San Juan Bautista de Rossi
Sacerdote que atendió en la Ciudad Santa a los miserables y a los más desfavorecidos
Sacerdote que atendió en la Ciudad Santa a los miserables y a los más desfavorecidos
Juan Bautista de Rossi nace el 22 de febrero de 1698 en Voltaggio, pequeña ciudad del arzobispado de Génova.
Ya desde sus primeros años se le vio inclinado a las cosas de Dios,
decididamente llamado al sacerdocio y dotado de no comunes virtudes, que
más tarde contrastarían sobremanera con aquella piedad decadente de
finales del XVII y gran parte del XVIII.
Fue la suya una época de marcado orgullo espiritual y muy
lamentables desviaciones de la auténtica vida cristiana. Las raíces del jansenismo
iban sofocando poco a poco la buena semilla de la sencillez evangélica,
de la confianza filial en nuestro Padre del cielo y de la caridad
fraterna con sus hijos, los hombres de la tierra.
No se libraba de estas influencias jansenistas ni la misma Roma, que
había de ser el teatro silencioso de las virtudes de nuestro De Rossi.
En plena curia romana, con el pretexto de una renovación en el campo de
la piedad cristiana y de las nuevas formas de la Iglesia, se urdían
maniobras descaminadas.
Es verdad que la doctrina jansenista en Italia fue más política que
teológica. Pero no podían menos de sembrar confusiones ciertas ideas que
poco a poco iban calando en la sencillez del pueblo.
Se combatía el absolutismo papal, se proclamaba la autonomía de los
obispos, se concedía a los seglares una injerencia indebida en las cosas
eclesiásticas, se propugnaban reformas peligrosas en el culto y
devociones... Pretendían, en una palabra, dar a la formación cristiana
unos módulos demasiado íntimos y personalistas, con innegable desprecio
de las obras externas, de la jerarquía y del consiguiente espíritu de
sumisión.
Contemporáneos suyos fueron los grandes fundadores san Alfonso María
de Ligorio (1696), san Pablo de la Cruz (1694), san Juan Eúdes (1601),
el venerable Olier (1608), Bérulle, el jesuíta Scaramelli, etc. Poco
tiempo después sería discípulo suyo el angelical san Juan Andrés Parisi,
a quien nuestro santo gustaba de comparar con san Luis Gonzaga.
También reinaba este ambiente de lucha antijansenista en el famoso
Colegio Romano de la Ciudad Eterna, donde, a sus trece años, ingresó el
pequeño Rossi, para permanecer allí y formarse hasta su ordenación
sacerdotal.
Las sanas doctrinas de maestros tan preclaros como los padres
Tolomei, Juan de Ulloa, Giattini, y sobre todo los testimonios vivos de
apostolado y virtud que pudo contemplar a su alrededor, fueron sembrando
en su alma aquellos genuinos amores que más tarde serán los únicos
resortes de su santa vida.
Para Jesús —y es ésta nota dominante de su Evangelio— la
caridad, o amor a Dios y al prójimo (único principio con dos
manifestaciones, distintas sólo en apariencia), es la manifestación
auténtica de la santidad y la única disposición del alma que
dignifica, ennoblece y hace verdaderamente cristianas todas las demás
manifestaciones del espíritu.
Y la prueba inequívoca de nuestro amor a Dios —también es doctrina
explícita de Cristo— es el amor al prójimo. Amor que debe extenderse a
todos, incluso a los que nos persiguen y calumnian, para así ser
verdaderamente hijos del Padre celestial, que hace lucir su sol y envía
su lluvia sobre los justos y sobre los pecadores (Mt. 5,45).
Sucede a veces que esta fundamental y primerísima doctrina en la
concepción cristiana de la vida queda soterrada bajo el cúmulo de otras
normas, fórmulas y prácticas, que nacen más del pensamiento de los
hombres que de las fuentes del Evangelio.
No sucedió así en la vida de san Juan Bautista de Rossi. Aún se recuerda en Roma al "padre de los pobres"
y al "amigo de los humildes". Imitador fiel del único Maestro, pudo
también sintetizar su vida en aquellas palabras evangélicas: "Pasé por
la tierra haciendo el bien". Sin ruidos estridentes ni resonancias
aparatosas, pero con toda la imponente fuerza y trascendencia de la
verdadera caridad cristiana.
Ya colegial, y mientras sigue los estudios teológicos en la Minerva,
forma parte de la Congregación, y gasta muchas horas en visitar, con los
demás congregantes, los hospitales y casas de los pobres. Apostolado
oculto y humilde, que no abandonará durante toda su vida, aun después de
haber aceptado, contra su voluntad, la canonjía de Santa María in
Cosmedín.
El 8 de marzo de 1721 fue ordenado sacerdote, y aquel mismo día hace voto de no aceptar ninguna prebenda eclesiástica, iniciando su sagrado ministerio en el Hospicio de Pobres de Santa Galla.
Lo que más llama la atención en su vida fue aquella predilección constante, afectiva y efectiva, que mostró siempre por los más desatendidos
y sin relieve en la sociedad. Los hospicianos, los presos, los vagos de
profesión, los ignorantes y analfabetos, los niños harapientos y
pillastres, fueron sus mejores compañeros por aquellas calles de Roma,
A imitación de san Felipe de Neri, a quien profesaba por su parte una
devoción entrañable, fue en su tiempo san Juan Bautista de Rossi el protector de pobres y afligidos, el consejero, abogado, amigo y maestro de todos.
En 1731, imitando los célebres hospicios romanos, funda uno parecido para mujeres sin casa y desamparadas.
Él mismo las recogía y las cuidaba espiritual y temporalmente, hasta
conseguir colocarlas y proporcionarles un medio de vida digna y
cristiana.
Unos años más tarde, en 1737, muere un primo suyo, Lorenzo, canónigo
de la basílica de Santa María in Cosmedín, de Roma. Y Juan bautista, a
pesar de su voto y de la abierta repugnancia que siempre experimentó
hacia toda clase de cargos honoríficos, no tuvo más remedio que aceptar,
bajo obediencia, este que quedaba vacante. Fue un mero cambio de
ambiente, que en nada había de afectar a su camino trazado.
En su nueva condición seguirá siendo el sacerdote ejemplar y fiel cumplidor de sus deberes. El servicio del coro, el confesonario, el púlpito, la enseñanza del catecismo... llenarán todas las horas de sus días.
Su fama de santidad y de caridad alcanza los últimos rincones de la
Ciudad Eterna. No hay cárcel, hospicio u hospital que no sea testigo de
su celo, de su cariño y de su comprensión. Diligente, infatigable,
siempre dispuesto, no descansó hasta convertir el fuego del amor que le
abrasaba el alma en grito constante de su garganta y en entrega
martirial de su vida.
Juan Bautista de Rossi, formado en la mejor Universidad eclesiástica
del mundo, educado en un famoso Colegio, con una Roma delante, donde era
tan fácil la lisonja y los puestos de grandeza, lo deja todo para
entregarse a quienes necesitaban su vida y su caridad. Creyó en la
palabra de Cristo y supo ser el buen pastor que pierde su vida para
ganarla.
Pobre vino al mundo. Pobre vivió entre los pobres. Y muy pobre murió
el 23 de mayo de 1764. Espléndido epitafio para su tumba de sacerdote.
Su tumba se conserva en la iglesia de Santa Trinidad del Pellegrini.
Y aún se recuerda en Roma al "padre de los pobres" y al "amigo de los humildes".
Pero nuestro Dios, el buen Padre de los cielos, que tanto se complace
en levantar a los humildes y sencillos, quiso bien pronto darle a
conocer entre las gentes. Fue en tiempos de Pío IX cuando se inició la
causa de beatificación de este escondido sacerdote y canónigo romano.
Confirmados al fin unos milagros, excepcionalmente sorprendentes por
las circunstancias que los acompañaron, fue beatificado el 13 de mayo de
1860.
En 1879 vuelve a hablarse de nuevos milagros obrados por
su intercesión. Y ese mismo año se da el decreto que los aprueba, y con
ello un paso decisivo para la canonización del sacerdote romano Juan
Bautista de Rossi.
Y al fin, el 8 de diciembre de este mismo año, juntamente con los
Beatos José de Labre, Lorenzo de Brindis y Clara de Montefalco, fue
elevado a la Gloria de Bernini por el papa León XIII. El Papa de los
obreros había servido a la Providencia para glorificar al santo
escondido de los pobres y de los humildes, san Juan Bautista de Rossi.
Por Pedro Martin Hernández
Artículo originalmente publicado por Mercabá
Aleteia