El país sudamericano no sería el mismo si hace 387 años una carreta
se detenía misteriosamente en un campo, cuando todavía le quedaba
cientos de kilómetros para su destino final. Portaba unas cajas
arribadas a Buenos Aires tres días antes desde San Pablo, con dos
imágenes de la Virgen María. Debían viajar hasta Sumampa, en el hoy
Santiago del Estero, donde un hacendado portugués las esperaba.
Quienes acompañaban la carreta, absolutamente estancada, probaron
bajando una de las cajas, y la carreta avanzó. La volvieron a subir, y
no lo hizo. La caja que allí se quería quedar era la que portaba la
imagen de la Inmaculada Concepción hoy venerada como Nuestra Señora de
Luján, que hoy se celebra.
Formalmente, la Argentina no existía. Tampoco Uruguay, ni Chile, ni
Paraguay, ni Bolivia, ni Brasil…Pero ese día algo de la identidad de
estos países sudamericanos, por entonces inexistentes como naciones,
comenzó a forjarse, consolidando una relación que por esos años también
nacía con Caacupé. Porque María se había aparecido cien años atrás en
México como nunca volvió a hacerlo, pero de esta manera decía para los
cristianos del sur de América que allí también quería quedarse. El Cono
Sur Americano nacía así en su identidad mariana.
También, como en México, María eligió entablar una inédita amistad
con un humilde entre los humildes. No era en este caso un aborigen, sino
un esclavo africano, el “negrito Manuel”. Manuel fue testigo del
acontecimiento, y presenció cómo ni siquiera con más bueyes lograban
hacer avanzar la carreta con la imagen de apenas 38 centímetros. Como
allí se quería quedar María, su patrón le pidió que cuidase la imagen en
una pequeña ermita armada y cuidada por él.
Mientras tanto, la historia comenzó a llegar a oídos de los
habitantes de Buenos Aires, que comenzaron a peregrinar hasta la capilla
a pedir la intercesión de la milagrosa imagen.
Tras 40 años, la imagen fue trasladada hasta la villa de Luján, y con
ella fue Manuel, puesto que sin él y hasta que no hicieron una solemne
procesión, la imagen regresaba misteriosamente a su lugar de origen.
Pero Manuel tenía dueño, y los hijos del dueño inicial le pedían que
como esclavo suyo viaje a Buenos Aires. Y el pueblo hizo una colecta
para comprarlo, y liberarlo. Manuel proclamaba entonces una frase que
aún hoy muchos repiten como una plegaria “Soy de la Virgen nomás”.
Y los fieles siguieron peregrinando, y las gracias se siguieron
repitiendo. Próceres de la Independencia como Manuel Belgrano, santos
contemporáneos como san Luis Orione o San Josemaría Escrivá, han
peregrinado desde entonces hasta Luján, como millones de argentinos y
sudamericanos lo hacen anualmente.
El primer Papa en sumarse a ellos visitando a María en Luján fue Juan
María Mastai, luego Pío IX. Años después lo hizo Eugenio Pacelli, luego
Pío IX. San Juan Pablo II fue el primer pontífice en visitar la
basílica como Papa. Y Jorge Mario Bergoglio, hoy Papa Francisco,
frecuentemente peregrinaba a la casa de su patrona, en especial con las
peregrinaciones juveniles de octubre, cuando se lo solía ver confesando
en horas de la madrugada.
Aleteia