de silencios
tiernos. Las que hacen bromas y se ríen con las bromas. Las que no se
dejan llevar por el desánimo y ven el vaso medio lleno estando medio
vacío.
Me gusta su manera de enfrentar los problemas. No dicen que no
existen. Los asumen. Porque sí que existen. Y sí que duelen. Pero no se
hunden. Caminan confiados. Tal vez su alegría esté de verdad en el Señor
y no en la fugacidad de los deseos que quieren ser satisfechos.
El otro día leía unas palabras de Jesús Mora López-Almodóvar en su blog: Tengo
esclerosis múltiple. Soy un hombre afortunado. La asociación de estos
dos términos puede parecer un disparate y así, sin más, efectivamente lo
es.
Tener esclerosis múltiple no es ninguna bendición, tampoco una
maldición, es un suceso, sin más, de la propia naturaleza humana. Nadie
hace nada para merecérselo, ni tampoco para no merecérselo, también hay
que decirlo. (…)
Yo no sería quien hoy soy sin la esclerosis múltiple No puedo
entenderme sin ella. Ella y yo somos uno. Quizás sería más adecuado
decir ‘ella soy yo’. Recuerdo en este momento la frase de Ortega y
Gasset: ‘Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me
salvo yo’, la esclerosis múltiple es una parte esencial de mi
circunstancia, esa otra mitad de mi persona que para Ortega representa
la realidad circundante.
Este yo está formado por lo físico y por lo espiritual, y también
por las personas que me rodean, me hacen y por el mapa de relaciones que
establezco con ellas. Todo eso, no solo el yo que es llamado Jesús
Mora, se encuentra afectado por la esclerosis, y es todo eso lo que debo
salvar para salvarme yo.
No puedo cambiar las circunstancias casi nunca. No puedo cerrar los
ojos, ni rebelarme contra un mundo injusto. No quiero amargarme cuando
las cosas no son como deseo. Quiero salvar mis circunstancias para
salvarme.
Quiero mirar a Dios en mi camino. Y pedirle la bendición de su
alegría. Tal vez por eso hoy vuelvo a desear estar alegre siempre. En la
turbación y en el éxito. En la soledad y en el amor que recibo. En los fracasos y en los momentos de descanso.
Carlos Padilla
Aleteia