
Obispo mártir
No tenemos datos sobre su nacimiento e infancia. También se desconocen testimonios históricos de su acción pastoral, de su muerte y de su sepultura. Algún historiador ha llegado a negar, por estos motivos, incluso la existencia de San Severo.
Se conocen las actas de su martirio redactadas en tiempo posterior y
con añadiduras e interpolaciones, habituales en este tipo de relatos de
mediados del siglo VI. Es frecuente encontrar mezclas de elementos que
bien pueden ser adecuados a la veracidad de los hechos con otros
elementos apócrifos provenientes del cariño, respeto y simpatía con que
los creyentes adornan con imágenes que, provenientes de la fantasía —por
una parte convincentes y por otra parte ejemplarizantes—, acercan al
momento presente la personalidad del modelo del que se habla. Se
incluyen en este tipo de relato aderezos que pretenden resaltar la
Providencia de Dios complacido en la actitud decidida hasta la muerte
del mártir o del santo.
Al relator nos atenemos
La época del acontecimiento está situada durante la persecución de
Diocleciano, soliviantado por el césar Galerio, que se propone, para
depurar el ejército, eliminar del imperio el nombre cristiano. El
presidente Daciano, que centra su atención en quienes hacen cabeza para
escarmiento del pueblo, ha tomado muy a pecho la orden de exterminio.
San Severo es obispo de Barcelona por el año 300. Se le conoce como
un pastor entregado ejemplar y completamente a su rebaño que ha sabido
distinguirse por su celo y fidelidad a la fe. Sabe que las órdenes de
Daciano son tajantes en lo que atañe a poner por obra los edictos del
emperador. Piensa en un primer momento esconderse para seguir ayudando a
los fieles desde la clandestinidad y pasa al Castro Octaviano, al otro
lado de la montaña. En su marcha se encuentra con Emeterio, que siembra
sus tierras y a quien reconoce como cristiano. El obispo le anima a
perseverar en la fe aún en la persecución presente, encargándole de
decir la verdad a sus perseguidores, en el caso de que se presenten.
Al separarse —cándida narración—, Dios interviene haciendo que las
habas del campo recién sembrado crezcan y se pongan en flor. Al
acercarse los soldados pidiendo información a Emeterio, él les dirá: "ha
pasado por aquí" y, cuando le pregunten por el tiempo contestará
enfáticamente: "cuando sembraba estas habas". El buen cristiano no ha
querido ofender a Dios con la mentira, ha obedecido a su obispo, y, al
mismo tiempo, ha puesto los recursos humanos para salvar la vida del
fugitivo. Pero nada de esto impide que los soldados, furiosos, se
sientan burlados, lo apresen y lleven ante el tribunal del presidente.
El obispo Severo, acompañado de otros sacerdotes, ha tomado la decisión de presentarse voluntariamente a los romanos.
Donde hoy está San Cugat, son decapitados los sacerdotes acompañantes
del obispo y Emeterio; se espera la claudicación de Severo obispo a la
vista de tanta atrocidad. Ante su pertinaz resistencia en la tortura y
en los azotes con látigos emplomados, un verdugo coloca un clavo en su
cabeza y otro sayón la atraviesa de un mazazo.
Bien hacen los barceloneses en honrar hoy la memoria de este obispo
santo en la conocidísima y barroca iglesia de San Severo, cercana a la
catedral. Antes que ellos, ya le tuvo devoción el rey Fernando el
Católico y, antes aún, el rey Martín de Aragón fue curado de gangrena en
una pierna próxima a la amputación.
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