El incienso, con un propósito espiritual lleno de significado, lleva usándose miles de años en la adoración divina
El
Catecismo nos recuerda que en la oración participan mucho más que
nuestras almas: “Cualquiera que sea el lenguaje de la oración (gestos y
palabras), el que ora es todo el hombre” (CIC 2562).
Por este motivo, las formas públicas de adoración en la Iglesia
contienen numerosos elementos que son visibles y que apelan a nuestros sentidos corporales.
El Catecismo enseña que “[e]n la vida humana, signos y símbolos
ocupan un lugar importante. El hombre, siendo un ser a la vez corporal y
espiritual, expresa y percibe las realidades espirituales a través de
signos y de símbolos materiales. Como ser social, el hombre necesita
signos y símbolos para comunicarse con los demás, mediante el lenguaje,
gestos y acciones. Lo mismo sucede en su relación con Dios” (CIC 1146).
Para facilitar la participación de todos nuestros sentidos
durante la celebración de la misa, elevando nuestros cuerpos y almas a
Dios, la Iglesia lleva siglos usando el incienso como un importante signo externo.
El incienso era una parte vital de la adoración para muchas religiones antiguas, incluyendo la veneración judía de Dios.
En el tabernáculo, además de en el templo, Dios ordenó la
construcción de un “altar de incienso”. Dios dio instrucciones a Aarón,
el Sumo Sacerdote: “ustedes presentarán constantemente delante del Señor
esta ofrenda de incienso aromático, a través de las generaciones”
(Éxodo 30,8).
Conectando con esta tradición, está la famosa frase que menciona el incienso en al Antiguo Testamento: “Que mi oración suba hasta ti como el incienso, y mis manos en alto, como la ofrenda de la tarde” (Salmos 141,2).
Los cristianos adoptaron rápidamente el uso del incienso y aparece
profusamente en el libro del Apocalipsis en la liturgia celestial, donde
san Juan describe: “Y vino otro Ángel que se ubicó junto al altar con
un incensario de oro y recibió una gran cantidad de perfumes, para
ofrecerlos junto con la oración de todos los santos, sobre el altar de
oro que está delante del trono” (Apocalipsis 8,3).
Como se deduce de los pasajes de las escrituras anteriores, el significado principal del uso de incienso es simbolizar nuestras oraciones elevándose hasta Dios.
Cuando vemos el incienso recordamos que los sacerdotes están ahí para
reunir nuestras peticiones y rogar por nosotros ante nuestro amante y
misericordioso Dios.
El incienso también trae a la mente la realidad celestial de la misa.
Conecta nuestra celebración con la liturgia celestial representada en
el libro del Apocalipsis y nos recuerda que la misa es un lugar de
encuentro entre el cielo y la tierra.
Por último, a veces la espesa nube de incienso puede oscurecer nuestra visión del altar. Es algo bueno, porque nos recuerda la naturaleza misteriosa
de la misa. Nuestras mentes mortales no pueden comprender por completo
el misterio que se celebra ante nuestros ojos, así que el incienso hace
esa realidad incluso más tangible.
De modo que, aunque en ocasiones el uso del incienso pueda parecer
extraño, tiene unas profundas raíces espirituales y ha sido parte de la
adoración divina durante miles de años.
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