Juan Pablo II aprobó su culto el 20 de marzo de 1993.
Juan Escoto nació en Duns, en Escocia, hacia 1265, entró en la Orden
de los Hermanos Menores hacia 1280 y fue ordenado sacerdote el 17 de
abril de 1291. Completó los estudios entre 1291 y 1296 en París.
Luego enseñó en Cambridge, Oxford y París, como bachiller, comentaba las “Sentencias” de Pedro Lombardo.
Tuvo que abandonar la universidad, por no haber querido firmar una
apelación al Concilio contra Bonifacio VIII, promovida por Felipe el
Hermoso, rey de Francia.
Regresó allí el año siguiente para obtener el doctorado, con una
carta de presentación del Ministro general de la Orden, Padre Gonzalo
Hispánico, que había sido su maestro, en la cual lo recomendaba como
plenamente docto “sea por la larga experiencia, sea por la fama que se
había extendido por todas partes, de su vida laudable, de su ciencia
excelente y del ingenio sutilísimo” del candidato.
A fines de 1307 Juan Duns Escoto estaba en Colonia, donde enseñó.
Quizás no hay doctor medieval más sobresaliente que este franciscano
escocés, que estudió en Oxford, enseñó en París, fue expulsado por
Felipe el Hermoso porque no quiso firmar la apelación antipapal y murió
en Colonia, a la edad en que los otros filósofos comienzan a producir,
como si la llama del pensamiento le hubiese quemado la juventud.
El título de “Doctor Sutil” que le dieron, dice toda su sublimidad.
Sus teorías sobre la Virgen y sobre la encarnación obtienen después de
siglos la confirmación en el dogma de la Inmaculada Concepción y en el
culto a la realeza de Cristo.
Elabora el misticismo pensante de San Buenaventura. Escoto es un metafísico y un teólogo.
Empleó su agudeza de ingenio en la sistematización de los grandes
amores de San Francisco: Jesucristo y la Virgen Santísima. La posteridad
también lo ha llamado “Doctor del Verbo Encarnado” y “Doctor Mariano”.
Tuvo numerosos discípulos y muy pronto llegó a ser y siguió siendo el
jefe de la escuela franciscana, que se inició con el Beato Alejandro de
Hales, se desarrolló con San Buenaventura, doctor Seráfico de la
Iglesia, y llegó a su culminación en el Beato Juan Duns Escoto.
Su doctrina está en perfecta armonía con su espiritualidad.
Después de Jesús, la Virgen Santísima ocupó el primer puesto en su
vida. Duns Escoto es el teólogo por excelencia de la Inmaculada
Concepción.
El estudio de los privilegios de María ocupó un puesto importantísimo
en su vida. En una disputa pública, permaneció silencioso hasta que
unos 200 teólogos expusieron y probaron sus sentencias de que Dios no
había querido libre de pecado original a la Madre de su Hijo.
Por último, después de todos, se levantó Juan Duns Escoto, tomó la
palabra, y refutó uno por uno todos los argumentos aducidos contra el
privilegio mariano; y demostró con la Sagrada Escritura, con los
escritos de los Santos Padres y con agudísima dialéctica, que un tal
privilegio era conforme con la fe y que por lo mismo se debía atribuir a
la gran Madre de Dios. Fue el triunfo más clamoroso en la célebre
Sorbona, sintetizado en el célebre axioma: “Potuit, decuit, ergo fecit
(Podía, convenía, luego lo hizo)”.
En Colonia, donde enseñaba, murió el 8 de noviembre de 1308.
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