La consagración a la Santa Madre es una antigua práctica con raíces
que se remontan al principio de la cristiandad. Sin embargo, no fue
hasta san Luis María de Montfort en el siglo XVIII que la práctica se
formalizó y creció en popularidad.
Esta práctica piadosa nos recuerda la estrecha conexión entre María y
Jesús y cómo ella atesoró todo “en su corazón” (cf Lucas 2, 19 y 51).
El papa Benedicto XVI reflexionó sobre este profundo misterio en la festividad del Inmaculado Corazón de María,
diciendo: “El corazón que más se asemeja al de Cristo es, sin duda
alguna, el corazón de María, su Madre inmaculada, y precisamente por eso
la liturgia los propone juntos a nuestra veneración”.
La consagración mariana es una práctica externa que habla de
nuestro deseo interior de seguir la voluntad de Dios y unir nuestros
corazones con el suyo.
Numerosos santos a lo largo de los siglos se han consagrado a María
en diferentes maneras y buscaron entregar todo lo que tenían a la Santa
Madre.
Aquí hay cinco santos, de entre muchos, que vivieron la consagración
mariana de una forma especial en unas vidas que dedicaron por completo a
Jesús a través de María.
San Efrén de Siria
Conocido como uno de los Doctores de la Iglesia, Efrén fue un diácono
de la Iglesia primitiva que compuso más de 400 himnos. Uno de sus temas
favoritos era la Santa Virgen María y escribió numerosas líneas en su
honor. En uno de los himnos, escribió: “Tú solo, ¡Oh Jesús!, y tu
Madre sois puros bajo todos los aspectos, y vuestra pureza supera la de
cualquier otro, pues en Ti no hay mancha alguna, ni tampoco en tu Madre”.
También escribió sobre “pertenecer a María” y defendía constantemente
en sus múltiples escritos la función de María en la historia de la
salvación.
San Ildefonso de Toledo
San Ildefonso, que vivió en el siglo VII, fue uno de los primeros en
escribir sobre ser un “esclavo” o un “siervo” de María. Escribía
frecuentemente en defensa de la Santísima Virgen y de su deseo de ser su
esclavo. “Por esto yo soy tu siervo, porque mi Señor es tu Hijo.
Por eso tú eres mi Señora, porque eres esclava de mi Señor. Por esto yo
soy esclavo de la esclava de mi Señor, porque tú, mi Señora, has sido
hecha Madre de mi Señor. Por esto yo he sido hecho tu esclavo, porque tú
has sido hecha Madre de mi Hacedor”.
San Juan Damasceno
Otro Doctor de la Iglesia, san Juan fue un gran defensor de la fe en
los primeros siglos de la cristiandad. Entre sus contribuciones está la
primera oración de consagración a María que se conoce. En ella escribe: “Oh
Soberana, Madre de Dios y Virgen, unimos nuestras almas a la esperanza
de que eres, para nosotros, como un ancla absolutamente firme e
irrompible; te consagramos nuestro espíritu, nuestra alma, nuestro
cuerpo, cada uno en toda su persona; queremos honrarte con salmos,
himnos, cánticos inspirados tanto como esté en nosotros; porque rendirte
honores según tu dignidad sobrepasa nuestras fuerzas. Si es cierto
según la palabra sagrada, que el honor rendido a otros servidores es una
prueba de amor hacia el Maestro común, el honor que se rinde a ti
¿puede ser ignorado? ¿No hay que buscarlo con celo? ¿No es preferible
inclusive al aliento vital, y no da éste la vida? De esta manera
indicamos mejor nuestra unión a nuestra propio Maestro”.
San Maximiliano Kolbe
Siguiendo de cerca el ejemplo de san Luis María de Montfort, san
Maximiliano Kolbe se vinculó a María y libremente se convirtió en su
“esclavo”. Instó a todos a consagrarse a María y compuso su propia
oración de consagración. “Oh, Inmaculada, reina del cielo y de la
tierra, refugio de los pecadores y Madre nuestra amorosísima, a quien
Dios confió la economía de la misericordia. Yo……. pecador indigno, me
postro ante ti, suplicando que aceptes todo mi ser como cosa y posesión
tuya. A ti, oh, Madre, ofrezco todas las dificultades de mi alma y mi
cuerpo, toda la vida, muerte y eternidad. Dispón también, si lo deseas,
de todo mi ser, sin ninguna reserva, para cumplir lo que de ti ha sido
dicho: ‘Ella te aplastará la cabeza’ (Gen 3:15), y también: ‘Tú has
derrotado todas las herejías en el mundo’. Haz que en tus manos
purísimas y misericordiosas me convierta en instrumento útil para
introducir y aumentar tu gloria en tantas almas tibias e indiferentes, y
de este modo, aumente en cuanto sea posible el bienaventurado Reino del
Sagrado Corazón de Jesús. Donde tú entras, oh, Inmaculada, obtienes la
gracia de la conversión y la santificación, ya que toda gracia que fluye
del Corazón de Jesús para nosotros, nos llega a través de tus manos”.
San Juan Pablo II
A semejanza de todos los santos que le precedieron, Juan Pablo II deseó consagrarse a María e hizo suyo el lema “Totus tuus” (“Todo tuyo”, es decir, “Pertenezco por entero a ti, oh, María”). Contó a los religiosos de la Familia Montfortiana cómo los escritos de san Luis María de Montfort le aseguraron que la devoción a María nunca es en demasía. “A mí personalmente, en los años de mi juventud, me ayudó mucho la lectura de este libro [Tratado de la verdadera devoción a la santísima Virgen,
de Montfort], en el que ‘encontré la respuesta a mis dudas’, debidas al
temor de que el culto a María, ‘si se hace excesivo, acaba por
comprometer la supremacía del culto debido a Cristo’ (…). Bajo la guía
sabia de san Luis María comprendí que, si se vive el misterio de María
en Cristo, ese peligro no existe. En efecto, el pensamiento mariológico
de este santo ‘está basado en el misterio trinitario y en la verdad de
la encarnación del Verbo de Dios’”.
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