Eran los primeros invitados a la mesa del banquete del reino, y no quisieron ir
Jesús es siempre tierno y misericordioso con los pecadores.
No juzga al que cae, lo acoge, lo abraza, lo sana y lo perdona. Levanta
a la adúltera y al ladrón, al recaudador de impuestos. Pero no soporta
la hipocresía: “¿Por qué me tentáis, hipócritas?”.
La hipocresía es dura como la piedra. El hipócrita es soberbio y no se deja perdonar.
Los fariseos se confabulan contra Jesús. Se trata de algo premeditado
que han hablado antes. Jesús conoce su corazón y los ve por dentro. Le
duele en el alma la mentira. En realidad es su fracaso. No pudo llegar a
ellos porque tenían un corazón duro. Eran los primeros invitados a la mesa del banquete del reino, y no quisieron ir.
Adulan a Jesús con palabras verdaderas: Maestro, sabemos que eres
sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; además,
no te importa de nadie, porque Tú no miras lo que la gente sea.
Saben cómo es Jesús. Buscan su mal con mentiras y le llaman maestro
de la verdad. Es fácil adular para conseguir otros fines. El corazón
humano es tan frágil. El mío se deja llevar por las adulaciones.
Ellos saben que a Jesús no le gusta el engaño. Que es verdadero y
auténtico. Que ama la verdad y le cuesta la mentira. Son palabras
aduladoras, pero ciertas. A Jesús no le importa con quién habla, acoge a
todos.
A mí me gustaría mirar como Jesús mira. Sin hacer distinciones. Sin
quererme ganar el favor de nadie. Un corazón puro y verdadero. Un
corazón sin doblez y libre.
Me impresiona lo diferente que es el corazón de los fariseos. La
verdad es que prefiero al hijo pródigo que peca pero sin disfrazarse de
bueno. Me gusta la adúltera que cae pero sin querer parecer otra cosa.
Si no somos ni siquiera capaces de ser honestos con nosotros mismos, ¿cómo vamos serlo con los demás y con Dios? Jesús detesta la hipocresía, la falsedad, la mentira.
Los fariseos son hipócritas. Tal vez piensan que el fin justifica los
medios que nos permiten alcanzarlo. Sean estos legítimos o no. Sean
verdad o mentira. Parece que el fin es lo importante.
Y entonces merece la pena usar todos los caminos para lograrlo.
Incluso la mentira y la oscuridad. La murmuración y la crítica. Incluso
el odio. Todo vale para quitar de en medio a este agitador llamado Jesús
de Nazaret.
El que estaba aferrado al poder y a la posesión de la verdad ve en Jesús una amenaza. Es lo que pasa hoy también.
El conservador es el que teme perder lo que tiene. El revolucionario
quiere cambiar lo que ahora vive. Quiere mejorar. Yo temo caer en la
hipocresía.
A veces temo que lo nuevo me saque de mi zona de confort, donde lo
controlo todo. Y prefiero desvalorizar al que me habla de lo nuevo,
antes que ponerme con honestidad frente a Dios y preguntarle: ¿Qué hago, Señor? ¿Cuál es tu voluntad?.
Veo a los fariseos y la imagen que me viene es la de cerrazón
absoluta. Quiero estar siempre abierto y no cerrado. Quiero romperme y
ser capaz de abrir el corazón a Dios. Quiero ser veraz y no vivir en la
mentira. Quiero dejar que venga a mí Jesús cada día en lo nuevo y en lo
viejo.
Le pido que limpie mi mirada para saber mirar a los demás sin
sospecha, con limpieza, sin doblez. Quiero saber ver la belleza del
otro. Saber descubrir lo que hay de verdad en aquel que me complementa. Quiero vivir en la luz.
Carlos Padilla
Aleteia